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El delirio no es más que una manera de llenar el vacío que hay entre el deseo y la realidad.
Luis Buñuel.
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LALISA MANOBAL.
Salgo de la cubertura y saco dos de mis armas, comenzando a disparar, una bala tras otra, sin piedad. El dolor en mi brazo es un recordatorio. Disparo hasta que no queda nadie más en pie, hasta que el almacén queda sumido en un silencio mortal. Veo a dos de mis hombres, quienes guardan las armas y asienten con la cabeza.
—Puedes salir —le dijo a Jennie, mi voz firme, pero con un matiz de cansancio que no puedo ocultar.
Ella sale de detrás de la pared, mirándome con una mezcla de agradecimiento y confusión. Estaba temblando, en su mirada veía todo el miedo que pasó, y no es para menos, ella debe de estar al tanto de todo lo que ha hecho su padre y creer que esto es una venganza.
No está lejos de la realidad, no obstante, esto no es solo por eso.
Justo cuando Jennie estaba a punto de decir algo, Aderith entró corriendo, gritando el nombre de Jennie. La abraza con fuerza, levantándola del suelo, y en ese momento, sus ojos se encuentran con los míos. Jennie me regala una sonrisa tranquila, agradeciéndome en voz baja. Asiento, sin mostrar emoción alguna, aunque por dentro algo se agita. No lo entiendo, no quiero entenderlo.
Salgo del almacén sin mirar atrás, sin importarme el dolor en mi brazo que ahora es más fuerte. Uno de mis hombres se acerca y le ordeno que la lleven a donde ella quiera, que se encargue de que llegue sana y salva.
Regreso a casa, mis pensamientos un caso. Lo que ocurrió allá dentro no debería afectarme, pero lo hace. Entro a la habitación, buscando rápidamente algo para limpiar la herida de mi brazo. El dolor ahora es persistente, pero no es nada comparado con el desorden en mi mente.
Antes de que pueda hacer mucho, la puerta se abre y entra Dahyun. Me observa en silencio, tomando asiento a mi lado sin decir una palabra. No tiene que preguntar qué pasó, lo sabe, lo entiende.
Ella saca un botiquín de primeros auxilios de la estantería y comienza a limpiar la herida en mi brazo. Su toque es suave, casi reconfortante, pero no digo nada. No es necesario. Su compañía es suficiente, aunque me cueste admitirlo.
Me quedo en silencio mientras ella termina su trabajo, mi mente todavía atrapada en lo que pasó en el almacén.
Finalmente, Dahyun se levanta, guardando el botiquín, pero no se va. Se queda ahí, observándome con esos ojos que parecen verlo todo.
—Te conozco, Lalisa —susurra—. Y sé que eso no se trata solo de una herida en el brazo. Deberías hablar con alguien.
Me rio, una risa amarga y sin humor.
—No necesito hablar, Dahyun. Lo que necesito es dejar de pensar —me paré de la cama y me dirigí hacia el whisky—. Eso es lo que necesito.
Ella no insiste, porque sabe que sería inútil. Pero algo en su mirada me dice que no va a dejar esto así. Asiento levemente, agradeciéndole en silencio por todo lo que hace. Dahyun me sonríe, un gesto de apoyo silencioso, y finalmente se retira de la habitación, dejándome a solas con mis pensamientos.
La noche avanza lentamente y me encuentro de pie frente al espejo, observando la venda en mi brazo. El dolor físico es solo una distracción temporal, una que ya no puedo usar para ignorar lo que está ocurriendo en mi interior. Jennie, Aderith, no debería afectarme de esta manera, pero lo hace.
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Hechizada. (jenlisa)
RomanceJennie Kim finalmente ha alcanzado su sueño de trabajar como editora en una de las editoriales más prestigiosas de la ciudad. Mientras su carrera profesional va en ascenso, su vida personal sigue siendo solitaria y monótona. Todo cambia cuando conoc...