7 | Culpa nuestra

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✭˚・゚✧Maia Recalt.

TW: Contenido sexual.

Las últimas semanas fueron un revuelo de emociones y dramas que a duras penas logré soportar. Alma no dejó de remarcarme a través de indirectas lo mucho que le molestó qué Felipe, de nuevo, me haya dejado en casa. No respondí nada a sus quejas y está demás aclarar que no le conté sobre lo que verdaderamente pasó. Por suerte, lo olvidó rápido cuando Jerónimo y yo empezamos a salir con todavía más frecuencia. Fue un alivio, pero la culpa desde entonces no deja de comerme por dentro. Es como si de a poco se me despedazara el cuerpo. Alma es mi mejor amiga, y traicionarla con tanta facilidad me rompe el corazón en mil pedazos. Me levanto, estudio un poco, voy a la casa de Jerónimo y vuelvo a hacer la misma rutina. Quizás los fin de semana pasa Matías a visitarnos a mamá, a Bauti y a mi, pero nada fuera de lo normal.

—¿Estás bien, gordita?

Jerónimo me acomoda detrás de la pareja con un tono dulce y una pequeña sonrisa dibujaba en el rostro. Estoy sentada en la Isla de la cocina de su casa y hace diez minutos que miro a un punto fijo. Mentalmente estoy agotada, y físicamente también. No es sorpresa para nadie que Jero es un amante de la actividad física y hace un par de días empezamos el gimnasio juntos. No soy muy fanática de la idea, pero con tal de olvidarme de todo lo que mi cabeza no deja de pensar, soy capaz de hacer cualquier cosa, y más para aliviar un poco mi culpa.

—Nada, estoy cansada —respondo mientras suelto un suspiro—. Pasaron muchas cosas estos días.

Él está de acuerdo y asiente —Si, ni me digas. Me acuerdo de algunas y me pone de mal humor.

Entiendo a lo que se refiere enseguida y mi cuerpo se tensa por completo. Felipe no fue el más disimulado y dejó en evidencia lo mucho que le molesta mi relación con Jerónimo. Nadie me dijo nada al respecto pero es cuestión de tiempo para que alguno lo haga. Matias se mantiene atento a todo, y a pesar de que no le gusta ni un poco lo que tengo con Jero, marcó cierta distancia y desde lejos nos vigila. Intento evitar conversaciones que podrían terminar en la pregunta que sé que se muere por hacer.

—¿Por qué te quedas en silencio? Estamos hablando —insiste, ocultando su ansiedad con un poco de humor—. Todavía no hablamos eso igual.

Fingiendo no entenderlo, frunzo el ceño —¿Qué cosa?

—Lo del otro día en la casa de tu hermano —responde con obviedad—. Felipe dijo un montón de cosas que nada que ver. Re pesado.

—Si, re pesado —concuerdo—. Pero bueno, siempre fue así de intenso.

—No, Mai, ahora es más intenso —persiste—. Quiero que lo hablemos.

—No entiendo qué querés hablar de eso —digo con confusión—. Yo no soy Felipe, no puedo hacer nada al respecto.

—Yo me di cuenta de que había algo raro el día que te quiso llevar —habla mientras me ignora—. Le voy a decir algo me parece. Hace bromas con vos que no dan, Mai. Es como si yo no existiera ¿te pensas que no me doy cuenta de cómo te miraba cuando salimos? Vos bailabas y a se le caía la baba a él.

Hago montoncito con la mano y niego con la cabeza —¿Qué? No, Jero, no pasa nada. Felipe es un pelotudo y nada más. No hablemos de él. No hay nada que hablar. Tampoco quiero hablar de eso. Estamos teniendo días re lindos juntos ¿y te parece que hay que hablar de lo que dice o no un tarado?

—¿Y Alma sabe? —inquiere, y cuando nota mi cara de confusión, agrega— Si Alma sabe que Felipe te habla como si te quisiera para él solo.

Bueno, en algo no se equivoca.

Fugitivos; Felipe Otaño. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora