Salió de la ducha y se vistió con la ropa más cómoda que encontró. No había cenado, pero tampoco tenía hambre. Lo único que quería era sentarse en su sillón predilecto, poner un disco de ópera y servirse un trago de whiskey.
Sintió una punzada de inquietud al ver su celular, que descansaba sobre la mesa del salón. No pudo evitar comprobar si había alguna llamada perdida o un mensaje. Nada.
No estaba seguro de qué había esperado, Beatriz ni siquiera estaba al tanto de que él conocía la verdad, así que era natural que siguiera creyendo que entre los dos las cosas estaban bien.
Y de todos modos, ¿qué habría hecho si ella lo hubiera llamado? ¿Pedirle explicaciones? ¿Hablarle de que se sentía traicionado? ¿De qué le iba a servir eso?
Ni siquiera tenían una relación formal.
Él le había confesado que estaba enamorado de ella y había dado por supuesto que lo que compartían no solo era intenso y sincero, sino también mutuo. Pero quizás había sido un error. Al fin y al cabo, Beatriz jamás había dicho nada al respecto y Marcela había hablado de la relación entre ella y Armando en presente.
¿Por eso se había presentado él en su oficina apenas un momento después de llegar a Bogotá?
Las dudas crecían sin control en su mente, minando todo lo que antes había considerado certezas. Y lo peor era que para enfrentarse a todo aquello de nada le servían sus experiencias previas. Con ninguna mujer había compartido lo que ellos compartían, por ninguna había sentido lo que sentía por ella. Y aunque su lado más racional le repetía una y otra vez que ya estaba, que no había nada que hacer y que había llegado el final, otra parte de su ser guardaba una pequeña esperanza.
Unos golpes tímidos en la puerta de su apartamento llamaron su atención, pero decidió ignorarlos. Si el conserje tenía algo que decirle, que le llamara luego por teléfono. Aunque tampoco pensaba atenderlo.
De la colección de vinilos que había heredado de su padre seleccionó Dido y Eneas, lo colocó en el viejo tocadiscos del salón y ajustó la aguja. La música apenas había empezado a sonar cuando volvieron a golpear la puerta, esta vez con más fuerza.
— ¿Qué es tan urgente que no puede avisarme por teléfono, Tomás? — Preguntó molesto, mientras abría.
Bajo el dintel, la mujer que ocupaba sus pensamientos lo miraba con sus grandes ojos marrones muy abiertos.
— Me dejaron subir sin avisar. Como ya me conocen...
Desconcertado, Daniel asintió con la cabeza y se apartó para dejarla pasar. Una vez más, Beatriz Pinzón Solano irrumpía en su mundo y le cambiaba los planes, dejándolo sin armas.
La observó un momento, mientras ella dejaba su bolso en la mesa y se giraba para mirarlo, apretando las manos con nerviosismo. ¿Cómo podía una mujer que lo miraba así ser una mentirosa?
Por mucho que Marcela le hubiera advertido de lo perversa que era, Daniel no podía ver a Beatriz y no creer en la historia que contaban sus ojos.
Pero debía ser cauto. Debía protegerse y actuar con la mente fría, sin emociones.
— No esperaba verla hoy.
Su tono salió más seco del que habría deseado y ella hizo una pequeña mueca, pero no desvió la mirada.
Beatriz era valiente y esa era otra de las cosas que a él tanto le gustaban. Como aquel día después del cóctel, cuando lo había besado con ímpetu, cambiando para siempre el rumbo de su relación.Le costaba hacerse a la idea de que quizás ya no hubiera más noches como esa.
La música suave de la ópera teñía la escena de un matiz extraño, casi irreal. Todo se sentía cargado de tensión y significado, como si la música fuera un augurio de lo que Daniel podía perder.
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En el reflejo de sus ojos
FanficBeatriz Pinzón y Daniel Valencia son enemigos naturales. Por principio y por su historia, se detestan. Pero cuanto más tiempo pasan juntos, más difícil se vuelve el recordarlo.