Capitulo 28: La verdad Oculta

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Esa cena había sido un error. Lo supe en el instante en que Ángela, con una sonrisa llena de amabilidad, comentó: 

—Me encantaría ser madrina del bebé. 

Leonardo, sentado al otro lado de la mesa, me miró incrédulo. Pude ver cómo sus ojos perdían todo brillo, como si la idea de un bebé fuera del matrimonio fuera una tragedia impensable para él. Antes de que pudiera reaccionar, el señor Flores soltó una carcajada seca y le dio un fuerte palmazo en la espalda. 

—¿Qué dices, Leonardo? ¿Te gustaría serlo? —preguntó con un tono más burlón que cordial. 

Leonardo, sorprendido, intentó recuperar la compostura. Se aclaró la garganta y, sin mirarme directamente, respondió: 

—Claro... sería un honor —dijo, finalmente alzando los ojos hacia los míos por un instante. 

Esa mirada me enfureció. ¿Cómo podía aceptar semejante propuesta? ¿cómo podía mostrarse tan servil, tan dispuesto a aceptar un rol tan íntimo en la vida de mi hijo? Apreté los labios para no decir nada en ese momento, aunque dentro de mí maldecía la hora en que lo había conocido. 

El señor Flores alzó su copa de vino. 

—Por el futuro del bebé —anunció con alegría falsa, mientras los demás levantaban sus copas al unísono. 

Yo forcé una sonrisa y levanté la mía, aunque por dentro todo en mí se rebelaba. Mientras los demás brindaban, sentía que cada sorbo de vino que tragaba me asfixiaba más. Esa cena era una farsa, una celebración que marcaba el fin de mis ilusiones y el inicio de una condena que jamás había previsto. 

Al terminar la velada, llegó el momento de las despedidas. Extendí primero la mano hacia Ángela, quien la apretó con suavidad. 

—Fue un placer conocerte, Catherine. Espero que todo salga bien con el bebé —dijo con una amabilidad genuina que solo me enfurecía más. 

Después tomé la mano de Leonardo. Su apretón fue diferente, firme, como si intentara decirme algo sin palabras. Sus ojos buscaban los míos con desesperación, pero yo evité su mirada y retiré mi mano rápidamente. 

—Adiós —murmuré, con frialdad.

***

De camino a casa, el silencio llenó el coche. Las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, pero nada podía distraerme del malestar que se agolpaba en mi pecho. Tras unos minutos, hablé por fin. 

—No quiero que ellos sean los padrinos del bebé —dije, mirando por la ventana. 

El señor Flores me lanzó una mirada incrédula. 

—¿Por qué no? Son perfectos —replicó, sin comprender mi disgusto. 

—Es demasiado pronto para darles un papel tan importante. Apenas los conocemos —insistí, haciendo un esfuerzo por sonar racional. 

Él soltó un bufido. 

—Lo pensaré. Pero si es varón, se llamará Ramiro, como mi abuelo —sentenció, sin dejar espacio para discusión. 

Me armé de valor para preguntarle algo que llevaba tiempo rondando mi mente. 

—¿Sigues molesto por lo que hice? —pregunté en voz baja. 

—Sí —respondió sin rodeos—, pero ya no importa. Quizás Dios nos está dando una señal con este bebé. 

Esas palabras me dejaron helada. No sabía si sentir alivio o resignación. 

—De ahora en adelante, haz lo que quieras. Me resulta agotador pelear contigo. Pero no descuides tus responsabilidades —añadió con una frialdad que me dolió más de lo que esperaba. 

—Siempre llevarás seguridad —advirtió, con una mirada que me dejó claro que no hablaba solo de cuidarme, sino también de controlarme. 

Asentí en silencio. La advertencia quedó flotando entre nosotros como una amenaza sutil.

***

Al llegar a casa, Rosamira se lanzó sobre el señor Flores, dándole un beso apasionado frente a mis ojos. Me quedé inmóvil, observándolos sin expresión. Él no hizo ningún esfuerzo por ocultarlo, y eso fue lo peor. Subí a mi habitación antes de que pudieran notar la humillación que se apoderaba de mí.

Esa noche me tumbé en la cama, abrazando mis rodillas mientras intentaba leer un libro de comedia trágica, pero las palabras se deslizaban por la página sin dejar rastro en mi mente. No podía dejar de pensar en la mirada de Leonardo en la cena, esa mezcla de desesperación y culpa que solo me confundía más. Sentía una mezcla de enojo y tristeza. Todos mis sueños, todos mis planes, se habían derrumbado. 

Nadie me había advertido sobre los riesgos del amor, ni de los embarazos. Yo había confiado en Leonardo, sin imaginar que él podría tener otras intenciones, y ahora pagaba el precio por esa ingenuidad. 

A la mañana siguiente, Lena entró a mi habitación. 

—Catherine, baja. Hay una llamada para ti —anunció desde la puerta. 

Mi corazón dio un vuelco. Pensé que tal vez eran mis padres, pero al levantar el auricular escuché una voz que me heló la sangre. 

—Catherine... dime la verdad. ¿Ese bebé es mío? —La voz de Leonardo sonaba desesperada al otro lado de la línea. 

Apreté los dientes, luchando contra las ganas de gritarle. 

—No deberías estar llamando. Mi esposo podría darse cuenta —respondí en voz baja, mirando hacia la puerta para asegurarme de que nadie escuchara. 

—Solo quiero saber la verdad —insistió él, con un tono que me provocaba tanto furia como lástima. 

—No hay nada más que decir. El bebé es de mi esposo —mentí, haciendo un esfuerzo por mantener la calma. 

—Tenemos que hablar. Necesito verte —suplicó, ignorando mi negativa. 

—No. No quiero verte. No me interesa —respondí con firmeza, sintiendo cómo la rabia me invadía—. Estoy enamorada de mi marido, ¿entendido? 

Leonardo se quedó en silencio, y aproveché ese momento para colgar el teléfono. 

Me dejé caer en el sofá, incapaz de contener el llanto. La presión en el pecho era insoportable. A veces sentía que no podía seguir, que lo mejor sería desaparecer para siempre. ¿Qué futuro me esperaba a mí y a mi bebé en medio de esta tormenta?

Justo en ese momento, el señor Flores entró por la puerta principal, acompañado de Rosamira y un montón de bolsas del centro comercial. La mujer reía y destilaba felicidad. Yo los observé desde mi rincón, sintiéndome cada vez más pequeña, más insignificante. 

Sin decir una palabra, subí a mi habitación y me encerré con el libro en las manos, aunque las letras seguían bailando ante mis ojos. Sentía que la vida se escapaba entre mis dedos, como la arena que jamás puedes retener.

DESEOS QUE MATAN +18Where stories live. Discover now