Me despertaba la melodía de una guitarra, la voz de una mujer que parecía entonar su voz en la ópera más placentera que hubiese escuchado jamás. Allá en Ámsterdam la radio comunitaria era la única que solía transmitir los domingos por la tarde, los conciertos que algunos famosos cantantes daban en los más grandes auditorios de la ciudad. Ethelia danzaba por toda la casa, trayendo Simon entra sus brazos mientras este no dejaba de reír. Me gustaba obsérvales, sentada sobre aquella mecedora, sonriéndoles.
Ya había anochecido. Y otro plato de sopa y pan fresco estaba puesto sobre una silla. Poco a poco, aquella habitación se llenaba de algunos accesorios. Un vestido largo color blanco, estaba puesto en un colgador de plata fina.
Mi cuerpo estaba aún oculto tras esas sábanas blancas, llevándome mis manos hacia mi cabellera sudada, sin dejar de ver la belleza que se mostraba tras ese ventanal. Paris sin duda alguna, era una ciudad hermosa. Solía brillar con la torre Eiffel, alumbrando desde la distancia.
Inspiré profundamente, dirigiendo mis pasos hacia aquel balcón, inundándome por completo por de la brisa que traía consigo aún más secretos y preguntas sin resolver. El campamento circense todavía estaba rondando por aquel paraje repleto de naturaleza. El show había concluido y algunos, se dedicaban a escabullirse entre los rincones y celebrar otro de los quizás tantos triunfos que Le Monstre Du Cirque, llevaba a su haber.
El lugar al igual que lo había sido el Carnaval de Los Dieciséis alguna vez, traía también consigo cierta magia y escepticismo. Incluso sus miembros, parecían ser sacados del más inimaginable cuento fantástico. Pero los cuentos, también solían tener finales catastróficos.
—No has probado bocado—susurraron detrás de mí.
Voltee abruptamente viendo a Bertram, sosteniendo sobre sus manos rasguñadas aquella bandeja de plata. La sopa aún seguía humeante, mientras él esperaba.
—No tengo hambre—espeté—. Y no es del todo necesario que continúe con aquella falsa modestia.
Lo único que había descubierto hasta el momento era que ese hombre lo dominaba todo y a todos, quienes parecían rendirse ante aquellos misteriosos encantos que solía demostrar con un paso tras otro. Era un hombre de clase, uno que parecía pertenecer al basto grupo de los exclusivos. Su género solía ser poco conocido. Los Cuadrepos era una raza que se saltaba de una generación a otra. Muchas veces, las mujeres solían no seguir con la descendencia, por los agresivos cambios que solían presentar si no lograban controlarse. Las marcas sobre sus manos, eran prueba de ello. Se transformaban en animales con un solo impulso.
—Eres testaruda, apasionada y una romántica empedernida—sonrió—. No le pierdes ni una sola pisada a la hermosa Jesabelle.
—Yo la vi morir—susurré—. Dos veces, para ser exacta.
—Lamento tu perdida. Pienso en ella con frecuencia, era un alma gentil. La mejor de todos nosotros.
Una lagrima caía hacia sus labios. Me quedé contemplándole en silencio. Era la típica burda tristeza que se asemejaba a la de mi difunta tía. Isobel había tenido también las mismas artimañas, convenciéndome gradualmente hasta que fue demasiado tarde para darme cuenta de ello.
Parecían ser que todos en aquel grupo artístico, eran unos muy viles mentirosos. Actores que disfrazaban la verdad con actos y trucos de magia. Como aquel Carnaval de Los Dieciséis.
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El Ultimo Acto de un Corazón Roto
FantasyDespués de desmantelar el circo que acabó con la vida de su hermano, Roan ha desentrañado solo una parte del enigma que envuelve su trágica muerte. La verdad oculta tras las sombras de la extravagante troupe se revela como un entramado aún más compl...