22- El Dolor en la Intimidad

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Carolina

La noche había comenzado con una promesa de intimidad y un intento de reconectar. Alejandro y yo estábamos en un momento en el que necesitábamos algo más que palabras; necesitábamos sentirnos unidos de una manera que habíamos estado evitando. Las discusiones y las tensiones recientes parecían desvanecerse en la atmósfera cargada de la habitación, y una parte de mí esperaba que esta noche nos acercara más.

Alejandro estaba especialmente atento. La habitación estaba a media luz, con velas esparcidas por las mesas de noche y una música suave de fondo. Todo estaba preparado para una noche de reconexión que esperábamos ansiosamente. Me besó con una intensidad que me hizo recordar por qué nos habíamos enamorado en primer lugar. Su piel contra la mía, el calor de su cuerpo, todo se sentía tan familiar y reconfortante.

Sin embargo, mientras nos envolvíamos en esos besos apasionados, empecé a sentir una molestia en el abdomen que inicialmente ignoré. Pensé que era solo parte de la emoción o del estrés que estaba acumulado. Pero pronto, la molestia se transformó en un dolor punzante que no podía ignorar. La sensación de presión y dolor fue creciendo, y me resultó difícil concentrarme en lo que Alejandro estaba haciendo.

Alejandro notó mi cambio de expresión. Se detuvo y me miró con preocupación.

—¿Qué pasa, Carolina? —preguntó, su voz llena de una preocupación que sólo acentuaba el dolor que sentía.

—Alejandro... —mi voz temblaba—. Siento un dolor muy fuerte. Creo que son contracciones.

La preocupación en sus ojos se intensificó, y la calma de la noche se desplomó en un caos. Las contracciones se hicieron más frecuentes y dolorosas, y cada ola de dolor me dejaba sin aliento. Alejandro estaba a mi lado, intentando mantener la calma mientras su mente corría en todas direcciones.

—Vamos al hospital —dijo con firmeza, su mano apresurada tomando la mía—. Vamos ahora.

Me ayudó a vestirme con una rapidez que contrastaba con el lento dolor que me embargaba. Cada paso hacia el coche era una tortura, pero el amor y la preocupación en los ojos de Alejandro me daban la fuerza que necesitaba para seguir adelante.

El trayecto al hospital fue una prueba en sí misma. Alejandro conducía a toda velocidad, su ansiedad palpable. Cada vez que las contracciones me golpeaban, me aferraba a su mano, tratando de respirar con dificultad. Sus palabras de aliento eran interrumpidas por mi dolor, y la noche se convirtió en un caos de desesperación y esperanza.

Finalmente, llegamos al hospital y fuimos recibidos por el personal médico. La atención que recibí fue rápida y profesional, pero el dolor no disminuyó de inmediato. Alejandro no se apartaba de mi lado ni por un segundo. Su rostro estaba pálido, su preocupación era tangible, y su apoyo fue un ancla en medio de la tormenta.

—Todo estará bien —dijo, su voz temblando—. Estoy aquí contigo.

Cuando el dolor finalmente comenzó a disminuir, me sentí exhausta pero aliviada. Alejandro se recostó a mi lado en la sala de espera, su mano entrelazada con la mía. La intensidad de la noche había sido una dura prueba, pero también una muestra de cuán profundamente estábamos conectados, a pesar de las dificultades.

—Lo siento —dije con voz cansada—. No esperaba que esto sucediera.

—No tienes que disculparte —respondió Alejandro, su voz suave y llena de ternura—. Lo importante es que estamos juntos y que vamos a superar esto. Te amo, Carolina.

Nos abrazamos en la penumbra de la sala de espera, y el silencio que compartimos estaba lleno de un entendimiento renovado. Aunque la noche había sido dura y llena de dolor, también nos había recordado el valor de nuestro amor y la importancia de estar juntos en los momentos difíciles.

La experiencia nos había acercado más, y mientras nos preparábamos para enfrentar los desafíos que nos aguardaban, sabíamos que la conexión que compartíamos era más fuerte de lo que habíamos imaginado. Aunque nuestro camino estaba lleno de incertidumbres, esta noche había demostrado que, a pesar de todo, había un profundo deseo de luchar por nosotros y por nuestro futuro.

Obsesión peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora