En el presenteLa lluvia caía a cántaros sobre su cabello, artificialmente liso, sobre su sobria chaqueta de marca y sobre sus manos temblorosas, que intentaban abrir sin éxito la puerta del carro.
Las llaves. Se había dejado las malditas llaves en el maldito bolso colgado en una maldita silla de aquel maldito cóctel.
Y ahora no tenía la fuerza de espíritu que requeriría volver a entrar, empapada y humillada, para recuperar su bolso y dejar a cambio lo último que le quedaba de dignidad.
"Soy una idiota", maldijo para sus adentros mientras empujaba y empujaba una puerta que no iba a ceder. "Estúpida, estúpida, estúpida".
Lo siguiente ocurrió demasiado de prisa y no tuvo tiempo de procesarlo. Primero fue el sonido agudo de la alarma que se desactivaba, después el click del seguro y por último la puerta que se abría de golpe, haciéndola tropezar y casi caerse por la inercia.
Y se habría caído, sí. Habría dado con el culo en el suelo si unos brazos musculosos no se hubieran interpuesto, soportando su peso primero y ayudándola a estabilizarse después.
— Ay, qué pena, lo siento mucho — tartamudeó, mientras recuperaba el equilibrio. — No sé qué...
— Súbase — la interrumpió una voz glacial que conocía bien —. Yo conduzco.
El frío que recorrió su columna en ese momento no se debía a la lluvia.
En la intemperie de aquella noche colombiana, Beatriz Pinzón se quitó las gafas, las desempañó con cuidado y volvió a colocárselas para observar incrédula a su interlocutor. O mejor dicho, a su enemigo.
Daniel Valencia, imponente como un vampiro frente a su víctima, sostenía un bolso en una mano y unas llaves en la otra.
— ¿Qué hace aquí, doctor? — empezó ella, con la respiración agitada de frustración y furia.
— Súbase, doctora. No tengo intención de pasar la noche bajo la lluvia.
Y sin más palabras, se adelantó y entró a su coche por la puerta que hasta entonces había estado intentando abrir.Beatriz se sentía violenta, aturdida. Pero sus pies se movieron por cuenta propia y de pronto se encontró a sí misma embutida en el asiendo de acompañante de su propio vehículo, como si aquel vampiro la hubiese hechizado para que obedeciera a su voluntad.
Las lágrimas caían por su rostro y se negaba a mirarlo. De todas las personas que podían presenciar aquella humillación, ¿por qué justamente había tenido que ser él?
El hombre que más la detestaba, el hombre al que ella odiaba.
— No sé cómo acostumbra a hacer las cosas usted, señorita, pero yo prefiero cumplir con las normas de tráfico — gruño el doctor Valencia mientras se estiraba y pasaba sobre ella hasta alcanzar el manillar de la puerta. Para horror de Beatriz, aquella cercanía incómoda se intensificó cuando el hombre la miró directamente a los ojos, mientras tanteaba a su lado buscando el cinturón de seguridad.
— ¿Qué hace, doctor? — tartamudeó con un hilo de voz.
Los ojos café de Daniel Valencia, normalmente un pozo sin fondo, una noche sin estrellas, brillaron como dagas en la penumbra. Sonrió, pero no era una sonrisa amable, sino malvada. La sonrisa del gato que tiene entre sus garras al ratón.
— ¿Qué pasa, Beatriz? Una mujer tan segura como usted no tiene por qué tenerme miedo a mí — dijo, acentuando el tono intimidatorio de su afirmación con el click del cinturón de seguridad.
Beatriz no respondió. Había llegado a su límite. El peso de todas las emociones de aquel día cayó sobre su mente con estrépito, obligándola a cerrar los ojos para concentrarse únicamente en respirar.
Había perdido el control. De sí misma, de su carro, de sus sentimientos, de todo.
Y ahora aquel villano se preparaba para aprovecharse de su vulnerabilidad, seguramente dispuesto a dar el golpe de gracia que acabara de humillar públicamente a la presidenta de Ecomoda.Pero mientras ella apretaba los puños e intentaba controlar su respiración, él ponía en marcha el carro y se encargaba de subir la calefacción y de que el aire caliente apuntase a la mujer.
Necesitaba asegurarse de dos cosas: primero, de que su ropa se secase cuanto antes. Segundo, de salir de aquel parqueadero antes de que nadie más pudiera verla en ese estado, histérica y derrotada.
Porque Beatriz Pinzón Solano era su enemiga, sí. Pero ante todo, era la actual dueña de la empresa de su familia y, por tanto, la imagen pública que representaba a Ecomoda.
Y además, Daniel era un hombre de principios, que prefería librar sus guerras con oponentes en igualdad de condiciones.
Pasaron unos minutos en silencio hasta que la respiración de Beatriz se calmó lo suficiente como para preguntar a dónde la llevaba.
Daniel dobló la esquina con cuidado y aparcó en la puerta de un edificio elegante antes de responder.
— A mi apartamento.
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En el reflejo de sus ojos
FanfictionBeatriz Pinzón y Daniel Valencia son enemigos naturales. Por principio y por su historia, se detestan. Pero cuanto más tiempo pasan juntos, más difícil se vuelve el recordarlo.