Epílogo

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A lo largo y ancho de Japón, solo había dos escuelas dedicadas a la hechicería, a proteger a las personas ordinarias de aquello que eran comúnmente conocidas como "maldiciones", manifestaciones físicas de la energía negativa de los humanos que terminaban tomando una forma de monstruo. Estas "maldiciones" eran exorcizadas por aquellos que se denominaban hechiceros, chamanes o exorcistas, siendo cualquiera de los tres términos el correcto. Hacía veinte años, después de mil años desde la era dorada de la hechicería, una guerra entre hechiceros y maldiciones se había llevado a cabo en Japón, dejando diversos distritos destrozados y cientos de muertos; pero esto había atraído la mirada de muchas personas a los usuarios de energía maldita, convirtiendo a los hechiceros en un arma que no solamente fue usada para proteger a las personas de las "maldiciones", habiendo muchos hechiceros que prefirieron un pago sustancial por cazar a otros hechiceros o a objetivos diversos. Estos eran conocidos como "usuarios malditos", pues podían hacer uso de la energía maldita, pero no seguían las reglas de la hechicería ni perseguían a las "maldiciones".

Durante los últimos veinte años, los hechiceros habían visto cambiar su mundo, sus costumbres y ahora no eran solamente vistos como los "hombres de negro" del gobierno, personas desconocidas que aparecían en las situaciones más extrañas, en los momentos más diversos. Así como los países se fijaron en los hechiceros, la población civil no aparto su vista de las personas que los mantenían vivos de los seres extraños e invisibles que no podían ver al no manejar su energía maldita, al no poder canalizarla.

Los hechiceros se convirtieron en una parte importante, después de la Era Heian, de la sociedad japonesa, trayendo de vuelta el mito a la realidad, convirtiendo parte de su mitología en una realidad que crecían desconocida, que antes solamente habían visto en series, películas y en libros de fantasía y ficción que ni siquiera se imaginaron en poder recrear. El mito se había convertido en una realidad constante, extraña y presente de la actualidad.

―¡Sensei!

Una adolescente de cabello oscuro levantó el brazo derecho dentro de un aula, intentando atraer la atención del profesor a cargo, el cual estaba observando unas hojas que tenía sujetas en su mano.

―¿Dime, señorita Okkotsu?

La chica se puso de pie. Vestía un uniforme oscuro, con un pin dorado en el lado izquierdo, cerrando la chaqueta que cubría su torso completamente. Su cabello, lacio, caía hasta el nacimiento de su espalda, moviéndose suavemente con cada gesto de la chica, dejando a la vista su rostro con forma de corazón y sus enormes ojos oscuros.

―¿Qué vamos a hacer hoy?

El profesor, un hombre de cabello oscuro desordenado y ojos negros, se recargó sobre el respaldo de su silla al mismo tiempo que dejaba las hojas sobre su escritorio.

―El profesor a cargo de vuestra siguiente lección de campo se está retrasando―murmuró el profesor, mirando directamente a los ojos de la joven Okkotsu―. Creo que dijo algo sobre un caso que os entregaría y donde os mostraría a manejar la energía maldita―miró el reloj en su muñeca―. Y el idiota se está retrasando...

―¡O-H-A-Y-O!

Una de las ventanas del aula se abrió y un fuerte viento desperdigó los papeles del profesor por el aula, al mismo tiempo que obligaba a los alumnos a mirar hacia el alfeizar de la ventana. Un hombre de ojos castaños brillantes los miraba, con una cicatriz cruzando su rostro. Su cabello de un tono rosado, se mecía ligeramente al mismo tiempo que una sonrisa se extendía en sus labios.

―¡LLEGAS TARDE IDIOTA!

―¡Gomen, gomen!―el hombre saltó dentro del aula―. Estuve en una reunión con el Ministerio de Defensa y me retrasé un poco más de la cuenta...

Útero MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora