XI

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Observaba aquellas monedas de oro con sumo cuidado, recostada todavía sobre esa cama, mientras los rayos del sol se proyectaban sobre una de ellas. Estaba ya vestida, relamiendo mis labios, pensando brevemente en lo que debía hacer.

Pensaba en lo buenos que habían sido Ulric y Nerida, una pareja que envidiaba a todos con su amor. Ambos me habían protegido, pero no podía estar más con ellos, debía ir hacia Noruega y luego volver a mi casa, a lo que podía quedar de ella.

El sonido de golpes en la puerta, me hacía que diese un respingo. Instintivamente, llevé mis manos al pequeño saco de monedas de oro que había dejado sobre la cama. Con rapidez las escondí bajo la almohada, asegurándome de que quedasen bien ocultas antes de responder.

—Adelante —expuse finalmente, tratando de mantener la calma en mi voz.

La puerta se abría lentamente, revelando a Ulric, quien lucía elegantemente con su traje oscuro. Llevaba una bandeja sobre sus manos, con un par de huevos perfectamente cocidos y una taza de té humeante. Su sonrisa tranquila y amigable, contrastaba con la tensión que aun sentía mi pecho.

—Buenos días, Roan—sonrió, mientras colocaba la bandeja sobre la mesa junto a la cama—. Pensé que algo de comida te vendría bien para comenzar el día.

Asentí, agradecida por su amabilidad.

—Gracias, Ulric. Justo lo que necesitaba—expresé tranquilamente.

Mientras me disponía a tomar aquella taza de té, Ulric sacaba un sobre de su bolsillo, dándomelo.

—Esto llegó para ti hace un momento—expuso seriamente.

Le vi con curiosidad, antes de tomar aquel sobre. Era elegante, de un papel grueso y con un sello de cera que indicaba la clara importancia de su contenido. El sello tenía un grabado que reconocí al instante, uno que provocaba un ligero escalofrío. El emblema del Carnaval de Los Dieciséis. Una estrella con puntas azules.

Deslicé un dedo bajo el borde del sello, rompiéndolo con cuidado antes de sacar la carta puesta en su interior. Mis ojos recorrieron rápidamente las palabras escitas en tinta negra, y mi corazón se aceleraba con cada línea que leía.

Era una invitación, se me requería en una mansión de la ciudad, con detalles sumamente específicos sobre la hora y una advertencia explicita: Se pedía completa puntualidad.

Sentía una mezcla de anticipación y aprensión que se apoderaba de mi cuerpo. Las palabras parecían bailar en ese papel perfumado, pero había algo más, algo implícito en la formalidad de la carta. Era algo que me hacía susurrar, casi por mí misma:

—Es de Lachlan.

Ulric levantó la ceja, observándome con suma atención.

—¿Lachlan? —preguntó, su tono de voz era neutral, pero con una sombra de preocupación en su mirada.

Guardé aquella carta. Mis pensamientos iban girando en torno a lo que esa invitación podía significar. Asentí lentamente, sin desviar mi mirada de la ventana que daba hacia el bullicio fuera del burdel.

—Si...es de él—resoplé—. Y parece que la próxima jugada ya está en marcha.

Ulric tan solo se quedó en silencio por un momento, observándome. Su mirada se endurecía ligeramente antes de hablar, mostrándose serio.

El Ultimo Acto de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora