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Habían pasado dos días y no había ni rastro de Axel. Durante este tiempo poco había pegado ojo, de noche sobrepensaba y cuando me daba cuenta, sonaba la alarma.

Era sábado, y él tenía partido. Pensé en mandarle un mensaje pero Ada no me lo permitió.

"Deja que se aclare, a lo mejor tiene algún problema que no quiere contar" fueron sus palabras, y intenté hacerle caso, aunque me fuese difícil.

Yo había decidido ir al psicólogo, de nuevo.
Las palmas de mis manos estaban sudadas. Me las sequé disimuladamente en los vaqueros mientras esperaba a que la recepcionista terminara de teclear en el ordenador. 

—Rodrigo te espera, puedes pasar —dijo con una sonrisa amable, señalando un pasillo a la derecha.

Cada paso que daba hacia el consultorio era como avanzar por un campo minado. ¿Y si esto era un error? ¿Y si no servía de nada? Al final del pasillo, una puerta sencilla con un cartel discreto: "Rodrigo López - Psicología". Respiré hondo, intentando calmar el latido frenético de mi corazón, y llamé tímidamente.

—Adelante —dijo una voz cálida desde el interior.

El consultorio era sorprendentemente acogedor. Nada de diván ni de decoración fría y distante. Las paredes estaban pintadas en tonos suaves y unas plantas verdes daban un toque de vida al lugar. Me senté en el sillón que me indicó Rodrigo, un hombre de sonrisa fácil y ojos que transmitían una calma absoluta.

—¿Lista para empezar, Sofía? —preguntó mientras tomaba asiento frente a mí.

Asentí, aunque la verdad era que no sabía ni por dónde empezar. Tenía un nudo en la garganta y las palabras parecían haberse atascado en algún lugar recóndito de mi cerebro.

—Entiendo que sea difícil hablar de esto —dijo él con una suavidad que me tranquilizó un poco—. ¿Te parece si empezamos por lo que te trae por aquí?

Y así, sin más preámbulos, comencé a hablar. Le conté de mi obsesión por la comida, por las calorías, por el ejercicio. De cómo me miraba al espejo y solo veía defectos, michelines inexistentes y kilos de más que solo existían en mi cabeza. Le hablé de los atracones, de la culpa, de los vómitos autoinducidos que se habían convertido en mi rutina.

Él escuchaba con atención, sin juzgarme. Asentía de vez en cuando y me miraba con una mezcla de empatía y comprensión que me hacía sentir segura. Por primera vez, no me sentía como un bicho raro, como una loca obsesionada con su peso. Me sentía escuchada, comprendida.

—No estás sola, Sofía —dijo él cuando terminé de hablar, con la voz llena de calidez—. Lo que te ocurre tiene un nombre y, lo más importante, tiene solución.

Salí del consultorio una hora después sintiéndome vulnerable, como si hubiera puesto al descubierto mis miedos más profundos. Pero también sentía una pequeña chispa de esperanza. Tenía una cita con Rodrigo la semana siguiente y, aunque la idea de volver a remover todo me aterraba, también sentía que estaba dando un paso en la dirección correcta.

Miré mi teléfono por si mi madre me había mandado algún mensaje, pero realmente me encontré con otro, de Axel.

"Hola Jade, necesito hablar contigo de algo importante. Últimamente no estamos bien, hay mucha tensión entre nosotros y siento que discutimos por cualquier cosa. Te quiero mucho y por eso mismo creo que lo mejor es que nos demos un tiempo. Este año estoy volcado en el fútbol, es una oportunidad única para mí y necesito estar concentrado al cien por cien. Siento que necesitamos un tiempo para cada uno para aprender a controlar lo que nos pasa individualmente para así poder estar con el otro sin problemas
Espero que lo entiendas. Te quiero."

𝘭𝘦𝘵 𝘮𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘪𝘴𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora