VI

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 Le necesitaba. Aun con mis ojos abiertos, aun dándome vueltas en aquella camilla era capaz de memorizarle, de buscar insaciablemente algo que me permitiese verle tan solo una vez más.

Recordaba sus besos, el cómo le necesitaba desesperadamente recorriendo sus manos sobre mi cuerpo, el cómo entregaba todo ese éxtasis ante una sola persona. Arlequín aun no desaparecía de mi cabeza, de cada uno de los latidos de mi corazón inundado por su veneno.

Aún estaba cegada bajo su placer, bajo esa noche en donde quedaba sin aliento con solo pensarle.

Mi cabeza daba vueltas al escuchar su voz en el viento, diciendo aquel apodo que me había ganado en el Carnaval de Los Dieciséis.

Elástica.

Elástica.

Elástica.

No podía dejar siquiera de culparme por lo sucedido aquella noche. Le había perdido, de una manera en la que solo podía decirme una y otra vez que yo misma le causé la muerte.

Sacudí la cabeza para despejarme, caminando a pasos sigilosos sobre todo ese campo. Algunas luciérnagas lograban distinguirse, unas rozando mis brazos descubiertos, las otras formando un camino en línea recta que me invitaba a seguirles.

Seguí aquel sendero oscurecido, guiándome por el revoloteo de aquellas luciérnagas, quienes tan solo se detenían a medio camino, evaporándose todas en el aire. Lo que quedaba, era polvillo sobre mis manos. Olía a tierra mojada, petricor.

—Bonita noche, ¿no? —era la voz de una mujer.

Un crujido se hacía presente, sin embargo, nada ni nadie se lograba divisar. Solo se veían aquellas carpas del show y la oscuridad rodeándome. Aun hacia frio y la luz de la luna, apenas se lograba proyectar sobre el cielo.

Giré la cabeza una vez más, pero parecía ser que aquella voz solo era efecto de otra noche de insomnio. Lo único que había allí, era un cuervo posándose en la endeble rama de un árbol. Su graznido era cada vez más intenso, mientras no dejaba de observarme. 

—¿A quién tanto buscas? —el cuervo había hablado. Su voz era suave y serena. En un solo vuelo, se había convertido en una mujer. Era la misma quien sufrió de aquella herida sobre su ala.

—Creí que no había sobrevivido—expresé, viendo como sus alas de cuervo, se transformaban en brazos humanos, repletos de tatuajes.

—Los cuervos al igual que los gatos, aún tienen vidas extras.

El alba llegaba antes que el sueño, mientras aquella chica de largo cabello rosa me guiaba hacia una de las carpas, la suya. Todo en su interior estaba bellamente decorado con rosas azules. Miles de jaulas de diferentes formas y colores yacían sobre el techo, mientras una cama de plumas se mantenía en un rincón, con un pequeño perro poodle blanco recostado sobre esta. En su collar, llevaba puesto el nombre de "Xabi".

La chica me invitaba hacia una mesa, donde servía un poco de brandi en copas de cristal. Me negué, aun no estaba acostumbrada del todo al alcohol. Se sentó a mi lado, haciéndome compañía.

Lucille se asemejaba a Ethelia y también a Hazel, dos almas que no había siquiera podido salvar.

—Fennic me hablo sobre ti—bebió un sorbo de brandi—. La famosa Elasti...

El Ultimo Acto de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora