Capítulo XVI

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La presidenta de Ecomoda se quitó las gafas y se frotó los ojos con cansancio. Sentía la tensión acumularse en los músculos de su cuello y de su espalda. A pesar de que había intentado un par de veces aplicar las técnicas de meditación que le había enseñado Catalina Ángel, la ansiedad era más fuerte.

Tenía demasiadas cosas en la cabeza y era muy consciente de que se avecinaban tiempos difíciles, en los que tendría que tomar decisiones y enfrentarse a situaciones para las que no sabía si estaba preparada. También por consejo de doña Catalina, había reemplazado la vela azul que tenía a un lado de su computador por una amarilla. Ahora, más que serenidad, necesitaba claridad en su pensamiento.

Volvió a colocarse las gafas y respiró profundamente un par de veces. El balance estaba bien, los informes eran claros y las propuestas prácticas. Había revisado todo tres veces, una con Nicolás y su papá y las otras dos por su cuenta.

De hecho, la noche anterior la había pasado prácticamente en vela frente al computador de su cuarto, comprobando obsesivamente todos los detalles. No podía permitirse ningún error.

Y es que no solo tendría que volver a enfrentarse a una junta directiva cuando el recuerdo de la última todavía le provocaba náuseas, sino que además tenía otros frentes abiertos que complicaban las cosas.
Por un lado, estaban sus obligaciones como presidenta de una empresa que todavía no había salido de deudas. Las predicciones eran buenas, pero hasta que la colección no empezara a venderse y los puntos de venta a ofrecer las asesorías, no sabría si realmente su idea había sido el éxito que esperaba. Además, había que poner en marcha las franquicias, pero no estaba claro cuándo podría empezar a planear la próxima colección. Hasta que Hugo Lombardi volviera de sus vacaciones, no era seguro que pudiera seguir contando con él como diseñador.

Y como si todo aquello no fuera suficiente, además tenía que lidiar con la inestabilidad de su vida personal.

El viaje de Armando Mendoza no había servido de nada para aplacar su necesidad de controlarla. Por el contrario, parecía más decidido que nunca a no dejarla tranquila.

No solo habían tenido esa horrible discusión en la puerta del bar unos días antes, sino que la noche del lanzamiento se había dedicado a observarla con la atención de un perro que ha escogido a una presa. Desde luego, aquello no había hecho sino empeorar su relación con doña Marcela.

La mujer se había pasado toda la noche haciendo comentarios irónicos e hirientes cada vez que tenía la oportunidad. Ataques indirectos, pequeñas humillaciones destinadas a hacerle saber que se encargaría personalmente de que su vida en Ecomoda fuera un infierno mientras estuviera en sus manos.

La sola idea de tener que verlos a ellos dos y al desgraciado de Mario Calderón esa mañana en la sala de juntas le provocaba náuseas.

Pero de todo eso, lo que más le preocupaba era Daniel.

La última vez que se habían visto, le había confesado que estaba enamorado de ella. Desde entonces, Betty no podía evitar que se le acelerara el pulso cada vez que pensaba en él.

La complicidad que compartían la hacía sentir completa. Quererlo era sencillo, intenso, libre. Todo era tan fácil cuando solo eran ellos dos compartiendo intimidad... Pero había una realidad a la que tendrían que enfrentarse más pronto que tarde y ese pensamiento la angustiaba.

Aunque habían hablado por teléfono durante el fin de semana, no había sido capaz de sacar la conversación sobre la naturaleza de su relación. Era evidente que, ahora que las cartas estaban sobre la mesa, las cosas iban a cambiar.

Pero cada vez que intentaba hablar al respecto, la ansiedad se extendía por su cuerpo como un hormigueo. ¿Qué iba a decirle? ¿Que le daba miedo el futuro porque jamás había tenido una relación en la que no la trataran como algo a lo que había que esconder? ¿Que le aterraba más que nada en el mundo la posibilidad de que él descubriera su secreto y dejara de quererla? 

En el reflejo de sus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora