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Cuando amas a alguien más allá de todo lo imaginable, estás dispuesto a dar la vida misma para protegerlo, porque su existencia es tu propio propósito.
Eleanor Roosevelt.
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LALISA MANOBAL.
—¡No! —grité—. No puede ser que si una mercancía tenía que llegar hoy se retrase solo por el simple hecho de que nuestra competencia se adelantó. ¿Qué les pasa por la maldita cabeza?
—Jefa, tratamos de que el barco se fuera, por otro lado, pero no pudimos, era demasiado arriesgado, corríamos el peligro de que se perdiera la mercancía —excuso uno de mis hombres.
Sonreí mostrando mi obvia molestia y la falsedad en aquella sonrisa, incómoda por su manera de decirme que lo que yo ordeno no se hizo bien. Apreté mis manos en puño y avancé hasta donde se encontraba él.
—No te imaginas cuanto odio que me contradigan —me troné el cuello—. Es incómodo ver a hombres estúpidos como ustedes.
—Jefa...
—¡No quiero más malditas quejas, son unos ineptos! —vociferé, con mi rostro ardiendo—. ¿Sabes qué hago con las personas así?
—No —bajó la cabeza.
–Me encanta hacerles entender el porqué aquí yo soy la que manda —saqué mi arma y sin preámbulos le disparé directo a la cabeza, y este cayó hacia atrás—. ¿Próximo?
Los dos hombres que restaban pasaron saliva, mirándome asustados, tal cual me gustaba que me miraran. Ladee la cabeza, sonriendo de lado, mirando la sangre esparcirse por el suelo del sótano.
—¿Asustados? —ninguno asintió ni me miró. Rodé los ojos—. Yo también lo estaría —agité el arma—, digo, no todos los días encuentras a una loca por ahí disparando armas. No les miento, tengo miedo de que los muertos se reúnan, ya saben, conocen mi historial y así —le disparé al de la izquierda—. Ops, se me escapó, ¿quieres una bala o prefieres ir a visitar a los muertos?
—Je... —no lo dejé terminar, le di otro disparo en la cabeza.
—Ay, no —solté el arma—. Los maté. Este cargo de consciencia quien me lo quita ahora. Bueno, esto va para el historial, espero no me la cobren en el más allá. Miedo.
Salí de allí, subiendo hasta la casa, y encontrándome cara a cara con mi hermana, quien estaba cruzada de piernas y sentada en mi sofá. Alcé las cejas, con ese solo acto preguntándole que hacía en mi casa a estas horas. Me serví un vaso de Whisky y esperé su respuesta.
—Necesito tu ayuda —fue lo primero que salió de su boca.
—¿Perdón?, ¿otra vez? A este paso tendré que comenzar a cobrarte —le di un trago a mi bebida—. ¿En qué o qué?
—Me imagino que en este punto ya sabes, pero me enteré de que Jennie está más que en peligro —suspiró—. Todo por culpa de su padre y si no la ayudamos...
—Detente ahí —levanté mi mano—. ¿Ayudamos? Me suena a manada, esa chica no es nada mío, me tiene sin la más mínima importancia lo que le pase —me encogí de hombros—. Contrátale guardaespaldas, yo sé que ganas bien.
—La única que tiene este tipo de contactos eres tú, Lalisa —replicó—. Yo sé que me puedes ayudar.
—Muy bien —hice una pausa—, a ver si entiendo, tú, la misma chica que me ignoró e ignoró el que yo soy su hermana, se cambió el apellido y no conformándose con eso me dijo que soy una contaminación ambiental, quiere que la ayude a salvar a la chica de la cual está enamorada. Interesante. Lo guardaré en las cosas que no me importan y cuando tenga tiempo las echo a la basura. Eso es un No.
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Hechizada. (jenlisa)
RomanceJennie Kim finalmente ha alcanzado su sueño de trabajar como editora en una de las editoriales más prestigiosas de la ciudad. Mientras su carrera profesional va en ascenso, su vida personal sigue siendo solitaria y monótona. Todo cambia cuando conoc...
