Capítulo 11: La Cena de la Desilusión

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El día que tanto temía y anhelaba finalmente llegó. Leonardo, el hombre que había invadido mis pensamientos desde aquel primer encuentro, vendría a cenar. Mi corazón latía con fuerza mientras Lena y yo preparábamos la comida. Lena, siempre tan amable, me enseñó a cocinar platillos exquisitos, reservados para ocasiones especiales. Aunque para el señor Flores, esta no era una ocasión especial. Él estaba estresado, insoportable desde el día anterior, y había gritado a todos los empleados de la casa. A todos menos a mí. Parecía estar ciegamente enamorado, como si algún día esperara que yo lo amara de la misma manera. Pero para mí, eso era imposible. Ni siquiera cuando me llenaba de flores y cartas, un acto que él creía romántico, podía ignorar que todo era una farsa. Mis padres me habían obligado a casarme con él, y por ello, lo odiaba profundamente.

Leonardo, por otro lado, parecía el primer amor que nunca tuve. A mis 18 años, nunca había estado cerca de un hombre tan atractivo, tan diferente del señor Flores. Sin embargo, sabía que era inalcanzable; después de todo, era el hijo del presidente.

Cuando la cena comenzó, el señor Flores dio la bienvenida a sus invitados, y yo hice lo mismo. Me había puesto un vestido especialmente bonito esa noche, con la esperanza de captar la atención de Leonardo. Y lo logré. Sus ojos me seguían cada vez que podía, aunque intentaba no ser demasiado obvio.

Durante la cena, el señor presidente preguntó a mi esposo si Rob, su hijo, ya tenía una pareja en mente. El señor Flores negó con la cabeza.

—Aún es demasiado joven para pensar en eso —respondió con una sonrisa calculada—. Pero estoy seguro de que, cuando llegue el momento, Rob sabrá elegir a una mujer de principios.

El presidente asintió, y luego mencionó a su hija, Magdalena.

—Magdalena tiene la misma edad que Rob. Cuando cumplan la mayoría de edad, podrían ser una pareja perfecta —sugirió el presidente.

El señor Flores sonrió y asintió, complacido.

—Sería una excelente idea para fortalecer nuestros lazos —respondió, claramente más interesado en los beneficios que en el bienestar de su hijo.

Entonces, el señor Flores se volvió hacia Leonardo.

—¿Y tú, Leonardo? ¿Ya estás casado?

Leonardo esbozó una sonrisa antes de responder.

—Todavía no, pero pronto. Mi prometida, Ángela, está en España. Cuando regrese, nos casaremos.

Mi corazón se hundió al escuchar esas palabras. La pequeña chispa de esperanza que había mantenido viva durante toda la cena se apagó de golpe. Bajé la mirada, incapaz de ocultar mi decepción. No hice ningún comentario durante el resto de la noche, preferí guardar silencio y fingir que todo estaba bien.

Leonardo, quizás queriendo aliviar la tensión, comentó:

—Catherine, me encantaría que le enseñaras a Ángela cómo preparar estas cenas tan exquisitas.

Levanté la vista, intentando mantener la compostura, y respondí con frialdad.

—En realidad, no las preparo yo. Lena es la responsable.

Un silencio incómodo cayó sobre la mesa. Pude sentir la mirada de mi esposo, el señor Flores, clavada en mí, pero estaba demasiado enfurecido como para hablar delante de sus invitados. En cambio, el presidente y Leonardo estallaron en carcajadas.

—¡Entonces préstanos a Lena! —bromeó el presidente.

Sonreí forzadamente y me levanté de la mesa.

—Disculpen, regreso en un momento —dije, sin esperar respuesta.

Me dirigí a la cocina, intentando calmarme. Me sentía tan tonta, tan ilusa por haber siquiera pensado que podría haber algo entre Leonardo y yo. Mientras me reprendía mentalmente, escuché pasos detrás de mí. Era Leonardo.

—¿Pasa algo, Catherine? —preguntó con esa sonrisa que alguna vez había imaginado para mí.

—Nada —mentí, tratando de sonar indiferente—. ¿Qué se te ofrece?

—Solo quería saber dónde está el baño —respondió, aún sonriendo.

—Por el pasillo a la derecha —le indiqué, esforzándome por mantener mi voz fría. Sabía que jugar con fuego era peligroso, y no quería arriesgarme a que mi esposo se enterara de mis pensamientos.

Mientras Leonardo se alejaba, me di cuenta de lo absurdo de la situación. ¿Qué estaba haciendo? ¿De verdad quería ponerme en peligro por un hombre que, al final, solo buscaba casarse y convertir a su esposa en una sirvienta? En ese momento, la desilusión me golpeó con más fuerza que nunca.

La cena terminó sin más incidentes, y nos despedimos de los invitados. Les regalé una sonrisa hipócrita mientras se marchaban, aunque por dentro solo quería correr y esconderme.

Tan pronto como la puerta se cerró tras ellos, el señor Flores estalló. Azotó la puerta con fuerza y se dirigió hacia mí, con el rostro encendido de ira.

—¿Por qué dijiste que Lena preparó la comida? —me increpó.

—¿Qué tiene de malo? —le respondí, sin pensar.

Esa respuesta solo lo enfureció más.

—Esas cosas no se dicen en la mesa, Catherine. ¡Preferiría que no abrieras la boca si no tienes nada inteligente que decir! —gritó, su voz resonando en las paredes.

Luego, sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se dirigió a su habitación, dejándome sola en el comedor, sintiendo cómo la tensión se disipaba lentamente, pero dejando en su lugar un vacío aún más profundo.

Me quedé ahí de pie, observando los restos de la cena. "¿Qué estoy haciendo con mi vida?", me pregunté una vez más. Pero esta vez, la respuesta se sentía más inalcanzable que nunca.

DESEOS QUE MATAN +18Where stories live. Discover now