Es como mirar el mar desde las pequeñas ventanas del Merry

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Esa mañana Sanji despertó temprano y se quedó mirando a Zoro dormir por un momento antes de decidir que era mejor dejarlo descansar. Además, Sanji siente la vergüenza adueñarse de todo su ser por todo lo dicho y por lo que hicieron conscientes de sus sentimientos.

Se levanta, se da una ducha y va a preparar el desayuno con una sonrisa en sus labios que no puede quitar, aunque lo intentó varias veces.

Son todos llegando a cuenta gotas y con caras de trasnochados, pero alegres. Sanji también lo hizo, era el turno de Zoro de vigilar, pero toda la adrenalina, la alegría lo tiene en pie como si no hubiera estado jugando bajo esa manta y no hubiera estado mirando el anochecer junto a Zoro el resto de la noche.

Sanji está consciente de que tiene la mirada de todos sobre él, y es que no puede ocultar la felicidad que lo ahoga y explota a borbotones por todas partes.

Encogiéndose de hombros mentalmente y tarareando la canción que Brook seguramente tocó la noche pasada, termina de preparar los onigiri y los acomoda sobre un plato. Sanji mira y, sinceramente, desea poner un par de cosas más ahí, pero la risa de todos le recuerda que quizá cuando estén a solas podría hacerlo sin morir de vergüenza.

Se encoge de hombros y va a dejar el plato donde se sienta Zoro, justo cuando Zoro ingresa ese momento a la cocina. Se miran y Sanji siente la emoción removerse en sus entrañas. La sensación es tan dulce como el caramelo con el que baña las manzanas para Chopper, tanto que Sanji se retuerce totalmente, agitándose debajo de su piel.

—Oi cocinero, ¿¡qué estás haciéndoles a mis onigiri!?

—¡Qué dices, idiota marimo!

Y esa discusión es casi como un beso, uno que no comparten delante del resto.

Sanji mira de reojo a Zoro degustar sus onigiri hasta chuparse los dedos. Su sonrisa ya no cabe en su rostro y se siente idiota por no poder disimular. Así, la cara le dolerá todo el día por la sonrisa que no puede ni siquiera disimular.

No es una hora común en la que estén desayunando, suele ser mucho más temprano, pero con el banquete de la noche pasada, ahí están todavía bostezando, incluso Zoro.

—La isla está a la vista —informa Zoro y Nami rueda los ojos, obviamente porque Zoro olvidó decirlo en cuanto entró.

—La vi al venir, estaremos allá en una hora a lo mucho.

Sanji espera que lo designen a cuidar a Zoro o que designen a Zoro como su mula de carga, aunque no es que deba comprar más que para un par de días más hasta llegar a Dressrosa. Pero, aunque Sanji quiere, pierde al sacar la pajita más corta y debe quedarse a cuidar el barco.

Cuando Nami ordena las tareas de todos, porque se quedarán una noche allí, Sanji se resigna y empieza a recoger la mesa. Con la cabeza llena de dulces y tonterías, Sanji lava y enjuaga la loza, tarareando las notas de esa canción que bailó con Zoro. Afuera empiezan a apresurarse con los preparativos para dejar el Sunny. Hace tanto que no encontraba mágico y catártico el momento para lavar y dejar limpia toda la cocina.

Escucha la voz de Zoro diciendo quién sabe qué, y Sanji espera verlo antes de que se vaya de paseo junto a los demás. O que se quede.

La puerta de la cocina se abre y Sanji sonríe al ver su ilusión hacerse realidad. Es tan vergonzoso estar pensando así, deseando esas tonterías, pero se siente tan bien, calidez expandiéndose por todo su cuerpo. Zoro se acerca con una sonrisa burlona en su cara.

Algo entre nosotros - ZoSanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora