Capítulo IX: El Castillo Oscuro

6 2 1
                                    


POV Kahlil

Si existía la definición de una "mala idea", era esa.

¿Qué demonios hacían los dos príncipes y el guardia personal montando alces, en una aventura buscando a la Nada, con los seis objetos más poderosos conocidos?

Sin mencionar los crímenes que había de por medio.

El resoplido del alce me sacó de mi mente. Caí en cuenta de que me estaba sujetando demasiado fuerte de su pelaje. Tenía la cabeza de lado para poder mirarme, sus ojos destellaban, molesto. Lo solté y sin dejar de mirarlo acaricié un poco. Su pelaje era grueso. No sabía porque estaban de ese lado del mapa, se supone que habitaban en las regiones heladas, donde su pelaje funciona para protegerlos de las bajas temperaturas.

Dejó de mirarme y recuperó el ritmo que llevaba en su camino.

Kendra iba al frente.

Realmente su alce y ella tenían una conexión. Kendra la acariciaba sin cesar, y Velma no lo repudiaba. Incluso le llegaba a acariciar pleno cuello y la criatura no se ponía alerta. Le tenía confianza. Adal iba a su derecha, un par de pasos atrás; o ese alce era demasiado confiado, o realmente habían conectado. Llevábamos apenas unas cuatro horas de camino y ya iban divirtiéndose: el alce de vez en cuando daba unos brincos, elevando sus patas delanteras, lo que sacudía a Adal y le generaba risas.

Ya habíamos salido del bosque del oeste, al que le seguían unos treinta kilómetros de pradera pura, de esas en las que solo había madrigueras de conejos y manadas de venados pastando. La razón por la que no era un páramo estéril eran las continuas charcas de agua. Se decía por ahí que no eran parte de la "obra original" de Arctraytus, sino que el Todo las había agregado para aumentar la vida en aquella área.

A lo lejos ya alcanzaba a vislumbrar las Colinas Suaves, el primer "obstáculo" en la travesía del príncipe. Aunque el término "obstáculo" no era preciso: las Colinas Suaves no eran más que deformaciones en las praderas del oeste causadas por un terremoto un par de siglos atrás, uno de los más fuertes de los que se tenía registro. No eran montañas afiladas, sino de estilo curvo, cubiertas de pasto y maleza que crecía alegremente. La parte por la que pasaríamos era la más alta, de apenas unos mil quinientos metros en sus puntos más altos. Pero no necesitaríamos escalar: existía un camino que las atravesaba e incluso había un asentamiento con tabernas y hostales para los viajeros. La "cordillera" se extendía hacia el sur, desviándose ligeramente hacia el este, partiendo la Pradera Central y culminando poco antes del bosque del sur, donde habitaban los centauros y otros seres.

-Entonces -Kendra se volteó hacia Adal-, ¿Que tienes planeado?

El alce y Adal detuvieron su jugueteo. Los ojos azules miraron a los verdes.

-Pues ir a la Nada es el paso uno -respondió mi amigo con simpleza.

-¿Con ir a la Nada a que te refieres? -Kendra preguntó tras segundos de silencio- ¿A entrar -enfatizó la palabra- en ella?

Adal asintió.

-¿Y cuál es el paso dos? -Kendra obvió muchas cosas al seguir hablando.

-No hay todavía.

Puse los ojos en blanco. Realmente era una pésima idea.

-¿Entonces que vamos a hacer en la Nada? ¿Perdernos? -Kendra enarcó una ceja.

Adal negó.

-Las escrituras dicen que. aquel que porte las gemas, no se perderá en la Nada.

-Aun así. -Kendra hizo un gesto despectivo-. No tienes idea de que haremos una vez dentro.

Arctraytus 1: La Aventura de los Príncipes, el Misterio del Todo y la NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora