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Seguía todavía de pie. Mi cabellera rojiza se movía delicadamente con aquella brisa invernal calando mis brazos descubiertos, esperando el momento oportuno para poder cruzar ese tendero eléctrico. No había nada ni nadie más a mi alrededor y solo tenía una misera oportunidad para poder ir hacia el otro lado del enorme edificio y tomar esa bella joya puesta sobre un viejo escritorio de caoba antiguo.

Mis pies estaban listos para dar el primer movimiento. Solamente debía ser rápida antes de que el reloj de la gran catedral de Ámsterdam diese ya la última campanada, pero al dar un solo paso, me sentía completamente nerviosa.

Un intento más, convertido en un completo evento desafortunado.

Mi corazón daba un inesperado vuelco, palpitando ferozmente, retrocediendo.

No importaba cuantas veces lo intentase, el resultado siempre era el mismo.

Aquel evento volvía a mi mente, mientras mi acompañante me pedía no estropear el plan. Sin embargo inevitablemente, ya era demasiado tarde. Había fallado nuevamente.

La famosa Elástica, ahora solo era una simple muchacha carente de habilidades artísticas. Quien alguna vez fui, parecía también haber perecido en aquel incendio.

Era la sexta vez en el mes en que ni siquiera me atrevía a cruzar por aquella cuerda floja. El solo hecho de poner un solo pie sobre ella, me transportaba de inmediato hacia los eventos ocurridos esa noche. Dos perdidas, tantas muertes.

—¿Segura que quieres volver al negocio? —averiguó Aldo, mientras me servía una taza de té caliente—. Podríamos volver a intentarlo cuando estés lista.

No sabía siquiera que responderle. Sentía que estaba lo suficientemente preparada para volver al mercado negro de la ciudad, que seguía siendo fuerte a pesar de haber vivido y sufrido en el Carnaval de Los Dieciséis. Pero era débil, propensa al dolor eterno en cuanto cerraba mis ojos y volvía a esa gran carpa multicolor.

Me dolía. A pesar de que aun quería seguir vengándome, me carcomía el corazón lo que había sucedido.

—Deberíamos irnos de Ámsterdam, de esta casa—Aldo tomó mi mano—. Esto sigue haciéndote daño.

—Aldo, no podemos dejar el Domo, no puedo irme y dejar tantos recuerdos—sollocé—. Todo lo que tengo, está en esta casa. Todo lo que conozco, está en Ámsterdam.

—Tenemos opciones. Aun los mejores ladrones de América podrían abrirte las puertas. Tienes talento, Roan. No lo desperdicies.

Aldo trataba de convencerme una vez más. No podía volver al trabajo sabiendo que las heridas aun no estaban del todo cicatrizadas. Todo lo que me rodeaba, me recordaba inconscientemente al carnaval. Sabía que lo que decía era para que cambiase mi vida, para que no estuviese noche tras noche llorando desconsoladamente por algo que no recuperaría. Había pasado ya suficiente tiempo, el necesario como para seguir reviviendo esa oscuridad una y otra vez.

Debía seguir la vida planeada para mí. Pero todavía seguía extrañando, seguía extrañándole.

Sabía que no le recuperaría.

—Vete a dormir, yo limpiaré todo—sonrió.

—Como cada noche—intentaba bromear.

—Solo ve—rio—. Descansa.

Mi habitación solo era un cumulo de nostalgia. El solo poner mi cabeza sobre la almohada, me llenaba de preguntas que nunca tendrían respuesta.

El Ultimo Acto de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora