Atrapado en el rompecabezas

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El despertador sonó a las 7:00 a.m., pero aquella aturdidora vibración no tomó desprevenida a la chica que acomodaba su cabello con algo de crema para peinar.

Arataka se convenció de que si no quería perder la cordura debía sobrellevar todo eso de la manera más natural posible, al fin y al cabo solo serían dos semanas ¿verdad?

Miró el móvil y reparó en el mensaje que había enviado el día anterior a Mob, ni siquiera había sido leído. Pensó en que debería estar molesto, no solo le había dicho idiota, sino que además fue atrapado intentando liberarse de aquella maldición sin decirle nada antes, recapacitó en la relación que ahora tenían y que no podría ser después de liberado de aquel encantamiento extraño.

Masajeo su cuello y respiro profundo botando de forma cruel el aire de sus pulmones.

Hoyuelo tampoco había vuelto el día anterior, así que eso sumaba un punto más a la teoría de que estuviese molesto aquel chico que ahora le desquiciaba de una forma un tanto positiva.

Pensó un poco en lo que había sucedido los días anteriores como Shigeo había logrado robar suspiros que no sabía que pudiese dar, sensaciones que no sabía que pudiese sentir e ilusiones que no comprendía porque no había tenido antes.

Aún así, estaba convencido de que aquello no podía ser. Quería volver a ser ÉL, no por que le fascinara la vida de adulto, es más, todavía sentía que era muy joven como haberse leído completo el manual de supervivencia del hombre moderno. Se sentía un fracasado de repente, tenía miedo a fallar, le costaba hacer sus declaraciones al fisco. 

Pero había puntos buenos, tenía su oficina, tenía a Serizawa y a sus demás amigos, la opinión de sus padres era un asunto que ya había dado por perdido, siempre sería la oveja negra de la familia y había hecho las paces con aquella idea.

No quería volver a sentir los achaques de la juventud, aunque en ese cuerpo que le parecía todo menos familiar se le habían dado algunas concesiones.

Llorar a la más mínima provocación era una de ellas.

Nunca lloró en público cuando tenía esa edad, no lo tenía permitido – Sólo las mujeres lloran, los hombres no tenemos tiempo de hacer esas tonterías – le dijo su padre con un vaso de whisky en la mano, la única ocasión que intento pedir un poco de comprensión paterna.

Recordó aquel día.

Tuvo una pelea en la que recibió un golpe con un bate de softball en la nuca, justo cuando forcejeaba para rescatar a un perro de unos compañeros de clase. El can había sido injustamente pintado de rosa fluorescente, tintura que él estaba seguro que era tóxica para el animal porque le costaba trabajo respirar. El golpe lo noqueo por unos minutos, cuando despertó no había rastro del animal ni de los atacantes.

Corrió por la orilla del río con su uniforme completamente desarreglado, esperando encontrar pistas de hacia dónde habían huido, pero sólo encontró al perro con magulladuras y una respiración casi imperceptible.

No preguntó más y corrió a la veterinaria que acostumbraba visitar para jugar con los animales que estaban en espera de atención o de asilo, porque tampoco se le dejaba tener uno. La situación era desafortunada, el perro no tenía salvación y tuvo que ser sacrificado.

Arataka tomó los 5 mil yenes que había ahorrado y "pagó" por la incineración del animal. El veterinario sabía que no era ni la mitad del costo, pero no podía negarle ese favor a ese niño que le recordaba a uno de los tantos perros que abandonan a la puerta de su negocio.

Fue la primera vez que lloró, solicitando la ayuda de su padre quién trabajaba en el ayuntamiento. Quería encontrar a los matones, los conocía, los veía a diario en la escuela y su pequeño corazón necesitaba justicia.

16 otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora