Dueto nocturno

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Una noche, mientras la algola intentaba adaptarse, despertó en la madrugada y vio a través de su pequeña ventana, que en el cielo había luna llena. Lo encontró muy bello y tuvo una idea.

Decidió salir del dormitorio que compartía con Cirrus, con el mayor sigilo. A pesar de los tablones viejos y de su altura, tenía la suficiente habilidad para caminar con un paso rápido y ligero por los pasillos envueltos en la espesa oscuridad, al caminar apenas dejaba un indistinguible rechinido en el suelo.

Sin embargo no lo suficientemente indistinguible para cierto ghoul...
Un ghoul que tenía insomnio casi todas las noches y tenía un oído muy agudo...

La algola llegó hasta una ventana que pudo abrir y salió de la abadía trepando por el material empedrado de los muros. Así hasta que llegó al tejado, se aseguró de dejar la ventana entreabierta.

Subió hasta el techo de la abadía, escaló por las tejas tratando de no tirar ninguna, y se sentó en la cima a contemplar la luna. El aire frío agitaba sus cabellos, y no le molestaba en absoluto la baja temperatura.

Entonces, de sus tranquilas respiraciones brotó la magia.

Su voz era un deleite para cualquier alma que estuviera oyendo, las melodías eran dulces, amables y embriagadoras.
Cualquiera que estuviera cerca se sentiría cautivado... atrapado...
Su canto era hipnótico.

Y alguien acababa de ser atraído, cada vez más cerca, caminando hacia ella como si no tuviera mente propia. Cuando ella se percató, se detuvo de repente, gruñó y en un fugaz instante saltó al ataque, derribando al sujeto que espiaba.

Estaba sobre él, mostrando sus afilados colmillos, gruñendo. Dos ojos brillantes la miraban como platos. Lo reconoció por el pelo rizado, era el ghoul que lanzó a la pared. Entonces frunció aún más el ceño con rencor.

Swiss debajo de ella, sacudió un poco la cabeza como si saliera del trance, y al ver su rostro enfadado, él sonrió mostrando sus blancos dientes. Ella resopló y se levantó de encima suyo, regresando a su lugar en el tejado, ignorando a Swiss. Él se levantó también, y la observó en silencio mientras caminaba lentamente hacia ella y se sentó a su lado.

—Ey— llamó Swiss —¿Oye, linda?--
Fue interrumpido por otro gruñido. —Oye, tranquila, no vengo a pelear.

La algola lo miró molesta y murmuró entre dientes.

—No me digas así...

—¿Eh?— dijo Swiss desconcertado —¿Qué dijiste? Que no te llame, ¿Cómo? ¿Linda?
Ella lo miró de nuevo con fastidio. —Está bien, está bien— dijo Swiss —Pero, ¿cómo quieres que te llame, entonces?

La algola guardó silencio y volvió a murmurar con su grave voz.
—Tengo un nombre.

Swiss la miró con una ligera sorpresa, y le dijo con emoción. —¿En serio? Y, ¿cuál es ese nombre tuyo? Ahora tengo curiosidad...

Ella miró hacia abajo y recordó...

. . .

Allí en la biblioteca, Cirrus solo hablaba de aquel hombre al que llamaba Eméritus I, y le contó que la sugerencia de su nombre había sido suya...

—Yo también quiero un nombre...— murmuró la algola de pronto. Cirrus la escuchó y la miró con ternura.

¡Claro! Lo había olvidado, ¿cómo te llamaré?— la algola miró hacia abajo un poco tímida y no dijo ninguna palabra.

¡Tengo una idea!— dijo Cirrus acariciándose el mentón.

En los estantes encontró el libro de mitología romana y ojeó las páginas en busca de su propio nombre.
Se lo enseñó a la algola y ella encontró la palabra "Cirro" siendo el nombre en latín "Cirrus".

Tretas GulescasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora