Capítulo 29

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Los planes formulados con paciencia y dedicación a largo plazo, eran complicados de llevar a cabo, muy difíciles de cumplir, pero cuando se terminaba, creaba una satisfacción que perduraba mucho en el tiempo para la persona o personas que hubieran cumplido sus objetivos. Kenjaku, actualmente, estaba dentro de dicho grupo de personas. El Juego del Sacrificio había dado sus frutos; Satoru Gojo estaba muerto, sin posibilidad de revivir a pesar de que lo intentara y Ryomen Sukuna se estaba deshaciendo de las posibles amenazas para sus planes. Todo estaba marchando según lo previsto, sin percance alguno que le obligara a cambiar algo sobre la marcha. Y, si tuviera que hacerlo, tenía el plan B por si las cosas se torcían.

Observando el cadáver de uno de los hechiceros revividos, Kenjaku se recreó, disfrutando de aquel momento. Mientras Sukuna peleaba contra los hechiceros de Tokio y Kioto, él debía de terminar con la vida de los hechiceros revividos, aquellos que aparecieron para el juego. Ya no eran de utilidad para él. La recta final de su plan estaba más cerca que lejos y no había nadie que pudiera impedírselo, ni siquiera su propio hijo.

El sonido de las briznas de hierba al ser pisadas, alertó a Kenjaku de la proximidad de alguien. Se irguió sobre el cadáver de su objetivo y giró la cabeza hacia los árboles a su derecha. Entrecerró los ojos formando dos rendijas. Aquella firma de energía maldita...le resultaba familiar, demasiado.

Una figura salió del bosque. Su ropa estaba llena de manchas de sangre, suciedad y cortes. Su camiseta, al menos, había sido cortada de forma que tenía una rasgadura diagonal que marcaba por el lugar donde había sido dañado, por donde fue partido a la mitad sin miramientos.

El hombre se detuvo. Sus ojos brillaron con intención y apartó el cabello de su rostro, dibujando en sus labios una sonrisa llena completamente de burla; una burla que Kenjaku captó a los pocos segundos. Apretó los labios y descruzó los brazos, sacando las manos de las mangas de su kimono. ¿Cómo era posible que él estuviera allí, vivo?

Ambos hombres se miraron por largos segundos. En los ojos de Kenjaku, la confusión aún estaba presente, dando paso a la incomprensión.

—Bueno, bueno, bueno—la voz arrogante y ególatra de Satoru Gojo rompió primero el silencio, haciendo que Kenjaku se tensara levemente—. No me esperabas, ¿o sí?

Ojos azules resplandecieron con diversión cuando vieron el cuerpo de un hechicero yaciendo a los pies de un árbol, pasando después a Kenjaku. Recorrieron el rostro que había pertenecido a Suguru Geto y se detuvieron en la cicatriz que estaba presente en su cabeza, por donde el cráneo de su viejo amigo fue abierto.

—Por suerte, no me gusta mucho mantenerme muerto. Y no podía dejar que usaras ese cuerpo...sin su permiso.

El tono de voz fue peligroso, lleno de una advertencia que saltaba a la vista, pero que Kenjaku no tomó en serio. Respiró hondo y relajó sus hombros. Tenía allí al hombre que podía deshacer sus planes. Esos ojos azules...estaban en sus pesadillas.

—Él ya lleva mucho tiempo muerto, Satoru Gojo. Este cascarón es solamente un medio para un fin. No le des demasiada importancia, ¿quieres?

Los labios de Kenjaku se torcieron en una sonrisa venenosa. No era amistosa ni pedía tranquilidad. Satoru frunció el ceño por varios segundos antes de respirar.

—¡Bueno! Supongo que cumpliré la promesa a Suguru—inclinó la cabeza levemente hacia su hombro izquierdo—. Voy a arrancarte de ese cuerpo y le devolveré la dignidad a mi amigo.

Kenjaku tardó en reaccionar. Satoru lo golpeó con un puñetazo directamente en el estómago, haciendo que se elevara ligeramente cuando el albino incrustó en lo más hondo su extremidad, obteniendo un quejido del hechicero maldito, quien no fue capaz de prever aquel golpe por parte del profesor.

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