9 | Contacto cero

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✭˚・゚✧Maia Recalt.

Miro el cielo despejado en un vago intento de despejar mi mente. Siento una presión en el pecho que a duras penas me deja respirar y una decepción terrible de mí misma. Abrazo mis piernas, las mismas que descanso sobre la silla y que aprieto con mis brazos sobre mi pecho. De mis ojos brotan incontables lagrimas, incluso si es en silencio, no puedo dejar de llorar. Estos últimos días no fueron los mejores, pero levantarme con una noticia tan detonante fue la gota que rebalsó el vaso. Me hace pensar que, quizás, no estoy poniendo en orden mis prioridades, que no entiendo cómo ser una adulta.

—¡Gordita, ya llegué!

Jerónimo cierra la puerta de su departamento y me habla desde el living. Yo estoy en la terraza, tomando aire, aunque se me dificulta respirar con tranquilidad. Escucho sus pasos cada vez más cerca, y en cuestión de segundos está a mi lado, sonriente. Levanto la cabeza para mirarlo, con el corazón roto y un nudo en la garganta. Él, extrañado, se inclina a mi altura y acuna mis mejillas con sus manos. La preocupación invade su rostro.

—¿Qué pasó, Mai? —pregunta enseguida.

Sollozo de nuevo de solo recordarlo. Mi labio tembloroso me hace más difícil el querer explicarle —Jero, desaprobé el final de la facultad. Tengo que recursar.

Estallo nuevamente en un llanto cuando termino de hablar. Decirlo en voz alta lo hace real. El cuerpo me tiembla por la desesperación y la amargura. Antes de que él pueda hacer algo, yo me levanto de la silla y abrazo su torso, apoyando mi rostro en su pecho. No tarda en reaccionar y me envuelve con fuerza, acariciando la parte posterior de mi cabeza para tranquilizarme. Decargo mi enojo por no haber aprobado después de tanto estudio, pero también todo aquello que no pude soltar por semanas, todo eso que a duras penas me dejaba vivir. Lo único que necesito ahora es un abrazo dulce y acogedor como este.

—No te castigues mucho, Mai, vos te esforzaste —me anima Jero en un murmuro, sin soltarme—. Y yo estoy orgulloso de que te vaya tan bien, pero a veces pueden pasar estas cosas.

No respondo nada. Por unos largos minutos me dedico a llorar. No hay palabras que me puedan hacer sentir mejor. Estoy tan decepcionada de mi misma que ni si quiera tuve el valor para avisarle a mamá o a Matías. Jerónimo se encarga de acariciarme hasta que el sollozo cesa. Tras largas respiraciones profundas logro recomponerme, pero todavía tengo el llanto fácil. Siento el rostro caliente y los ojos me arden, consecuencia de más de dos horas de lágrimas.

—Pensé que me había ido bien —murmuro con temor—. No entiendo que pasó. Yo estudié y ahora tengo que recursar.

Jero rompe el abrazo directo. Me obliga a mirarlo acunando nuevamente mis mejillas con sus manos. Mantiene la calma para transmitirme tranquilidad, pero lo noto conmovido por si malestar —Mai, tranquila. Podes mandar el parcial a revisión si no te parece que lo corrigieron bien ¿si? Lo mejor es que te calmes y que busquemos una solución juntos.

—Pero no hay solución —contradigo, angustiada—. Estoy cansada ¿te pensas que tengo ganas de hacer todo esto de cero?

—No hace falta que sigas haciendo algo que te consume —me tranquiliza—. Tu única obligación es hacer lo que te hace bien.

—Soy una tarada. No lo puedo creer.

—Ey, deja de tirarte abajo. Estudio no te faltó. Sos capaz, pero estas cosas pasan.

Lo ignoro, acomplejada —¿Y ahora qué hago?

Dramática, me siento de nuevo en la silla. Él se agacha a mi altura, tranquilo, apoyando sus manos sobre mis rodillas —Manda el parcial a revisión —me anima—. No te preocupes que siempre hay solución para todo, Mai. Y si tenes que recursar, puede pasar, no es nada de otro mundo, vas a poder ver todo de nuevo y vas a estar más preparada cuando te toque dar el final.

Fugitivos; Felipe Otaño. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora