Desperté temprano ese día, y a diferencia de otros, el silencio en la casa se sintió más pesado. El señor Flores, normalmente temprano en sus actividades, estaba en su cuarto, sumido en una resaca monumental. La noche anterior, había bebido más de la cuenta y ahora se encontraba en un estado lamentable.
-Catherine -me llamó desde su habitación con voz rasposa-, necesito que subas aquí.
Me apresuré a cumplir con su pedido. Encontré al señor Flores tendido en la cama, con la cabeza escondida bajo una almohada. Le llevé la sopa con limón y el agua mineral que me había solicitado.
-Aquí tienes -le dije mientras dejaba la bandeja en una mesa cercana.
-Gracias -murmuró, y sin abrir los ojos, añadió-: No quiero que me molesten hoy. No iré al trabajo.
-Entiendo -respondí, aunque en mi mente deseaba que el día fuera más interesante. Me sentía atrapada en una rutina sin fin, en un hogar que se había convertido en una prisión dorada.
Mientras realizaba mis tareas en la casa, no podía evitar pensar en Leonardo. La boda de la semana pasada aún me atormentaba, y su presencia seguía rondando mis pensamientos. Me sentía una intrusa en la vida que había elegido, y la compañía de mi esposo, aunque relativamente amable, no era suficiente para aliviar mi desdicha.
Rob, mi hijastro, llegó poco después. Parecía ansioso, con una expresión que me hizo preguntarme qué quería. Me miró con esos ojos de joven inquieto.
-Catherine, ¿puedes hacerme un favor? -me pidió.
-Claro, ¿qué necesitas? -respondí, interesada.
-Quiero salir al pueblo. Me encantaría ir a la heladería y luego al cine. Mi padre nunca me deja hacer cosas así.
Sus palabras me sorprendieron. Aunque la idea de salir de la casa me parecía tentadora, sabía que tendría que pedir permiso al señor Flores. Subí a su habitación nuevamente, encontrándome con el mismo cuadro: él, aún en su estado deplorable.
-Rob quiere salir al pueblo. Me ha pedido que lo lleve. ¿Podría concederle el permiso?
Al principio, el señor Flores gruñó y murmuró algo sobre no estar en condiciones de decidir, pero finalmente cedió.
-Está bien, Catherine. Solo asegúrate de que no se tarden mucho.
-Sí. Lo prometo.
Salimos de la casa y nos dirigimos al pueblo con el chófer, quien también se encargaría de cuidarnos. Rob parecía emocionado, y yo no pude evitar sentir una pequeña chispa de alegría al salir del ambiente pesado de la mansión.
-¿Qué quieres hacer primero? -le pregunté.
-Me gustaría ir a la heladería -dijo con entusiasmo-. Nunca puedo ir porque mi padre siempre tiene algo que decir al respecto. Después, quiero ir al cine. Es algo que siempre he querido hacer.
-Perfecto, hagamos eso entonces -le respondí con una sonrisa. A pesar de la tristeza que me envolvía, salir con Rob no era tan malo. Parecía ser con el único miembro de la familia con el que realmente podía llevarme bien.
Durante nuestro paseo por el pueblo, Rob me habló sobre su experiencia en la boda. Me comentó que había conocido a Magdalena, la hija del presidente.
-Es una niña increíble -dijo Rob-. Sabe mucho sobre ciencia y quiere ser ingeniera, pero su padre no lo permitirá. Ella está destinada para un matrimonio arreglado, y probablemente ni siquiera terminará la secundaria.
Sus palabras me entristecieron. La vida de Magdalena parecía ser un eco de la mía, una vida marcada por las decisiones ajenas.
-Quizá las cosas cambien para ella -le dije-. Tal vez pueda encontrar una forma de luchar por lo que quiere.
Rob me miró con curiosidad.
-¿Y por qué no lo hiciste tú, Catherine? ¿Por qué no escapaste?
Me sorprendió su pregunta, pero no podía evitarlo. Era una conversación que ya había tenido conmigo misma en múltiples ocasiones.
-Lo intenté -le expliqué-. Mi única oportunidad de escapar se fue volando. Ahora, tal vez, estoy empezando a ver las cosas de otra manera. Casarme con el señor Flores me dio lo que mis padres nunca pudieron ofrecerme, aunque mis sueños se hayan hecho pedazos. No significa que no lo vuelva a intentar, con o sin el permiso de mi esposo.
Rob parecía reflexionar sobre lo que dije.
-Debes tener cuidado con mi padre -advirtió-. Puede ser muy malo si se lo propone.
Sus palabras me inquietaron. El señor Flores ya me había mostrado su lado oscuro en múltiples ocasiones, pero escuchar a Rob hablar de esa manera me hizo sentir aún más temerosa.
-De acuerdo -dije-. Vamos de regreso a casa. Ya hemos ido a la heladería y al cine. No quiero que tu padre se ponga de mal humor.
Mientras nos dirigíamos de regreso a la mansión, me encontré con Leonardo y su esposa, Ángela. Iban tomados de la mano, viéndose felices. La visión de ellos juntos, a plena luz del día, me resultaba insoportable.
-Hola, Leonardo -dije con un tono cordial, aunque mis emociones estaban en una tormenta interna. Me esforzaba por mantener la compostura.
-Hola, Catherine -respondió él, con esa sonrisa que me hacía desmoronarme por dentro-. Qué sorpresa verte aquí.
-Sí, solo estamos de paso -dije-. Felicidades por su boda.
Ángela me agradeció amablemente, pero el intercambio fue breve y formal. No quería prolongar la conversación más de lo necesario. Me despedí de ellos y regresé al coche.
Rob notó mi incomodidad.
-No te agrada mucho la presencia de Leonardo y Ángela, ¿verdad?
-No -le respondí-. Me resulta difícil mantenerme cerca de ellos. No hace más que empeorar mi estado emocional.
-Lo entiendo -dijo Rob-. No son las personas más confiables, especialmente Leonardo. Eso es lo que escuché de mi padre.
Sus palabras me dejaron aún más pensativa durante el camino de regreso a casa. La confusión y la incertidumbre seguían siendo mis compañeras constantes, y aunque el día había traído un pequeño alivio, las sombras del pasado seguían pesando en mi corazón.
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DESEOS QUE MATAN +18
RomanceObligada a casarse con un hombre que no ama, Catherine lucha por encontrar su lugar en un matrimonio que la asfixia. Pero cuando conoce a Leonardo, un joven que despierta sus más profundos deseos, Catherine se enfrenta a una encrucijada: aceptar su...