Capítulo X: Fuego Interno

6 1 1
                                    


POV Adal

Sorprendido no alcanzaba a describir mi estado. De hecho, no había una palabra en todo mi vocabulario que lo alcanzara a describir. Pero no tenía tiempo para asimilar lo sucedido. Me levanté de un brinco y fui hacia ella, volviendo al suelo derrapando a su lado.

—Kendra —llamé sin tocarla— ¿Me escuchas? —Mis ojos viajaban por su rostro, buscando algún gesto.

Kahlil llegó frente a mí, del otro lado de mi hermana. La analizó con la mirada. Le tocó la frente con la mano, pero la retiró casi al instante.

—Está muy caliente. —Sus ojos escrudiñaron el cuerpo de mi hermana.

Llevé mi mano a su cuello. Resistí la quemazón.

—Su pulso es lento —comenté.

Él se fijó en algo, seguí su mirada y vi la mano de mi hermana, extendida, aun con la gema roja en su palma.

—No debió tomarla directamente —comentó, rozando las yemas de sus dedos con los suyos.

La tomé de los hombros, zarandeándola un poco.

—¡Kendra! ¡Despierta! —Mis gritos resonaron por toda la estancia.

—Está exhausta, la gema es demasiado poderosa, consumió toda su energía. —Sacó un pañuelo de tela negra de su bolsillo—. Es demasiado poder para un ser humano. —Con el pañuelo en su mano, recogió la gema y la metió en el estuche junto a las otras. Lo devolvió al morral.

—Ya he leído sobre esto en la biblioteca. —Toqué el metal de su armadura, esperando sentirlo arder. Pero solo estaba ligeramente caliente, como si el calor no saliera de su cuerpo—. Personas que quisieron empuñar las gemas sin protección... mayormente no sobrevivieron. —Alcé la vista hacia mi amigo.

Él me la devolvió. Debió notar el miedo en mis ojos, pues me dedicó una mirada de tranquilidad.

—Cada gema deja una secuela correspondiente a su elemento, en este caso es una extrema temperatura corporal —explicó—. Si no se la bajamos, podría llegar a derretirle los órganos.

¿El imbécil quería tranquilizarme o asustarme más?

—¿Cómo se la bajamos? —cuestioné, envainando mi espada.

Desvió la mirada y pensó algunos segundos, buscando en su mente alguna solución. Finalmente me miró de nuevo.

—Debemos llevarla al Lago de las Ninfas. Esas aguas son muy frías, heladas, casi congeladas. Tal vez funcione.

Hice cálculos mentales.

—Nos tomaría más de una semana llegar. —El Lago de las Ninfas estaba en el bosque sur, al otro lado de la Pradera Central, misma que se "alargaba" hacia el oeste, donde estábamos. A pie era imposible llegar en menos de cinco días, y eso siendo un atleta.

—No si salimos ahora y no nos detenemos —dijo una voz muy grave, demasiado para ser la de Kahlil.

Ambos alzamos la mirada. Los alces estaban a los pies de Kendra y Velma sobre su cabeza, respirándole en la cara.

Miré incrédulo a uno de ellos.

—¿Hablan? —pregunté, tal vez con demasiada sorpresa en mi voz.

—Todos los animales hablamos, imbécil —dijo Velma con una voz más aguda que la del otro alce, pero con el mismo dejo grave.

—Solo que no siempre queremos hacerlo —dijo el tercero.

Los miré alternativamente. Agité la cabeza.

—Volviendo al punto. —Miré a Velma— ¿Podríamos llegar a tiempo al lago?

Arctraytus 1: La Aventura de los Príncipes, el Misterio del Todo y la NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora