1- La primera mirada

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Alejandro

Las luces de la discoteca eran un juego de colores que danzaba sobre las cabezas de la multitud. El bajo retumbaba en mi pecho, sincronizado con los latidos de mi corazón. No suelo venir a lugares como este, pero esta noche algo me atrajo aquí, como si una fuerza invisible me guiara entre la gente, como un depredador buscando a su presa.

Y ahí estaba ella.

Al principio, no la noté. Solo era una chica más entre la multitud, moviéndose tímidamente, como si no perteneciera a ese lugar. Pero entonces, nuestros ojos se encontraron, y sentí una descarga que me recorrió todo el cuerpo. Ella era distinta, con su cabello oscuro cayendo en suaves ondas sobre sus hombros y unos ojos grandes y curiosos que parecían contener secretos que yo necesitaba descubrir.

Me acerqué lentamente, manteniéndome a una distancia segura. No quería asustarla... todavía. La observé mientras se dirigía a la barra y pedía una bebida, sus manos temblando ligeramente cuando tomó el vaso. Me encantó esa fragilidad, esa vulnerabilidad que emanaba de ella. Era como si pudiera romperse en cualquier momento, y yo quería ser quien la sostuviera... o quien la rompiera.

Finalmente, se dio cuenta de mi mirada. Nuestros ojos se cruzaron de nuevo, y vi cómo un leve rubor se extendía por sus mejillas. Desvió la vista rápidamente, pero ya era demasiado tarde. Yo la había visto. La había elegido.

Cuando salió a la terraza, supe que era mi oportunidad. La seguí, asegurándome de mantenerme lo suficientemente cerca como para sentir su perfume, una mezcla dulce y fresca que me embriagaba. Me acerqué sigilosamente y puse una mano en su hombro. Ella se giró, sus ojos llenos de sorpresa y algo más... ¿miedo, quizás?

—No quería asustarte —le dije, mi voz más suave de lo que esperaba. La cercanía de ella estaba despertando algo dentro de mí, algo que había mantenido enterrado durante mucho tiempo—. Solo quería saber tu nombre.

Ella me miró fijamente, como si intentara descifrar mis intenciones. Me quedé en silencio, dejándola sumergirse en mis ojos. Podía ver el conflicto en su rostro; quería confiar, pero algo en su interior le decía que se mantuviera alerta.

—Carolina —dijo finalmente, su voz apenas un susurro. Ese nombre. Era perfecto. Era como si encajara perfectamente en mi vida, como si siempre hubiera estado esperando escuchar su nombre.

—Yo soy Alejandro —respondí, extendiendo mi mano. Su tacto era suave y frío, pero no me soltó. Una chispa pasó entre nosotros, y supe que ella también la sintió.

Pasamos el resto de la noche hablando. Bueno, más bien ella hablaba y yo escuchaba. Cuanto más me contaba sobre su vida, más quería saber. Quería conocer cada detalle, cada pensamiento, cada miedo. Ella era como un libro abierto, y yo quería leer cada página.

Cuando llegó la hora de irse, insistí en acompañarla hasta su coche. No podía dejarla marchar sin más. Había algo en ella que me hacía querer protegerla, pero también poseerla, como si fuera un tesoro que acababa de descubrir. Cuando llegamos a su coche, me incliné hacia ella y la besé. Fue un beso suave al principio, pero cuando sentí cómo respondía, la intensidad creció. Sus labios eran como una droga, y yo quería más.

Me aparté un poco, mirándola a los ojos. Estaban entrecerrados, llenos de algo que no podía identificar. Quizás una mezcla de deseo y confusión.

—No puedo dejar de pensar en ti —le confesé, mi voz ronca por la necesidad. Y era verdad. Desde el momento en que la vi, supe que no podría sacarla de mi mente. Ella era como una melodía pegajosa que se repetía una y otra vez en mi cabeza, cada vez más fuerte.

Ella no dijo nada, solo me miró. Podía ver la batalla en su interior, la lucha entre la atracción y la razón. Pero yo sabía que ganaría. Siempre lo hago.

—Nos veremos pronto —dije, mi voz una mezcla de promesa y advertencia.

Ella asintió lentamente y se subió a su coche. Me quedé allí, viendo cómo se alejaba, una sonrisa dibujándose en mi rostro. Sabía que esto era solo el comienzo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría ir. No hasta que la tuviera completamente. Hasta que cada parte de ella me perteneciera.

Obsesión peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora