El señor Flores estuvo enfurecido conmigo durante varias semanas. Y en ese tiempo, la tristeza se instaló en mí de una forma que no podía sacudir. Lo que antes me parecía una chispa de emoción con Leonardo se había convertido en el peor arrepentimiento de mi vida. Me maldecía una y otra vez por haberme cruzado con él, por haber dejado que nuestras miradas se encontraran. Ahora no entendía qué había sentido en aquel momento. ¿Era asco, rechazo, o simplemente el dolor de una traición que aún no podía explicarme?
Leonardo... las palabras que me había dicho seguían resonando en mi mente. "Podríamos ser amantes", había dicho. ¿Cómo había sido tan ingenua? Claro que jamás habría aceptado algo así. ¿Qué clase de mujer sería si hubiera accedido?
Pero nada de eso importaba ya. El señor Flores me había prohibido salir de la casa, ni siquiera podía ver a mis propios padres a menos que él estuviera presente. Y, a decir verdad, no tenía deseos de ver a nadie. Me encerré en mi habitación, sumida en un letargo que no parecía tener fin. No comía. No me importaba si el señor Flores se molestaba porque no me encargaba de la comida. Solo quería dormir y, en esos momentos, deseaba no despertar jamás.
Un día, el señor Flores subió a la habitación. Su voz resonó, fría y dura, al preguntarme:
—¿Cuándo piensas levantarte de esa cama, Catherine?
Lo miré sin ganas, sintiendo el peso de su presencia, pero no tenía fuerzas ni para hablar.
—No me siento bien —dije en voz baja, esperando que se fuera.Pero no lo hizo.
—Si no te sientes bien, entonces te llevo al doctor. Esto no puede seguir así.Sin esperar mi respuesta, me obligó a levantarme y me llevó a la clínica. El trayecto en su camioneta fue silencioso, apenas podía sostener la cabeza en alto. El doctor me revisó rápidamente, pero no tardó en decirme que parecía una cuestión de falta de alimentación. Aun así, sugirió hacerme unos análisis por si algo más estaba mal.
Sentí el pinchazo en la vena cuando las enfermeras me sacaron sangre, pero estaba tan sumida en mi abatimiento que ni siquiera me molestó. Solo quería que todo terminara rápido. Sin embargo, el señor Flores estaba allí, observando, y noté un destello de preocupación en sus ojos. No había sentido esa preocupación en mucho tiempo.
Pasaron unas horas y llegó la noche. El doctor se acercó al señor Flores con el resultado de los análisis.
—Señor Flores —comenzó, leyendo con detenimiento el expediente—, no es nada grave. Al contrario, deben sentirse felices. Van a ser padres.—¡Eso no puede ser! —exclamó el señor Flores, su rostro palideciendo de golpe. Casi toma al doctor de la bata, furioso—. ¡Revise de nuevo! ¡Está equivocado!
El doctor retrocedió, incómodo, pero mantuvo su postura.
—No hay error, señor. Los análisis no mienten.Me volví hacia el señor Flores, su mirada se clavó en mí como dagas. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Yo? ¿Embarazada? El doctor se retiró discretamente, dejándonos solos en ese pequeño espacio donde la tensión se volvía sofocante.
—¿Quién es? —gruñó el señor Flores, avanzando hacia mí, sus manos temblando de furia—. ¿Quién es el maldito? ¿Es por eso que no has querido cumplir con tus deberes como esposa?
Quise hablar, explicar lo que ni yo misma comprendía, pero él no me dejó.
—No, no me expliques nada. Para mentiras ya has tenido suficiente tiempo —me espetó con veneno—. ¡Qué estúpido he sido hablándote de amor mientras estabas con otro hombre!Las lágrimas comenzaron a brotar sin control, pero eso solo parecía alimentar su ira.
—Es verdad —dije al fin, con la voz rota—. Estuve con otro hombre... pero no fue después de casarnos. Fue antes. Por eso no quería este matrimonio. Tú lo sabías... lo sabías y aun así...El desprecio en sus ojos me atravesó. Sabía que mentía, que lo que decía no tenía sentido, pero era la única salida que veía.
—¿Quién era? —exigió de nuevo, su voz se elevó, y antes de que pudiera detenerlo, me dio dos bofetadas tan fuertes que sentí el calor y el dolor arder en mi rostro.—No lo sabrás —dije, apenas capaz de articular las palabras—. Puedes matarme, pero nunca te diré quién fue.
El señor Flores me miró con tal desprecio que por un segundo temí por mi vida.
—Tienes suerte de que te ame —dijo al fin, con lágrimas que apenas contenía—, porque de lo contrario te mataría con mis propias manos. ¡Eres de lo más bajo que he conocido, Catherine! ¿Cuánto me arrepiento de haberte conocido?No respondí. No dije una palabra ni cuando me dieron de alta, ni cuando se fue, desapareciendo por semanas. Ni siquiera cuando mi madre vino, exigiendo respuestas. Me quedé en silencio, ahogada en mi propio arrepentimiento.
Había cometido el mayor error de mi vida, y ahora estaba pagando el precio. Embarazada de un hombre que jamás reconocería a su hijo, atada a una vida que ya no quería, bajo la sombra de un esposo que me vigilaba cada paso que daba, ansioso por encontrar y destruir a mi supuesto amante.
El día en que el señor Flores reapareció, algo había cambiado en él. Se había quitado la barba, y, aunque aún irradiaba ese aire sombrío, había algo diferente en su apariencia.
—Quiero el almuerzo, ya —ordenó con la voz firme.—No está listo —le respondí, aún sintiendo la tristeza como un peso en el pecho.
—Lo quiero ya —gruñó, levantándose de la mesa y tomándome del brazo con una fuerza que me hizo estremecer. Me empujó violentamente, y las lágrimas que había tratado de contener durante semanas comenzaron a brotar.
Lena, quien siempre parecía estar en los momentos más oscuros, se acercó preocupada.
—¿Estás bien, Catherine? —preguntó con dulzura.Asentí, incapaz de decir la verdad. No tenía fuerzas para más confrontaciones.
—Todo pasará —me dijo Lena, tocando suavemente mi vientre—. Solo preocúpate por tu hijo.Eso fue suficiente para desmoronarme por completo. Me eché a llorar, fuerte, incontrolable, mientras Lena intentaba consolarme.
Más tarde, el señor Flores me llamó a la sala. Caminaba de un lado a otro frente a la chimenea, como un animal enjaulado.
—Me haré responsable —dijo sin mirarme—. Ese niño que llevas en el vientre será registrado como mi hijo, pero jamás será tratado como tal. Esa es tu condena, Catherine. Eso será tu castigo por haberme sido infiel.Lo miré sin decir nada, consciente de que ya estaba cumpliendo mi condena. Sabía que tenía razón en una cosa: ahora estaba pagando por mis propios actos.
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DESEOS QUE MATAN +18
RomanceObligada a casarse con un hombre que no ama, Catherine lucha por encontrar su lugar en un matrimonio que la asfixia. Pero cuando conoce a Leonardo, un joven que despierta sus más profundos deseos, Catherine se enfrenta a una encrucijada: aceptar su...