Solsticio de invierno Pt. 2

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Sus párpados se sentían pesados. Muy pesados, al abrir los ojos tres siluetas la saludaron. Una alta y ancha, otra casi tan alta pero más fornida y una muy baja. Y conversaban...

—Estar en un recipiente te quita toda la energía ¿no?— se reía Éter. —Yo qué sé— respondió Sodo de mala gana. —Nunca he estado en un recipiente...

Cirrus se levantó de un brinco y se percató del gran edredón que tenía encima, estaba en la estancia de los ghouls. Éter la había puesto en su cama y los otros ghouls lo miraban sospechosos.

—Oh, vamos, se veía con frío, no la iba a dejar en el piso congelado.— se justificó Éter encogiéndose de hombros.

—Eso dicen todos.— dijo Sodo acercando su cara a la de Éter, frunciendo el entrecejo. —Yo pienso que nuestra pared andante es un don Juan, pero por alguna razón que no entiendo, no le gusta admitirlo...

Éter resopló incrédulo mirando a otro lado, como si eso hubiera sido un halago.

En ese instante escucharon el crujir de la madera del pasillo y voltearon esperando ver a alguien en el umbral de la puerta, pero no esperaban que fuera la algola quien en unos segundos se había movido de su lugar, sin un solo ruido, a pesar de la madera del pasillo.

Cirrus se quedó quieta y en el momento en que los vio moverse un poquito salió corriendo de la estancia los ghouls, después de dudar un segundo ellos corrieron detrás de ella. Entonces al doblar la esquina en un pasillo se encontró con Copia. Sin embargo lo pasó de largo y siguió corriendo hasta que oyó:

—¡Espera! ¡No te vayas! Buscas al Eméritus ¿cierto?

En ese momento Cirrus se detuvo. Copia avanzó hacia ella y le habló amablemente. —Nadie te hará daño, los ghouls solo trataban de ser amables... vamos, te lo contaré todo.

Cirrus lo miró con desconfianza. —El Eméritus dejó el frasco conmigo, confía en mí, soy un amigo...

El cardenal oyó voces al otro lado del pasillo y se puso nervioso. —Deberíamos ir a otro lado, vayamos afuera, ¿de acuerdo?

Cirrus se asustó también por las voces, asintió y dejó que el cardenal guiara el camino. Cuando salieron, el cardenal le entregó a Cirrus el pequeño libro con pasta de cuero y leyó el título "No dejes que nadie vea el frasco". Leyó los últimos párrafos decía que le dejaba el frasco al cardenal y cerró el librito, para devolvérselo a aquel hombre.

—¿Dónde está él?— preguntó Cirrus.

El cardenal desvió la mirada y luego miró a Cirrus de nuevo. —Escucha... estoy seguro de que él te apreciaba mucho, por lo que supe, intentó hacerte sentir como en casa...

Cirrus lo miraba cada vez más desconcertada. —¿Qué le pasó?

El cardenal guardó silencio un momento y habló sin un solo rodeo...

—Él... falleció.

Cirrus se quedó muda.

—...Hace un año y medio... él falleció. Era un hombre anciano.

—N...no era ...tan anciano...— murmuró Cirrus.

Se dio media vuelta en dirección del bosque y divisó el tronco carbonizado, pero al dar un paso, sintió que se tropezaba y cayó de rodillas. El cardenal se acercó para ayudarla pero ella no lo dejó, su rostro estaba lívido, estaba mareada, no obstante se levantó y caminó hacia la arboleda dirigiéndose, sin pensar, hacia el árbol carbonizado.

—Espera, ¿a dónde vas?— le habló Copia pero Cirrus lo ignoró por completo.

Cuando encontró el tronco carbonizado, se sentó en el suelo inmediatamente y se recargó en el árbol abrazando sus rodillas escondiendo su rostro. El creciente dolor la abrumaba.

Tretas GulescasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora