3- Bajo mi piel

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Alejandro

No podía quitarme de la cabeza el sonido de su voz ni la manera en que se iluminaban sus ojos cuando hablaba. Cada palabra de Carolina era como un anzuelo que me atrapaba más y más. Nunca había conocido a alguien así, alguien que me hiciera sentir tanto con tan poco. Me desperté esta mañana sabiendo que la necesitaba más cerca. No bastaba con un par de encuentros y algunas llamadas. Necesitaba tenerla bajo mi control, saber que era mía y de nadie más.

Llevaba días planeándolo, como un cazador acechando a su presa. Y como cazador, sabía que tenía que ser paciente, estratégico. Pero la impaciencia comenzaba a carcomerme, como una enfermedad que se extendía por mi cuerpo. Estaba obsesionado, pero eso no era nada nuevo. Siempre había sido así, incapaz de controlar mis impulsos cuando algo se me metía en la cabeza. Y Carolina... ella era diferente. Ella era especial.

Me pasé la mañana enviándole mensajes. Quería que supiera que estaba pensando en ella, que no podía sacármela de la cabeza. Le pregunté sobre su día, qué estaba haciendo, con quién estaba. Cada respuesta me hacía sentir como si estuviera acercándome más a ella, pero también encendía algo oscuro dentro de mí. La idea de que pudiera estar con alguien más, de que alguien más pudiera verla sonreír, escuchar su risa, me hacía hervir la sangre.

Cuando finalmente me respondió, sentí una mezcla de alivio y ansiedad. Me dijo que estaría en casa después del trabajo y que podíamos vernos si quería. Sonreí al leer el mensaje. Por supuesto que quería verla. No había nada que deseara más en ese momento. La idea de estar cerca de ella, de tenerla solo para mí, era lo único que importaba.

La esperé afuera de su apartamento esa noche, mis manos en los bolsillos mientras me apoyaba contra la pared. Había comprado flores, algo que nunca hacía, pero por alguna razón, quería impresionarla, hacerla sonreír. Cuando la vi acercarse, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Ella no me vio al principio, absorta en su teléfono, pero cuando levantó la mirada y me vio, su rostro se iluminó, y una sonrisa se dibujó en sus labios.

-Alejandro, ¿qué haces aquí? -preguntó, con una mezcla de sorpresa y alegría.

-No podía esperar para verte -respondí, entregándole las flores. Observé con satisfacción cómo su rostro se suavizaba mientras las tomaba.

-Son preciosas, gracias -dijo, y pude ver un ligero rubor en sus mejillas.

Entramos en su apartamento, y aunque traté de mantener la calma, no podía evitar mirar a mi alrededor, tomando nota de cada detalle. Era un espacio acogedor, con fotos familiares en las paredes y libros apilados en cada esquina. Pero lo que más me llamó la atención fue lo vivido que se sentía, como si cada rincón tuviera una historia que contar.

Nos sentamos en el sofá, y ella comenzó a hablar sobre su día, su trabajo, su vida. Escuchaba cada palabra con atención, pero mi mente estaba en otra parte. Quería más de ella, más de su tiempo, más de su atención. Quería que pensara en mí tanto como yo pensaba en ella.

-He estado pensando en nosotros, Carolina -dije, interrumpiéndola suavemente. Ella me miró, confundida, y vi un destello de preocupación en sus ojos.

-¿Qué quieres decir? -preguntó, con un tono cauteloso.

Me incliné hacia adelante, tomando su mano en la mía. -Quiero que seamos más que esto. No puedo sacarte de mi mente. Desde el momento en que te vi, supe que había algo especial entre nosotros. Quiero que seas mía, solo mía.

Ella apartó la mirada, su mano temblando ligeramente en la mía. -Alejandro, es muy pronto... Apenas nos conocemos...

Sentí una punzada de frustración, pero la enterré rápidamente. Forcé una sonrisa, intentando suavizar mi tono. -Lo sé, lo sé. Pero hay algo en ti, Carolina. Algo que me hace sentir como nunca antes. Sé que sientes lo mismo. Lo vi en tus ojos la última vez que nos besamos.

Ella no respondió de inmediato, y el silencio se hizo pesado entre nosotros. Finalmente, asintió lentamente, como si estuviera considerando mis palabras.

-Hay algo en ti también, Alejandro. Pero tengo miedo. No sé si estoy lista para esto, para algo tan intenso.

Su confesión me enfureció y me llenó de euforia al mismo tiempo. Quería decirle que no tenía por qué tener miedo, que yo cuidaría de ella. Pero al mismo tiempo, quería gritarle que ya era demasiado tarde, que no podía simplemente alejarse ahora que había entrado en mi vida.

-No tienes que tener miedo de mí -le dije suavemente, acariciando su mejilla con mi pulgar-. Solo quiero hacerte feliz. Quiero ser la persona en la que pienses al final del día y la primera que busques al despertar.

Carolina cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso. Sabía que estaba rompiéndose, que mis palabras la estaban alcanzando. Lentamente, se inclinó hacia mí, apoyando su cabeza en mi hombro. Sentí una oleada de triunfo. La tenía exactamente donde quería.

Pasamos el resto de la noche juntos, hablando en susurros y compartiendo secretos que parecían más profundos de lo que realmente eran. Cada palabra que decía, cada gesto, era un paso más hacia su completa rendición. Y yo lo disfrutaba. Disfrutaba ver cómo sus paredes se desmoronaban, cómo comenzaba a confiar en mí más de lo que confiaba en sí misma.

Cuando la noche terminó, me levanté para irme, pero antes de que pudiera salir, me detuvo.

-Alejandro, prométeme algo -dijo, su voz apenas un susurro.

-Lo que quieras -respondí, volviéndome para mirarla.

-Prométeme que siempre serás honesto conmigo. Que no me harás daño.

Una sonrisa oscura cruzó mi rostro. No podía prometerle eso, no realmente. Porque sabía que ya estaba jugando con fuego, y que tarde o temprano, alguien se quemaría. Pero en ese momento, estaba dispuesto a decir lo que fuera necesario para mantenerla en mi red.

-Te lo prometo, Carolina. Nunca te haría daño. Nunca.

Y cuando vi la confianza en sus ojos, supe que había ganado otra batalla. Pero la guerra estaba lejos de terminar. Ella aún no sabía cuánto estaba dispuesto a hacer para mantenerla a mi lado. Pero lo descubriría. De eso estaba seguro.

Obsesión peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora