Capítulo XIII

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Esa mañana

Los últimos días habían sido ciertamente interesantes. Desde la noche en la que ella lo había citado en un bar y habían acabado en su apartamento, las cosas entre ellos dos habían cambiado.

Y como Daniel era Daniel y Beatriz era Beatriz, ambos habían llegado a la conclusión de que lo mejor era poner ciertas reglas.

La primera era que nada cambiaría en cuanto a su relación laboral. Sus intereses seguían siendo los mismos y lo que pasara de noche no debía afectar en modo alguno a los planes de Ecomoda.

La segunda era que lo que ocurría en la noche, pertenecía a la noche. Eso les permitía mantener el equilibrio y seguir comportándose exactamente igual a como lo habían hecho siempre, excepto en lo relacionado con sus citas nocturnas. No había miradas lascivas en los pasillos de la empresa, nada de comentarios inapropiados. Pero una vez que la presidenta y el accionista acababan su jornada, en ese espacio no había ningún tipo de reservas.

Bastaba con que alguno de los dos le enviara un mensaje al otro con una hora y un lugar para activar el deseo, como un reflejo pavloviano.

Era un buen sistema. Esa división arbitraria les permitía disfrutar sin culpas, sin miedos, sin sentir que estaban traicionando a nadie al omitir el pequeño detalle de que se estaban acostando.

Pero aquella delicada línea invisible no siempre era tan sencilla de mantener, porque a veces el accionista se distraía sin querer al recordar los labios o alguna curva del cuerpo de la mujer. O, peor aún, algo de lo que hacía la presidenta le resultaba sumamente atractivo y no podía dejar de pensar en ello hasta la noche.

Y eso era justamente lo que acababa de pasar. Ella había contestado a una llamada y había usado un tono de mando que él no le conocía. Verla así, decidida y enfática, tan segura de sí misma, le parecía estimulante. No le importaría que más tarde le diera un par de órdenes en la cama.

Pero había que respetar la frontera, había que mantener un orden. Así que no comentó nada y se limitó a esperarla en su oficina mientras ella bajaba a solucionar lo que fuera que estuviera pasando en la zona de producción.

En eso estaba cuando la puerta de presidencia se abrió sin previo aviso, dando paso a un rostro cuya sola presencia lo fastidiaba. Al parecer, el idiota de su cuñado ya había regresado de su viaje.

— ¿No te han enseñado a tocar, Armandito?  Te recuerdo que esta ya no es tu oficina — dijo a modo de saludo y continuó revisando los papeles. Tenía que admitir que ahora entendía mejor lo mucho que le molestaba a Beatriz cuando él mismo entraba sin avisar.

— Tampoco es la tuya, Daniel — respondió el otro hombre, con ese tono venenoso que reservaba para él —. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás hurgando en los papeles de Beatriz?

— Nada que sea de tu incumbencia — contestó, indiferente —. ¿Y cómo te fue con las franquicias? ¿Lograste cerrar algún negocio o solo te dedicaste a traicionar a Marcela internacionalmente?

Armando fingió una risa lenta y sarcástica.

— ¿No has pensado en buscar trabajo en el circo, Daniel? Me parece que necesitan a alguien para hacer de payaso.

— Aquí el único payaso eres tú — le soltó, con una mezcla de desprecio y desinterés —. Payaso, mentiroso y para colmo incompetente. Aunque eso sí, tengo que reconocerte una virtud, eres un hombre tenaz. Nunca te cansas de hacer el ridículo.

Se miraron en silencio un momento. Armando, con el odio reflejado en la cara. Daniel, con una sonrisa burlona.

— Todavía no me has contestado qué haces aquí tú solo — le insistió, evidentemente contrariado —. ¿Dónde está Betty?

En el reflejo de sus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora