La necrófaga de fina educación pt.2

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En un instante había llegado aquella algola, al mundo humano y se acababa de perder en el bosque.

La noche estaba sumida en un silencio a veces roto por el sonido de animales nocturnos, el bosque estaba envuelto en total oscuridad, sin embargo la luz de la media luna y las estrellas que iluminaban el cielo pintaba el ambiente de un profundo tono de azul.

Mientras recorría el terreno, la algola encontró un extraño cementerio y se percató de que había otro ghoul cerca. Se asustó, pero por azares del destino ese era un ghoul de Primo, hacia llegado al cementerio del ministerio.

Cuando ella lo vio se preguntó si era hostil y él se acercó con toda tranquilidad a ella.

—Amm, hola, dulzura... dime, ¿Sabes en dónde estoy?– le preguntó con su grave voz, el ghoul le señaló la marca que había en su cuello, ni siquiera ella se había percatado de ella.

—Oh... no es nada, solo--
Se interrumpió sintiendo una profunda tristeza.
—Esto de verdad apesta...– dijo mientras se sobaba el hombro. —Pareciera que a veces hay quienes tenemos que aguantar... y no tenemos a dónde ir...

Al decir eso, el ghoul la miró con confusión.

La algola se quedó muy extrañada también ya que el ghoul había sido completamente tranquilo y amable, en vez de agresivo como ella esperaba. Siguió andando con paso firme hasta que vio el final del bosque y encontró la iglesia.

—Ah, aquí está. Es la iglesia del Eméritus, ¿verdad?– preguntó ella, el ghoul asintió. De repente el ghoul le hizo una seña diciendo que lo siguiera y la algola lo hizo.

La llevó muy cerca del ministerio y en los escalones de piedra que conducían al portón de madera, el ghoul le mostró una pequeña pila de libros.

De pronto la algola se dió cuenta de que el azul del cielo se iluminaba cada vez más. Solo podía significar una cosa: el sol saldría pronto. Rápidamente se alejó del ghoul y se ocultó en el bosque.

Espió todo el día y toda la tarde hasta que llegó la noche, esperando ver al Eméritus sin embargo no vio a nadie salir del viejo edificio.

Durante varias noches el ghoul la buscaba en el cementerio y le mostraba a la algola bruja los libros que Primo le había regalado. Ella nunca había interactuando con un ghoul tan amable y educado, por lo que había captado su atención.

Una noche mientras el ghoul le pedía a ella que leyera una página que a él le costaba entender, este alzó las orejas. Había oído los pasos de su amo y se acercaban. Le hizo señas a la algola, de que se quedara donde estaba y él salió.

Cuando Primo lo vio se acercó rápidamente a él, mientras la algola bruja observaba detrás de una lápida repleta de hierba. Ella se preocupó un poco por el ghoul y sacó las garras para atacar en caso de ser el Eméritus, a quien buscaba. Sin embargo al ver a Primo, retrocedió y no se movió de su escondite. Pues aquel hombre vestía un abrigo negro, aterciopelado con una bufanda y un gorro de lana carmesí debido al intenso frío, la pintura de su rostro aún permanecía en su lugar.

Todo habría tomado una dirección distinta, si Miseo y Melas se hubieran tomado la pequeña molestia de proveer una burda descripción de la apariencia, a la algola, puesto que a pesar de conocer sobre el Eméritus y su iglesia, ella no tenía la más mínima idea de su aspecto, más que el dato de que era un anciano decrépito, aunque aquel hombre no pasaba de sus 60 años...

Y entonces observó la reacción del hombre hacia el ghoul.

—¿Estás bien? ¿Dónde has estado? Estaba preocupado...

La algola miró al hombre poner su mano dulcemente en el hombro del ghoul y este tratando de explicarse haciendo extraños ruidos y señas con sus manos.

Tretas GulescasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora