12 | Opuestos complementarios

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✭˚・゚✧Maia Recalt.

El rayo de sol que entra por la ventana me despierta. La luz clara me cega, tengo que pestañear varias veces para poder acostumbrarme. Incómoda, me remuevo debajo del edredón, pero rápido me doy cuenta de que Felipe está ocupando todo el colchón, durmiendo todavía  boca abajo con las extremidades extendidas y con un ronquido molesto. Intento empujarlo para hacerme lugar, pero solo recibo un quejido sin lograr que mueva el brazo. No me rindo, y con todas mis fuerzas vuelvo a intentar correrlo.

—Felipe —murmuro mientras lo sacudo—. Me estás tirando de la cama, correte.

—Dejame dormir, Maia —refunfuña—. Estás bien así. No me voy a mover.

—¡No tengo espacio! —me quejo— Correte o te vas a dormir al piso.

Abre un ojo con pesadez, pero esboza una sonrisa tierna cuando ve mi ceño fruncido —Sos brava, eh —se burla—. No se puede dormir con vos, caprichosa.

—Y, bueno, dos personas en una cama de una plaza no es lo más cómodo —replico con ironía.

Suelta una risa nasal —Vení, tarada.

Extiende un brazo que termina envolviendo mi cintura. Me arrima a su cuerpo con facilidad, para acurrucarme en su pecho. Enreda sus piernas en las mías para atraparme. Su rostro ahora está a centímetros del mío, lo que me da el pie para robarle un beso. Abre los ojos de golpe, con sorpresa, sacándome una sonrisa divertida. Besa mi mejilla con ternura y extiende su mano en mi espalda, acariciando mi columna con la yema de los dedos. Acerco la mano a su cachete, pasando el dedo pulgar por las pecas que salpican su rostro de manera desprolija. El corazón me late con fuerza, pero se siente agradable.

—Nos tenemos que levantar balbuceo en una risa, mientras él hunde la cara en mi cuello para acomodarse a su gusto—. No estamos solos, pesado.

—Estoy tranquilo acá —se relaja.

Acaricio su pelo, trazando líneas imaginarias en sus rizos —Yo también, pero es tarde y me van a matar si te ven conmigo.

Rezonga en un quejido y se muerde el labio inferior, molesto —Sos re rompe bolas, Maia. No me quiero ir.

Me río por su expresión enojada y me tapo la boca para no hacer evidente que no estoy sola —No seas plaga, Felipe, no te podes quedar. Tengo que acomodar el quilombo de anoche.

Hace un puchero como reproche, pero me acerco a su boca solo para morderlo. Me aleja con cuidado, pero me putea por lo bajo —No me querés ni un poco, Recalt. Ahora que ya me usaste me queres echar de una patada en el orto.

Chasqueo la lengua, ofendida, y le doy un empujón en el hombro —No digas pelotudeces ¿te parece? Que ya sabemos cómo están las cosas.

Su mirada se entristece casi enseguida, algo dentro suyo se apaga, esa chispa que tenía al despertar se desvanece en segundos. No sostengo el contacto visual por mucho tiempo y cierro los ojos, disfrutando de sus caricias en mi espalda baja.

El vago recuerdo de la noche anterior me golpea. No recuerdo mucho, no soy consumidora frecuente de ese tipo de brownies, por lo que tener el control de lo que hago bajo el efecto de algo tan fuerte no es lo que mejor me sale. Pero si que me acuerdo lo relajada que me sentí, y creo que haberme drogado fue la excusa perfecta para reírme sin culpa. Siendo honesta, no creo que el brownie me haya hecho desnudarme en el patio de casa para que Felipe vea mis tatuajes, yo sabía que podría usarlo de excusa por si algo salía mal, pero era más que consciente de lo que estaba haciendo.

Puedo llegar a ser la peor novia y amiga del mundo por decirlo, pero me gustó estar con él; descubrió detalles en mi cuerpo que nadie nunca había notado y me hizo reír por horas.

Fugitivos; Felipe Otaño. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora