XIV

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Los gemidos de Lachlan y también los míos llenaban la habitación, un eco íntimo de la pasión que nos envolvía. Los movimientos de él eran firmes, decididos, mientras ambos nos entregábamos al momento sobre esa cama. El calor de nuestros cuerpos y el ritmo compartido parecían borrar cualquier pensamiento más allá de la intensidad del presente. Cada toque, cada respiración entrecortada, reforzaba el vínculo entre nosotros, uno que desafiaba todo lo que había intentado ignorar.

Sin embargo en medio de la vorágine de sensaciones, algo llamaba mi completa atención. Mi mirada, momentáneamente perdida en el placer, se posaba en el suelo junto a la cama, donde el pequeño frasco de veneno había caído. La realidad se colaba en mi mente, recordándome la misión que me había llevado hasta allí. Ulric y Arlian me estaban esperando en la estación de trenes. El tiempo seguía corriendo y no podía permitirme olvidar el peligro que acechaba en las sombras.

El recuerdo de la promesa que había hecho, la razón por la que estaba en esa habitación, golpeaba mi conciencia. Por un momento la confusión y el deseo se entrelazaron en mi mente, haciéndome consciente de la dualidad de la situación. El veneno en el frasco era un recordatorio brutal de la apuesta, del riesgo que había asumido al entrar en la mansión de Lachlan.

Pero ahora, mientras el peso de mi cuerpo se hundía en ese colchón y Lachlan seguía marcando un ritmo insistente y poderoso, sentía que el tiempo se desvanecía. Mi cuerpo respondía a cada movimiento de él, pero mi mente luchaba por mantenerse firme en la misión que aún me llamaba.

Finalmente cerré los ojos, intentando aclarar mis pensamientos. Aunque el deseo seguía dominando el momento, la urgencia de lo que debía hacer era imposible de ignorar. Necesitaba irme, necesitaba volver a la realidad que me esperaba en la estación de trenes.

Me obligaba a tomar una decisión, sabiendo que cada segundo que pasaba me acercaba más a un destino incierto. La batalla entre el deseo y la responsabilidad me consumía, mientras las sombras de lo que estaba en juego me rodeaban cada vez más.

Lachlan intensificó sus movimientos, su toque volviéndose más exigente mientras sus manos exploraban con firmeza mi cuerpo. Sus dedos encontraban mis pechos, acariciándolos con una mezcla de pasión y posesión. Atrapada en el fuego de mis emociones, no podía contener un gemido fuerte que resonaba en la habitación, cada sonido escapando de mis labios con una urgencia incontrolable.

La forma en que Lachlan me tocaba, la presión de sus manos sobre mis pechos, me envolvía en una sensación que parecía desbordar todo mi ser. Él disfrutaba del control que ejercía sobre mí, sintiendo cómo mi cuerpo respondía a cada caricia, a cada movimiento. El placer era palpable, una conexión que ambos compartíamos y que parecía trascender todo lo demás.

Perdida en el torrente de sensaciones, sentía cómo el deseo y la tensión se entrelazaban dentro de mí, creciendo con cada toque, con cada respiración entrecortada. La fuerza de sus gemidos era una respuesta directa a la forma en que Lachlan me hacía sentir, cada segundo en esa cama intensificaba el fuego que ardía entre ambos.

Lachlan sonrió, complacido por mi reacción. Mi cuerpo temblaba bajo el suyo y él lo disfrutaba plenamente, como si saboreara cada segundo de ese momento. Sus manos no dejaron de moverse, explorando y disfrutando de cada rincón de mi ser, mientras su ritmo seguía marcando el pulso de la pasión que compartíamos.

Lachlan intensificaba su conexión, sus movimientos eran más firmes y decididos, mientras el aire en la habitación se volvía más denso, cargado de emoción y deseo. Sentía la presión, la fuerza que él ejercía sobre mi cuerpo y el conflicto interno que me envolvía. La desesperación comenzaba a mezclarse con el placer y en medio de aquella vorágine de sensaciones, mi espalda se arqueaba instintivamente, buscando un alivio que parecía imposible de alcanzar.

El Ultimo Acto de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora