Capítulo I: Peligro en Arctraytus

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POV Margkkav

El frío aire de la noche se estrellaba contra mi rostro de forma brusca, debido a la gran velocidad que llevaba. Me rasgaba el rostro sin lastimarme, me secaba los ojos. Era lo único que se escuchaba junto al sonido de mis cuatro pezuñas quebrando hojas y ramas y mi irregular respiración, producto no solo del esfuerzo físico, sino también de la angustia creciente en mi interior. En un par de ocasiones casi caigo contra el suelo al tropezarme con las ramas y raíces sobresalientes de los abundantes y frondosos árboles que apenas dejaban pasar luz lunar entre sus copas, impidiendo ver con claridad el camino.

Pero finalmente, logré salir del bosque. No me detuve a respirar, no podía hacerlo, mi manada estaba en peligro. Las imágenes gráficamente aterradoras quisieron embargar mi mente, pero no lo permití, no permití que ocuparan mis pensamientos.

Corrí por la pradera, manteniendo la velocidad. A la distancia creí ver algo parecido a lo que pasó en nuestro bosque, pero no me pude detener a observarlo detenidamente. Recorrí los veinte kilómetros que separaban el bosque del sur del Todo en tiempo record. Reduje un poco la velocidad para poder observarlo un momento. La definición más acertada que se tenía de su forma era una "esfera", una dorada y resplandeciente. Parte de ella se hundía entre la tierra, siendo una suerte de base que la sostenía. No era un sólido ni líquido ni un gas. Y para agregarle misticismo, estaba en constante movimiento dentro de sí misma.

Devolví mi vista al frente.

Tuve que galopar otro rato más o menos igual para que el castillo de Pendragonix se alzara ante mis ojos. Se extendía largamente hacia el cielo, las torres más altas no eran visibles sin luz de día. Sin duda alguna era de las arquitecturas más imponentes del mundo.

Hice una mueca de desagrado. Los humanos llegaron a nuestro mundo espontáneamente y, cuando menos nos dimos cuenta, ya estaban asentados en nuestras tierras. Muchas de las otras criaturas los aceptaron y con ellos formaron un sistema democrático, algo que las especies pacíficas habían buscado desde siglos atrás. Si mis antepasados se hubieran aliado con los lobos (que también rehuían a los humanos desde su llegada) seguramente habrían ganado la guerra y los hubieran desterrado de Arctraytus. Pero lobos y centauros nunca nos habíamos llevado ni nos llevaríamos bien. Era simplemente imposible.

El poder de los humanos en Arctraytus ya era demasiado, incluso tenían el respeto y apoyo de algunas de las criaturas más sabias y poderosas. No es que me encantara a mí ni a mi clan, pero debíamos reconocer que los humanos sabían dirigir una conversación para llegar a soluciones lógicas y pacíficas, no como nosotros que saltamos directamente a la violencia.

Y después de quinientos años de su llegada, poco se podía hacer. Se necesitaría otra Gran Guerra para extinguirlos o desterrarlos al otro lado del Mar del Oeste.

Agité la cabeza para apartar esos pensamientos cuando mis pezuñas resonaron contra el suelo de piedra que anunciaba el comienzo de la villa humana al sur del castillo Pendragon. El camino se extendía hasta las puertas principales del castillo y tanto a mi derecha como a mi izquierda se alzaban chozas. Algunas aún tenían velas encendidas y salía humo de sus chimeneas, y en algunas de ellas distinguí figuras humanas que se asomaban por las ventanas, seguramente interesados por el sonido que hacía mis pezuñas, cuestionándose que hacía un centauro solitario en su territorio a aquellas horas.

Les dejé de dar importancia cuando llegué a las puertas del castillo. La barda de piedra se estiraba hacia los lados. Era de unos diez metros de altura. Las puertas externas estaban abiertas, con dos antorchas y dos guardias apostados. Estos cruzaron sus lanzas apenas la luz de las llamas me iluminó. Detrás de ellos, dos estandartes gigantescos adornaban la entrada, de color verde esmeralda con un dragón dorado y adornos del mismo color. Los colores y el animal de la casa Pendragon.

Arctraytus 1: La Aventura de los Príncipes, el Misterio del Todo y la NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora