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Capítulo 44

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Capítulo 44. Pesadillas

Hazael observó el bosque con una mezcla de fastidio y aprensión. La neblina, espesa como una manta vieja, se aferraba a los árboles y le impedía ver más allá de sus narices. Ni siquiera podía distinguir sus propias extremidades, como si el mundo a su alrededor se hubiera reducido a un vacío blanquecino. Resopló, frustrada. Llevaba algunas semanas soñando con ese mismo lugar, y la monotonía de revivir la misma escena una y otra vez comenzaba a volverla loca.

Tragó saliva, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de ella. El viento susurraba entre las copas de los árboles, pero había algo en ese sonido, algo que le erizaba la piel. Dio un par de pasos hacia adelante, cada crujido de las hojas húmedas bajo sus pies descalzos resonaba en sus oídos como un trueno en la distancia. Levantó las manos, temerosa de golpear algún tronco invisible o ser atrapada por ramas que se escondían en la penumbra.

Entonces, el aullido de un lobo cortó el silencio. El sonido, profundo y lleno de misterio, la hizo detenerse. Un rayo de esperanza atravesó su corazón. ¿Por fin, después de tantas noches, el sueño le permitiría avanzar más allá de este bosque lúgubre y sofocante? Sin pensarlo dos veces, corrió en dirección al aullido, sus pies moviéndose con una urgencia desconocida. El viento, ahora helado, le azotó el rostro, enviando escalofríos por su columna vertebral.

A medida que se adentraba en el bosque, algo cambió. Los árboles, antes meras sombras en la niebla, comenzaron a revelarse, grotescos y retorcidos. Sus ojos marrones captaban cada detalle con una nitidez aterradora. Pero, justo cuando pensaba que estaba alcanzando algo, un sonido más inquietante la detuvo en seco. Un llanto, agudo y desesperado, resonaba en la distancia. El llanto de un bebé.

Su ceño se frunció, su mente luchando por comprender lo que estaba ocurriendo. Giró sobre sí misma, buscando el origen del sonido. El familiar eco de sus pasos la llevó a un claro, uno que no recordaba haber visto antes. El pasto era de un verde vibrante, las flores de colores brillantes, una visión que contrastaba brutalmente con la oscuridad que la rodeaba. En medio del claro, un pequeño bulto blanco sollozaba con fuerza.

El corazón de Hazael latía con furia en su pecho mientras se acercaba, cada paso lleno de duda. ¿Había sido el bebé abandonado? Miró a su alrededor, buscando algún signo de sus padres, pero el claro estaba desierto. Solo ellos dos, atrapados en este extraño paraje.

Con manos temblorosas, recogió al bebé. Sus ojos se encontraron con los de la criatura, que la miraba con los párpados apenas abiertos. Pero entonces, todo a su alrededor comenzó a marchitarse. Las flores se desvanecieron en polvo, el pasto se volvió una maraña de maleza oscura. Hazael retrocedió, horrorizada, pero su mirada volvió al bebé que sostenía.

Y lo vio. Un par de pequeños ojos rojos, la observaban con una intensidad que la hizo sentir como si el suelo estuviera a punto de desmoronarse bajo sus pies.

SOUL | Paul LahoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora