Capítulo VII

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En el presente

Él había tomado el control esta vez. Todavía de pie en su habitación, la acariciaba y besaba sin ningún pudor, pero con delicadeza.

Cada movimiento era lento, pausado, premeditado, como quien disfruta de un postre por su sabor y no por hambre.
Jamás se había sentido así. Jamás la habían tocado así.

Pero tampoco nunca la habían mirado de aquella forma.

Su respiración se aceleró cuando él se agachó frente a ella, sin perder ni un instante el contacto visual.
Su lengua, que tantas veces había sido un instrumento de crueldad, se encargaba ahora de darle un placer que no había imaginado que fuera capaz de sentir.

Una voz, muy al fondo de su mente, le advertía que debían parar, que tenía que recuperar la cordura y salir de allí, porque lo que estaban haciendo no estaba bien.

Pero su cuerpo le decía lo contrario.




Había algo embriagador en las miradas intensas, en los besos profundos, en la entrega con la que Beatriz cerraba los ojos y se dejaba disfrutar y ser disfrutada.

Daniel era un hombre con bastante experiencia y acostumbrado a pasar buenos ratos en la cama, pero esto era completamente diferente.

Entre ellos había una comunicación que nunca antes había experimentado.

Quizás porque se conocían bien y se habían medido uno al otro muchas veces, pero sentía como si no necesitara usar palabras para hablar con ella el mismo idioma.

Era extraño y le costaba asumirlo, pero esa mujer, esa con la que jamás se habría imaginado siquiera poder hablar sin atacarse, lo entendía.

Beatriz reaccionaba al más mínimo contacto de sus labios, de sus manos, ofreciéndole lo que él quería y dándole acceso para hacer y disfrutar con plena libertad.

Aquella entrega lo abrumaba.

Y luego estaba el hecho de que ya no había marcha atrás.

La primera vez podía haber sido un error, una mera necesidad física, una liberación de emociones.

Pero Beatriz había aceptado quedarse y aquí estaba ahora, con los dedos enterrados en su cabello y el cuello echado ligeramente hacia atrás, guiándolo en su misión de proporcionarle placer.

Nada podía ser como había sido hasta entonces, porque ahora ambos compartían un secreto.

Media hora antes, todavía habrían podido despedirse incómodamente y convencerse el uno al otro de que la culpa había sido del licor que habían bebido en el cóctel. Aquello habría sido fácil de manejar.

Una pulsión satisfecha, nada más.

Esto, en cambio, era una elección consciente, deliberada. Una decisión que lo obligaba a rendirse ante la evidencia de que la deseaba y de que ella, para su sorpresa, también lo deseaba a él.

Porque una mujer como ella no se habría dejado tocar como él la estaba tocando si no estuviera muy segura de sí misma y de lo que estaba haciendo.

Y él quería verla disfrutar. Quería que se reflejaran en su rostro las reacciones al placer que le estaba dando, necesitaba sentirla desearlo.

¿Por qué?

No lo sabía.

Y no era el momento de pensarlo.

Por una vez, su mente no estaba ocupada en analizar todos los escenarios posibles sino simplemente en ella, en aquel momento, en el beso que se acercó para darle. Intenso. Suave.

En el reflejo de sus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora