La mañana siguiente al almuerzo con el señor Flores fue tensa. Sentía la presión en el aire, como si las paredes mismas de la casa me empujaran hacia un destino que no quería. Mi madre me llamó a su habitación, su rostro serio, pero sus ojos revelaban una mezcla de cansancio y preocupación. Sabía que esta conversación no sería diferente de las anteriores, pero la miré con la esperanza, aunque mínima, de que pudiera comprenderme.
—Catherine, hija—comenzó, su voz suave pero cargada de un tono autoritario que me resultaba familiar. —Tu padre me ha pedido que hable contigo. Sabe que a veces las mujeres podemos entendernos mejor entre nosotras.
No respondí, simplemente me quedé ahí, escuchando sus palabras mientras mi mente divagaba, pensando en cualquier cosa que no fuera la realidad que intentaba imponerme.
—Lo que intentamos decirte, lo que queremos para ti, es lo mejor. Casarte con el señor Flores es la mejor opción para tu vida. Es un hombre que te brindará seguridad, te cuidará, y no te faltará nada— continuó, buscando en mi rostro alguna señal de aceptación.
—Madre, no estoy enamorada de él—dije, cortando su discurso antes de que pudiera seguir. —No quiero casarme con alguien que apenas conozco, y mucho menos con alguien como él.
Mi madre suspiró, como si hubiera anticipado esa respuesta. —Catherine, yo tampoco estaba enamorada de tu padre cuando nos casamos. Pero el amor... el amor llega con el tiempo. Lo comprendes mejor cuando ya has construido una vida juntos. Las cosas no siempre son como las imaginamos cuando somos jóvenes.
—Pero yo no quiero eso— insistí, la frustración brotando en mi voz. —Estoy cansada de que todos me digan lo que debo hacer, sin siquiera preguntar qué es lo que yo realmente quiero. Quiero estudiar, quiero vivir en la ciudad, quiero una vida que sea mía, no la que ustedes han planeado para mí.
—¡Estás siendo egoísta, Catherine!— me recriminó. —Nosotros solo queremos lo mejor para ti. No ves más allá de tus propios deseos. Pero, algún día, entenderás por qué hacemos esto.
Negué con la cabeza, con la mandíbula apretada. No había manera de que pudiera aceptar lo que me estaban proponiendo. No me veía en una vida de esposa y madre en ese pequeño pueblo. El simple hecho de imaginarme besando al señor Flores, con su aliento a tabaco y su olor a estiércol, me daba náuseas.
Mi madre se levantó lentamente, como si la conversación la hubiera agotado.
—Antes de irme, quiero que aceptes esto— dijo mientras sacaba una pequeña caja de terciopelo de su bolsillo. —Es un regalo del señor Flores. Era el collar de perlas de su difunta esposa. Quiso que lo tuvieras como muestra de su amor.Extendí la mano sin querer tomarlo, pero ella lo dejó sobre la mesa de noche. También me entregó una carta, sujeta con una cinta.
—Lee esto cuando estés más tranquila— añadió antes de salir de la habitación, cerrando la puerta con suavidad tras de sí.
Me quedé allí, inmóvil, mirando la caja y la carta. Finalmente, me acerqué, abrí la caja y observé el collar de perlas. Su brillo no tenía ningún atractivo para mí. Solo veía la sombra de una mujer que, tal vez como yo, se había visto atrapada en una vida que no había elegido. La carta la leí rápidamente, llena de frases vacías y promesas que no significaban nada para mí. Sentí una profunda repulsión.
Decidí deshacerme de todo. No quería nada que me recordara al señor Flores, ni a la vida que intentaban obligarme a vivir. Cuando fui al chiquero a alimentar a los cerdos, arrojé el collar y la carta en medio del lodo y las inmundicias. Era donde pertenecían, junto con la idea de ese matrimonio que me asqueaba.
Después, fui al establo, buscando algún consuelo entre los caballos. Mientras los alimentaba, cerré los ojos e imaginé una vida diferente. Me vi a mí misma vestida elegantemente, bajando de un carro lujoso en una gran ciudad. Los paparazzis tomaban fotos mientras yo sonreía, habiendo alcanzado el éxito que siempre soñé. Había hecho una película que merecía un premio, y estaba rodeada de personas que me admiraban, no porque estuviera casada o porque cumpliera con expectativas ajenas, sino por lo que había logrado por mí misma.
Pero ese sueño se interrumpió abruptamente cuando escuché la voz de mi madre.
—¡Catherine!—gritó, claramente enfadada. Me giré y la vi acercándose, sosteniendo el collar sucio y la carta arrugada. —¿Por qué estaban estos en el chiquero?
La miré directamente a los ojos, sin arrepentimiento.
—¿No es obvio, madre?—respondí, mi tono desafiante. —Están donde pertenecen.
Su expresión se endureció, y vi la decepción cruzar por su rostro.
—Si sigues actuando de esta manera, tu vida no terminará bien, Catherine. No puedes desafiar las normas sin consecuencias.
Su advertencia quedó grabada en mi mente, pero no de la manera que ella esperaba. En lugar de intimidarme, me dio una nueva determinación. Si había algo que debía hacer en la vida, sería demostrarle que estaba equivocada. Que no solo podía desafiar las normas, sino que podía crear mi propio camino, uno en el que no tenía que obedecer a nadie más que a mí misma.
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DESEOS QUE MATAN +18
RomanceObligada a casarse con un hombre que no ama, Catherine lucha por encontrar su lugar en un matrimonio que la asfixia. Pero cuando conoce a Leonardo, un joven que despierta sus más profundos deseos, Catherine se enfrenta a una encrucijada: aceptar su...