Capítulo XX

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Apartó con una mano a la muchacha que intentaba besarle el cuello y se puso de pie, con el ceño fruncido y la frente arrugada de tensión.

— Ni se le ocurra bajarse del carro, ¿oyó? ¡Esto es serio! ¡No solamente se está jugando su pellejo sino también el mío!

Armando gritaba como un energúmeno al otro lado de la línea.

Sosteniendo el celular entre la cabeza y el hombro, Mario sacó unos billetes y los dejó sobre la barra, mientras pronunciaba las palabras "emergencia, luego hablamos" sin emitir sonido. La rubia lo miró con una mezcla de rabia y frustración.

— Cálmese, hermano, ¡por dios! ¡Entre en razón! Si usted ahora se baja y le monta una escena de celos, ¿qué cree que va a pasar, ah? ¡No solo es la presidenta, es la dueña de la empresa! Y después de la última colección, hasta su papá confía más en ella que en nosotros. Mejor dicho, ¡nos tiene en sus manos! ¡Piense!

A veces era muy difícil razonar con su amigo. Siempre había sido demasiado neurótico, irascible y con una muy baja tolerancia a la frustración, pero últimamente estaba fuera de sí. La tontería esa del dizque enamoramiento se le había ido de las manos y se estaba transformando en un problema para Mario, que sabía que el asunto tenía más que ver con su orgullo herido que con el amor.

Se metió en su carro, cerró la puerta y miró la hora en el reloj en su mano izquierda. Su mente corría a toda velocidad, calculando riesgos y organizando estrategias.

— Mire, el primer paso ya está dado. Los vio juntos y en vez de bajarse a romperle la cara a su cuñado, me llamó. ¡Así que muy bien, muy bien! ¡Casi está de vuelta en el lado de la civilización, Tarzán! — Armando lo llamó idiota, pero Mario sonrió igualmente —. A todo esto, ¿usted cuánto tiempo lleva ahí en el carro esperando a Betty? ¿Qué excusa le puso a Marcela? Mire que no me la puede descuidar ahora...

Quejas al otro lado del teléfono. Amenazas con querer dejarla porque tenía la absurda idea de que quizás así podría recuperar al monstrete. Un pensamiento caótico detrás del otro. Menos mal que Armando tenían a un amigo como él para salvarlo de sí mismo.

— Cálmese y escúcheme, Mendoza. Ahora tenemos que irnos con mucho cuidado. Valencia siempre fue un peligro y Betty no solo nos odia, sino que sabe demasiado. Si esos dos están juntos, usted y yo estamos en problemas. Le voy a dar una dirección y ahí lo espero. Necesitamos un plan.





Armando no daba señales de vida.

Antes al menos le contestaba el celular y se inventaba mentiras, pero últimamente ni siquiera se tomaba esa molestia.

Marcela lo había descubierto preguntando por Beatriz a las secretarias, intentando averiguar cuánto tiempo había pasado desde que había salido de la empresa, quizás con la intención de seguirla. Cuando le preguntó qué estaba haciendo, él puso una excusa y se montó al ascensor sin darle un beso de despedida ni  preguntarle si estaba bien.

Patricia, en cambio, se dio cuenta de inmediato de que había estado llorando e incluso se ofreció a acompañarla hasta su apartamento, a cambio de que después le diera dinero para el taxi.

Por mucho que intentara no pensar en esas cosas, por mucho que las justificara mil veces en su mente, esta vez no podía pasar por alto la poca atención que Armando le prestaba a sus emociones.

¿Por qué la trataba así? ¿Acaso ella no le había dado todo y más, no le había ofrecido su alma y su cuerpo sin restricciones? ¿No se merecía por eso aunque fuera un poco de amor?

Abrazó la almohada con más fuerza y se permitió llorar sin intentar contenerse, sin decirse a sí misma que tenía que ser fuerte, que todo valdría la pena porque, al final, él sabría ver que nadie nunca lo amaría como ella lo amaba.

En el reflejo de sus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora