Capítulo II: La Mesa Democrática

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POV Henry

El Salón Democrático fue mandando construir por el segundo rey, con el fin de evitar hacer las reuniones a la intemperie. Antes de su construcción, no fueron una o dos veces que algunas especies sugirieron/intentaron obligar que el salón se construyera en la Pradera Central, pero no se pudo por cuestiones de logística. Tras hacer relinchar de más a los centauros y a los cocodrilos de fuego, se aceptó que la sede fuera en el castillo Pendragon, en el ala este.

Consistía en una estancia gigantesca, de la mitad del salón del trono en tanto a área. Era redondo, con base en la forma de la enorme mesa de madera (basada en aquella de las leyendas antiguas). No sabía si esos cuentos que me contaba mi padre cuando era un niño, y que luego se convirtieron en ilustraciones y registros oficiales, eran ciertos. Pero el portal mágico del sur apoyaba mucho la historia de que los humanos no éramos nativos de Arctraytus.

La estancia era neutra, sin adornos, puesto que ese espacio no era unívoco de la corona ni de mi casa, sino de toda la alianza. Era muy alta, con diez metros de suelo a techo. Las puertas también lo eran, para que (si se unían a la alianza algún día) criaturas como los cíclopes pudieran entrar y estar cómodos dentro, con algunos metros de sobra. Para la Hydra se planteó hacer el salón más alto, pero no se hubiera podido sostener; en su lugar, se idearon unas ventanas destinadas para que insertara algunas de sus cabezas y pudiera participar, pero considerando su indiferencia hacia nosotros desde el principio, no se esperaba su presencia. Varios faroles colgaban del techo, rebosantes de velas, pues las reuniones solían ser al anochecer. Sin embargo, aquella vez, era el amanecer cuando el salón democrático se comenzó a llenar.

Yo estaba en el cuarto anexo, un lugar privado donde acostumbraba a meditar antes de las reuniones. Era una estancia pequeña, de cinco metros por cinco metros. Una chimenea con incesantes y vigorosas llamas alumbraba en la pared del fondo, algunas espadas colgadas de la pared y una mesa al centro. Estaba recargada sobre ella, con la mirada en el mapa que la cubría por completo, pero mi mente estaba muy lejos de ahí.

El cuerno que mis hombres habían hecho sonar para convocar a la alianza estaba en la torre más alta, con el fin de que se pudiera escuchar hasta las regiones heladas o pantanosas del norte, pero de aquellos páramos nunca había acudido nadie, a pesar de que sabemos que hay vida allá. Aun así, nuestra alianza era de puertas abiertas para cualquiera que quisiera unírsenos. Entre más, mejor.

Pasé mi vista vagamente por mi vestimenta. Usaba una camisa blanca de botones y pantalón negro. Sobre la camisa llevaba colgada una coraza metálica ligera que funcionaba como protección. La usaba casi siempre. Luego de ella, un suéter morado con mangas largas, y, sobre todo, una capa roja de algodón con bordados de armiño blanco con puntos negros. La capa del rey. Botas metálicas, hombreras y antebrazos de armadura. Llevaba encima la corona dorada.

Tocaron a la puerta.

—Pase.

Sergio entró y la cerró. En silencio vino hacia mí y puso una mano sobre el mapa, mirándome. Podía sentir su preocupación. También sentía la mía en mi interior, más la reprimí por incontable vez en las últimas horas. Mi deber era ser el centrado, el que mantuviera la firmeza en situaciones como aquellas. Yo era el rey.

Lo miré. La diferencia de altura entre nosotros era nula; las medidas oficiales decían que él me superaba por un centímetro, pero entre mi grueso cabello y la corona no se notaba en lo absoluto. Nos sostuvimos la mirada en silencio. Era la cotidiana entre nosotros. La misma que nos dimos incontables veces de niños, después de hacer una travesura y nuestras madres nos buscaran a gritos mientras nos escondíamos en los pasajes del castillo. Era la misma que me dio momentos antes de mi coronación, dándome impulso para subir las escaleras del trono. Era la misma que me dio después de decirme que Regina había dado luz a mi hija, Kendra. La misma que me dio tres años después de eso, con la noticia de que ya tenía un heredero para mi corona, mi hijo Adal, para continuar el legado Pendragon.

Arctraytus 1: La Aventura de los Príncipes, el Misterio del Todo y la NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora