El sonido de la tormenta rugía afuera, cada trueno parecía hacer temblar las paredes de la mansión. La lluvia golpeaba con furia los ventanales, como si quisiera abrirse paso al interior, pero dentro de la mansión Ashcroft, el silencio era casi sepulcral. Solo el crujido de las viejas tablas de madera y el leve parpadeo de las velas interrumpían la quietud. En el centro de la sala principal, un espejo inmenso, con marco de oro ennegrecido por el tiempo, dominaba el ambiente. Su superficie, aunque rota en su mayoría, reflejaba retazos distorsionados de la habitación y, en ellos, ecos de algo que no pertenecía a este mundo.
David Thompson, el hombre que había pasado los últimos meses investigando la historia de la mansión, se encontraba frente al espejo, incapaz de apartar la vista de los fragmentos rotos que aún colgaban del marco. Había oído las historias, las leyendas que hablaban de los horrores que se ocultaban detrás de su superficie. Los aldeanos locales susurraban su nombre en las sombras, advirtiendo a todo aquel que osara acercarse que la mansión estaba maldita. Pero David no creía en maldiciones. O al menos, no lo había hecho hasta ahora.
Todo comenzó como una simple investigación. Una curiosidad por los eventos trágicos que envolvían la historia de la familia Ashcroft, los antiguos propietarios de la mansión. Desapariciones, muertes inexplicables y rumores de una presencia oscura que acechaba a todo aquel que cruzara el umbral de la casa. Pero lo que había encontrado en sus semanas de trabajo no eran solo leyendas antiguas. Había algo más. Algo que se movía entre las grietas de la realidad, algo que acechaba desde el otro lado del espejo.
Los primeros indicios fueron sutiles: ruidos en la noche, una sensación de ser observado, sombras que no parecían comportarse de acuerdo con la luz. Pero con el paso del tiempo, los incidentes se volvieron más frecuentes y perturbadores. Libros que caían de las estanterías por sí solos, puertas que se cerraban con fuerza sin que hubiera viento, y esa sensación constante de que no estaba solo, de que algo lo vigilaba desde el espejo roto.
David había leído sobre la historia del espejo, un objeto que había pertenecido a Ariadne Ashcroft, la matriarca de la familia. Era conocida por sus investigaciones en lo oculto y los rumores apuntaban a que había usado el espejo para contactar con algo más allá de este mundo. Un portal, decían algunos. Otros hablaban de una ventana hacia el infierno. Lo que David sabía con certeza era que, desde la muerte de Ariadne, el espejo se había convertido en el epicentro de la tragedia. Cualquiera que lo miraba demasiado tiempo comenzaba a escuchar voces, a ver cosas que no podían ser reales.
A pesar de todo, David se negaba a dejarse llevar por el miedo. Se convencía de que todo tenía una explicación lógica, que los extraños sucesos eran solo el producto de su cansancio y de la influencia de las leyendas que rodeaban la casa. Sin embargo, esa noche, algo cambió.
Mientras observaba el espejo, algo llamó su atención. Entre los fragmentos rotos, vio un movimiento. Al principio pensó que era su propio reflejo, distorsionado por la superficie quebrada, pero pronto se dio cuenta de que lo que veía no era él. Había algo más allí, algo que se movía en el reflejo pero que no pertenecía al mundo físico. Su corazón comenzó a latir con fuerza, el miedo se apoderó de él, pero no pudo apartar la vista. Sentía que algo lo estaba llamando desde el otro lado.
Fue entonces cuando escuchó el susurro.
Una voz suave, apenas un murmullo, pero clara como el agua. "David...", susurró, arrastrando las sílabas como si lo conociera desde siempre. El frío recorrió su espalda, y por primera vez desde que había llegado a la mansión, David sintió verdadero terror. No era una leyenda, no era una superstición. Algo oscuro, algo maligno, residía en ese espejo, y lo estaba llamando.
Retrocedió, tropezando con una silla detrás de él, pero el susurro no cesaba. Se hacía más fuerte, más insistente. Las sombras en la habitación comenzaron a moverse, alargándose, deformándose de maneras que no tenían sentido. David sabía que debía salir de allí, pero sus pies parecían pegados al suelo. Algo lo retenía, algo que emanaba del espejo.
Finalmente, cuando sintió que no podía soportarlo más, la puerta de la habitación se abrió de golpe, sacándolo de su trance. En el umbral estaba Elena, la única persona que lo había acompañado en esta investigación, la única en quien confiaba. Su rostro estaba pálido, los ojos abiertos de par en par, como si también hubiera sentido el mismo mal que lo acechaba.
"Tenemos que irnos", dijo con urgencia, y David, todavía temblando, asintió.
Salieron de la mansión sin mirar atrás, pero David sabía que no había terminado. Lo que sea que habitaba en el espejo roto los había encontrado, y ahora no se detendría hasta atraparlos. La maldición de la familia Ashcroft no era solo una historia antigua, era real. Y David había despertado algo que no podía controlar.
Danny Bautista de la Rosa
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La Maldición del Espejo Roto
HorrorLa Maldición del Espejo Roto es una novela de terror gótico que cuenta la historia de un antiguo espejo maldito que ha devastado a la familia Ashcroft durante generaciones. En el centro de la trama está David, un historiador especializado en lo para...