Capítulo VIII: Inicia la Aventura

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POV Adal

Una vez que estuve lo suficientemente internado en el bosque, decidí pasar la noche en un pequeño claro, no era prudente avanzar a oscuras. Encendí una fogata y a su luz revisé el perímetro para confirmar que no hubiera ninguna criatura peligrosa. Me recosté en un árbol y me quedé dormido contemplando las estrellas.


A la mañana siguiente, fueron los rayos del sol a través de mis parpados los que me despertaron. El pasto me acariciaba con sus puntas filosas. Me pasé la mano por la cara, espabilando. Los pájaros cantaban, no debían pasar de las siete de la mañana. No abrí los ojos; quería meditar.

Pero un ruido interrumpió mis pensamientos. Me puse alerta al identificarlo. Era un ruido que no debía escuchar ahí, en medio del bosque.

¡Zzzsin! Se volvió a escuchar: el sonido de metal contra metal. Abrí los ojos y me incorporé, sacando la espada y apuntando hacia el frente.

—Relájate, soy yo.

Kendra estaba recargada en un árbol enfrente, del otro lado de lo que quedó de la fogata. Deslizaba un afilador contra su espada. Como siempre, usaba su armadura plateada. Los rayos del sol se reflejaban en ella y en sus rubios cabellos.

Tardé un momento en asimilar su imagen.

—¿Qué haces aquí? —Bajé mi espada.

—¿De verdad creíste que podrías escabullirte del castillo sin que nadie te escuchara? —cuestionó, mirándome.

Pensé un segundo.

—Tu estabas afuera de la armería.

Asintió y volvió su mirada a la espada.

—En efecto.

Nos quedamos sin hablar, con solo el sonido de los pájaros cantando y el afilar de su espada. Envainé la mía, me puse de pie, y comencé a guardar todo.

—¿A dónde vas? —preguntó, aún sentada.

No respondí, terminé de guardar la manta en el morral. Recogí la bolsa de comida, y comprobé que estuviera bien cerrada.

—Solo quiero alejarme de papá algunos días. —En parte era verdad—. Cuida a mamá mientras no estoy. —La miré rápido y tomé dirección.

Pero en un ágil y rápido movimiento, ella se interpuso en mi camino.

—Aunque el ambiente entre ustedes dos era tan tenso que no se podía cortar ni con Excalibur —ladeó levemente la cabeza—, sé por la cantidad de comida que llevas que planeas salir por un buen tiempo.

Viré los ojos. Ella era buena para la inteligencia táctica. Se adelantaba a todo.

—Y ni hablar de las gemas de los elementos en tu morral. —Lo señaló con la cabeza.

—Pagh. —Hice un aspaviento, sabiéndome descubierto—. Está bien, no voy a dar un paseo por el bosque: estoy harto de que papá no tome las decisiones correctas ante los ataques de la Nada.

—¿Así que decidiste salir a buscar quien sabe que, cargando con seis objetos que representan un robo a la corona? —Enarcó las cejas y me miró con fingida incredulidad.

Analicé lo que dijo y tras unos segundos asentí, lo había descrito perfectamente.

—Sinceramente si esperaba algo igual de estúpido de ti. —Se encogió de hombros.

Se quedó mirándome.

—¿Entonces no vas a detenerme?

Negó.

Arctraytus 1: La Aventura de los Príncipes, el Misterio del Todo y la NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora