Carolina
No pude dormir en toda la noche. La imagen de Alejandro se repetía en mi mente como una película rota, proyectando su mirada intensa y su media sonrisa, esa que me hacía sentirme desnuda, vulnerable, como si pudiera ver más allá de lo que soy. Me giré en la cama una y otra vez, pero era inútil. Su rostro estaba ahí, persiguiéndome, reclamando un espacio en mi mente que yo no había decidido darle.
Intenté convencerme de que era solo el efecto de la noche anterior, el alcohol y el ambiente de la discoteca. Pero cada vez que cerraba los ojos, sentía ese mismo escalofrío recorrer mi espalda. ¿Qué tenía ese hombre que me hacía sentir así? Como si una parte de mí hubiera estado esperando toda la vida a ser encontrada por alguien como él. Una parte de mí que ni siquiera sabía que existía.
El día siguiente pasó en una bruma. Las reuniones en el trabajo, los correos, los saludos de mis compañeros... todo se desvaneció en un segundo plano. Y aunque intenté centrarme, cada sonido del teléfono, cada vibración, me hacía saltar el corazón. Esperaba un mensaje suyo, un indicio de que la conexión que sentí no había sido solo producto de mi imaginación.
Finalmente, alrededor del mediodía, mi móvil vibró. Lo tomé con manos temblorosas y leí su nombre en la pantalla. No sabía cómo había conseguido mi número, pero en ese momento, la lógica no importaba. Había algo en Alejandro que trascendía lo racional.
"Hola, Carolina. No puedo dejar de pensar en anoche. ¿Puedo verte esta noche?"
Su mensaje era simple, directo, pero cargado con esa intensidad que había sentido la noche anterior. Dudé por un segundo, mis dedos suspendidos sobre la pantalla. Algo en mi interior me decía que debía tener cuidado, que había algo peligroso en él. Pero esa advertencia se ahogó rápidamente en la ola de adrenalina que sentí.
"Sí, me encantaría verte."
En cuanto envié la respuesta, una mezcla de emoción y temor me invadió. Miré la pantalla, esperando su respuesta, que no tardó en llegar. Nos citamos en un restaurante pequeño, un lugar discreto que conocía bien, uno que me hacía sentir segura. Quizá era mi subconsciente intentando mantener el control, aunque solo fuera un poco.
Esa noche, mientras me arreglaba, mi nerviosismo creció. Me miré al espejo, buscando algo que no reconocía del todo. ¿Por qué me estaba esforzando tanto? Era solo una cena, me repetí una y otra vez, pero en el fondo sabía que era más que eso. Alejandro tenía una manera de desarmarme sin siquiera intentarlo, y eso me aterraba.
Cuando llegué al restaurante, él ya estaba allí, esperando en una mesa al fondo. Al verme, se levantó y me dedicó una sonrisa que me hizo olvidar todo el nerviosismo de golpe. Me acerqué, tratando de mantener la calma, pero mis piernas temblaban ligeramente.
-Hola, Carolina -dijo, con esa voz grave que me envolvía como una caricia.
-Hola, Alejandro -respondí, y su nombre se sintió extraño en mis labios, como si fuera demasiado íntimo.
La cena transcurrió en una mezcla de charla trivial y preguntas profundas. Alejandro quería saberlo todo de mí: mis gustos, mis miedos, mis sueños. Y aunque normalmente habría sido cautelosa, con él era diferente. Sus preguntas eran como llaves que abrían puertas en mi interior que yo no sabía que existían.
Había algo en su mirada que me hacía sentir expuesta y segura al mismo tiempo. Como si pudiera leerme de un vistazo y, a la vez, ofrecerme un refugio. Pero esa sensación venía acompañada de una sombra, una oscuridad que se cernía sobre cada palabra, cada sonrisa.
En algún momento, nuestras manos se encontraron sobre la mesa. Su tacto era cálido, firme, y me sentí atrapada en esa conexión. Quería apartarme, romper el contacto, pero no podía. Había algo en él que me atraía como un imán.
-Me haces sentir algo que no puedo explicar -dijo de repente, sus dedos acariciando los míos.
-¿Qué sientes? -pregunté, mi voz apenas un susurro.
-Como si finalmente hubiera encontrado algo que he estado buscando toda mi vida. -Su confesión fue como un golpe, y no pude evitar el escalofrío que recorrió mi espalda.
Dejé que sus palabras se hundieran en mí. La intensidad de su mirada, la forma en que sus dedos apretaban los míos, todo me decía que estaba cruzando una línea, una que no podría deshacer una vez atravesada. Pero, por alguna razón, una parte de mí quería dar ese paso, quería ver qué había al otro lado.
-Yo también siento algo -admití, casi en contra de mi voluntad.
Su sonrisa se amplió, y en sus ojos vi un brillo que me hizo temblar. No sabía lo que estaba haciendo, pero lo que sí sabía era que Alejandro iba a cambiar mi vida de una forma que no podía prever. Sentía que me estaba adentrando en algo oscuro, algo peligroso, pero ya no había vuelta atrás.
Esa noche, mientras caminábamos hacia mi coche, Alejandro se detuvo de repente. Me giré para mirarlo, y antes de que pudiera preguntar qué ocurría, me atrajo hacia él, sus labios capturando los míos en un beso que fue todo menos suave. Fue intenso, exigente, como si estuviera reclamando algo que ya consideraba suyo.
Mi corazón latía con fuerza mientras correspondía, perdida en el torbellino de sensaciones que me provocaba. Pero incluso en medio del calor del momento, una pequeña voz en mi interior gritaba, advirtiéndome del peligro, del camino oscuro por el que estaba a punto de caminar.
Y sin embargo, en ese momento, no me importó. Estaba demasiado atrapada en su red, demasiado embriagada por su cercanía como para prestar atención a las advertencias. Todo lo que importaba era Alejandro y el fuego que había encendido en mí.
Mientras me alejaba en mi coche, mi mente estaba llena de su imagen, su toque, su voz. Y aunque sabía que algo en esta relación no estaba bien, no podía evitar desear más. Mucho más.
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Obsesión peligrosa
Roman d'amourAlejandro, un hombre con un pasado oscuro y controlador, se obsesiona con Carolina desde el momento en que la ve en una discoteca. Lo que comienza como una atracción intensa se transforma rápidamente en una relación tóxica, marcada por el control, l...