Armando Mendoza no estaba solo. A su lado, como un buitre que sobrevuela la carroña, Mario Calderón le hablaba con una mano apoyada sobre su hombro y la otra dándole golpecitos en el pecho.
Beatriz, que había llegado antes de la hora acordada, los observó desde la distancia. La escena hacía que se le revolviera el estómago. ¿Así habían sido las conversaciones entre ellos cuando decidieron usarla, uno susurrando palabras venenosas y el otro entregándole su intimidad? Una víbora manejando a un títere sin moral.
Eran repugnantes.
Y ahora que por fin veía la realidad, le dolía darse cuenta de lo tonta que había sido.
El expresidente de Ecomoda sacudió el hombro y apartó a su amigo de un manotazo. Intercambiaron un par de palabras más antes de que Calderón se despidiera y se marchara por una de las puertas laterales, no sin antes detenerse a saludar a dos mujeres que parecían modelos.
Betty aprovechó el momento de distracción para acercarse y ocupar una silla, sin quitarse el bolso ni el abrigo. No pensaba pasar allí más tiempo que el necesario para lo que había venido a hacer.
— ¿Por qué no le dice a don Mario que se quede? — Armando Mendoza se sobresaltó y la miró casi con miedo, como un ladrón atrapado en el acto—. Me imagino que el plan para chantajearme lo prepararon juntos, así que no creo que haga falta disimular.
No había agresividad en su voz, solo una frialdad amenazante.
— Beatriz, no es lo que usted piensa…
— Por favor, no empecemos, doctor —le soltó con menosprecio—. Nunca es lo que yo pienso, ¿no? Siempre hay una excusa, una explicación para todo. Mejor dígame qué quiere y acabemos con esto de una vez, ¿sí?
Él estaba desarmado. La máscara cínica con la que se había enfrentado a ella esa mañana en Ecomoda se le había caído y era evidente que no sabía cómo plantarle cara.
— Yo no la quiero chantajear, Beatriz — se defendió, intentando parecer ofendido.
— Ah, ¿no? ¿Y entonces por qué me amenazó esta mañana con hablar con mi papá? — Ladeó un poco la cabeza mientras hablaba, todavía conservando una calma que a él le resultaba claramente inquietante.
— Vea, quizás el método no fuera el mejor —concedió, gesticulando como si intentara controlar sus emociones—, pero usted no me dejó más alternativas. Necesitábamos hablar, nos debíamos una conversación.
— Una vez más es usted diciéndome a mí lo que necesito o no necesito —señaló ella entre dientes.
Toda la rabia acumulada, todas las palabras que se había guardado estaban buscando salir. Pero no como una explosión, sino como dagas afiladas que se lanzan en el momento adecuado. Armando Mendoza la había citado en el Mesón de San Diego con la esperanza de recordarle que alguna vez habían sido cómplices, pero no había calculado que la mujer que ahora lo enfrentaba era muy distinta de aquella a la que él se encargó de matar.
— Es curioso, da igual lo que yo le diga, usted siempre decide por mí —continuó—. Le pedí mil veces que me dejara en paz, le dije que lo único que tenemos en común es Ecomoda… pero insiste e insiste. ¿Qué quiere, doctor? ¿Por qué no vive su vida y me deja tranquila vivir la mía?
— ¿Y con quién quiere vivir esa vida, ah? ¿Con Daniel Valencia? —Le soltó él, subiendo el tono de voz y atrayendo un par de miradas despectivas—. No me puede decir eso, Beatriz, no se lo acepto. ¿O tan rápido se olvidó de lo que vivimos? Y qué casualidad que pase de un accionista de Ecomoda a otro, ¿no?
— ¿Qué insinúa? — Preguntó con tranquilidad. Se dio cuenta en ese momento de que le debía ese aplomo a Daniel. Con él se había entrenado en el arte de no dejarse amedrentar, con él había obtenido la confianza que ahora la mantenía en calma. Apretó un poco más el teléfono que llevaba en la mano izquierda y casi sonrió.
Armando Mendoza la miraba como si tuviera frente a sí a un alien.
— ¿Qué le pasa, Betty? ¡Por dios! ¿Me va a decir que no es extraño? — Le respondió, con un tono más desesperado que acusatorio—. ¿Qué quiere que piense? Primero acepta que ponga Terramoda a su nombre, permite que sus abogados hagan efectivo el embargo, me entrega a la junta y se queda con mi cargo... ¿Y ahora de pronto me entero de que tiene una relación con mi peor enemigo?
Un mesero se acercó a la mesa y él le ladró "ahora no" antes de volver a mirarla con ojos desorbitados.
— ¿Por qué me hace esto, Betty? ¿Me quiere destruir? No la reconozco... No puede haberse olvidado de lo que usted y yo vivimos —bajó la voz hasta convertirla casi en una súplica—, ¡de lo que usted y yo fuimos! — Extendió la mano derecha para tomar la suya, que ella se apresuró a retirar—. Dígame que no siente nada, dígame que su cuerpo no extraña el mío. ¡Pero dígamelo mirándome a los ojos! Porque no le creo que haya encontrado lo que yo le daba en ese cretino de Daniel Valencia.
¿De verdad se estaba comparando con Daniel? ¿Con el hombre que la había amado exactamente como ella quería, con el que era capaz de encenderla con una mirada y de tocarla de tal modo que no necesitaba más para sentirse plena?
No pudo evitar una risita ahogada. Y entonces, Armando Mendoza estalló en gritos.
— ¡Me está matando, Beatriz! ¿Eso quiere? ¿Enloquecerme? ¿Quedarse con todo y repartírselo con él? — Las personas de las mesas cercanas los miraban con reproche. Un par de meseros parecían estar hablando entre ellos como debatiéndose si intervenir o no —. ¡No se lo voy a permitir! ¿Me oyó? ¡Voy a hablar con su papá si es necesario, para que la saque de la empresa! Voy a hacer que Marcela me apoye y le aseguro que Daniel no se va a salir con la suya. ¡No se va a quedar con mi empresa, no señor! ¡Y no se va a quedar con mi mujer!
Cuando una voz preguntó a su espalda "¿Qué mujer, Armando?" , pareció como si alguien le hubiera disparado. Se detuvo en seco, mirando a Beatriz con una mezcla de miedo y ruego, como un animal atrapado. Ella levantó la mano en la que sostenía el celular y apretó el botón rojo para finalizar la llamada.
Marcela Valencia le devolvió el teléfono a su hermano, que estaba de pie junto a ella, y volvió a preguntar, con voz helada, "¿Qué mujer?".
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En el reflejo de sus ojos
FanficBeatriz Pinzón y Daniel Valencia son enemigos naturales. Por principio y por su historia, se detestan. Pero cuanto más tiempo pasan juntos, más difícil se vuelve el recordarlo.