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Alexandra Trusova

El viento helado que rodeaba la fortaleza Romanov golpeaba mi rostro mientras el coche avanzaba por el sinuoso camino que llevaba a la entrada principal. Aquella estructura imponente se levantaba entre los montes como una bestia de piedra, recordándome cada momento vivido entre sus muros. Mi cuerpo se tensaba, los músculos rígidos bajo el abrigo, y no era solo por el frío. Cada rincón de ese lugar guardaba recuerdos que me aterrorizaban y, al mismo tiempo, me atraían como un imán.

Había pasado tiempo desde que estuve cautiva aquí, en manos de Ilenko Romanov, el líder de una de las mafias más poderosas de Rusia. Y ahora estaba de vuelta. Aunque el propósito de mi regreso no era claro para mí, el solo hecho de acercarme a la fortaleza me hacía revivir sensaciones que creía haber superado: el miedo, la impotencia, pero también una extraña fascinación que nunca pude apartar de mi mente.

El coche se detuvo frente a la entrada. Al salir, la puerta de la fortaleza se abrió y, para mi sorpresa, Vladimir salió, su expresión era cálida, casi feliz de verme de nuevo.

—¡Alexandra! —exclamó,

Me descoloque. No sabía cómo sentirme respecto a él. Había sido torturador en un inicio, pero también había estado allí, formando parte de todo lo que había sufrido. Que ambos sufrimos bajo la mafia italiana. Mi estómago se retorcía de ansiedad.
Su padre a mi lado analizaba cada uno de mis movimientos

—Es bueno verte de vuelta —dije, en voz baja

Mi corazón dio un vuelco. No tuve tiempo de preguntar como estaba, porque en ese momento apareció Ilenko. Su figura, tan imponente como siempre, dominaba la escena. El aire a su alrededor parecía cargarse de tensión en cuanto lo vi. Su presencia tenía ese poder sobre mí, una mezcla de atracción y terror que nunca había podido comprender del todo.

Al cruzar nuestras miradas, noté algo diferente en él. Algo más oscuro, más controlado, pero al mismo tiempo, más peligroso. Y, aunque había sido él quien me trajo aquí, no esperaba la reacción que tuvo al ver a Vladimir tan cerca de mí. Sus ojos se entrecerraron, y una chispa de celos recorrió su rostro como un relámpago.

—Vete —ordenó a Vladimir, con una voz firme, sin siquiera mirarlo. Vladimir se retiró de inmediato, consciente de la furia que Ilenko podía desatar si algo no iba según su plan.

Antes de que pudiera decir algo, Ilenko me tomó del brazo y me arrastró hacia el interior de la fortaleza. Sus dedos, fuertes y fríos, se hundieron en mi piel. Mi mente comenzó a correr. Sabía que cuando él estaba así, nada bueno venía después.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, tratando de soltarme, pero él no respondió. Su agarre se volvió más firme mientras me llevaba a una habitación que recordaba demasiado bien.

La X gigante de madera seguía allí, en el centro del cuarto, como un símbolo del control absoluto que él ejercía sobre mí. Mi respiración se aceleró cuando entendí lo que iba a suceder.

—Ilenko, no... —traté de resistirme, pero ya era tarde. En cuestión de segundos, sus manos rápidas y precisas me ataron a la X, dejándome inmovilizada. Mi cuerpo quedó expuesto, vulnerable. Y allí me dejó.

Arranco  mi ropa dejándome en paños menores.
El tiempo pasó lento, torturador. El hambre comenzó a punzar en mi estómago y la sed me quemaba la garganta. El frío de la habitación se colaba por mi piel, haciéndome temblar. Pero nada de eso era peor que lo que ocurría en mi mente. Estaba reviviendo, minuto a minuto, cada momento de tortura que había vivido a manos de Dalila Mascherano. Sus métodos, su crueldad, y el dolor que me infligió, volvieron a mí con una fuerza que no esperaba. Todo lo que creí haber dejado atrás estaba de nuevo allí, golpeándome como olas implacables.

Alexandra ( Ilenko - t/n)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora