Capítulo 3

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Sergio miró al rubio cual perro salvaje, incluso pudo jurar que de repente le gruñó y no dudó en abalanzarse sobre él logrando derribarlo al tomarlo por sorpresa.

Una vez que lo tuvo en el suelo, aprovechó la diferencia de tamaño para subirse a horcajadas en él y darle un par de bofetadas.
La cara de Max era desconcierto total, se defendía solo subiendo los brazos y cubriéndose el rostro, pero Sergio no perdía el tiempo en agredirlo.

—Ni se te ocurra volver por aquí otra pinche vez, güerito.

Claro, eso era lo que le hubiese gustado hacer en realidad.
Sin embargo, un tic en la comisura de su forzada sonrisa fue todo.

—Sí, disculpe. Es que no podré atenderlo rápidamente, tendría que...— Pero se quedó a medio hablar cuando Max se dio la vuelta para dirigirse a una mesa en la esquina del salón.

Lo quería hacer pedacitos y añadirlo a la salsa de vinagre balsámico.

Con un movimiento de cabeza, Verstappen le indicó a Sergio que siguiera con su rutina y, aunque desconcertado, el pecoso agradeció que no requiriera de más atención que simplemente observar, cosas de gente millonaria quizá, tal vez era un rarito que tenía alguna clase de placer en observar a los pobres trabajar.

De cualquier modo no tenía tiempo para perder. Volvió a la cocina y preparó ingredientes y masas, eventualmente se hizo una ensalada que comió en segundos para no estar con el estómago vacío.
Regresó al salón a dejar servilletas y botellas de salsas en las mesas, también encendió las máquinas de nieve granizada y algunas luces.

En algún momento dio un paso en falso y tropezó mientras cargaba unos platos, pero solo suspiró profundo cuando logró salvarlos exitosamente.

Dieron las 10:30 de la mañana y en ese entonces incluso se había olvidado completamente de la presencia de Max en aquella recóndita esquina.

—¡Papá!— El grito de Oscar le hizo salir de sus ocupados pensamientos y no dudó en salir de la cocina para correr a las escaleras, pero se detuvo de golpe cuando se encontró de frente con sus hijos siendo atendidos por Max.

El rubio estaba inclinado y sostenía a un Pato que lloraba desconsolado. Oscar había encogido las manitos sobre su pecho y preocupado, observaba al rubio calmando a su hermanito.

—¿Qué pasó?— Sergio apartó a Oscar mientras le revisaba e inmediatamente dirigió la mirada al menor de los bebés.

—Hey, amiguito. Hola.— Max jugaba con Pato en sus brazos y parecía que al niño le agradaba porque pronto su llanto se convirtió en hipidos que se atenuaban lentamente.

El rubio levantó la mirada con una sonrisa que desvaneció en cuanto hizo contacto con Sergio, quien le miraba asustado y expectante mientras mantenía detrás a Oscar, quien viendo el estado de su papá, interpretaba la situación como peligrosa.
Algo temeroso, Sergio extendió los brazos esperando que, por amor al cielo, Pato regresara a él sin problema alguno y así fue.

Max fue sumamente delicado con el niño, incluso recibió un golpecito de él antes de pasar a brazos de su padre y a Sergio se le notó muy aliviado entonces.

—Disculpa, no era mi intención asustarte.— Max se había quedado a una distancia aceptable mientras veía a Sergio revisando a su hijo. Este solo le miró fugazmente. —Supongo que ahora sí sabes quién soy.

—Mire— Sin miedo en su voz, Sergio habló inmediatamente después, casi interrumpiendo. —No me interesa si es dueño de media ciudad o de la ciudad entera, puedo tolerar que sea un raro que guste de molestar a otros, pero mis hijos son un tema aparte.— Dejó que Oscar cargara a su hermano y se atrevió a encarara a Max incluso si la diferencia de tamaños era bastante considerable.

—Oye, no. Yo no, quiero decir, no soy, bueno, yo... no quiero molestar.— De repente, el semblante de Max había cambiado por completo. Pasó de ser una especie de león salvaje a un pequeño cachorro nervioso.

Naturalmente, era la conducta más confusa que Sergio había visto alguna vez.
Checo siempre fue muy expresivo, por eso su cara no cooperó para esconder el desconcierto que sentía.
Inseguro, se dió la vuelta y se inclinó con sus hijos.

—Oscar Jack Pérez Mendoza, ya hemos hablado sobre bajar las escaleras por tí mismo ¿Y si te caes? ¿Y si tu hermano se cae? ¿Qué voy a hacer si se lastiman?

—Es que...

—No, hijo. Debes entender. Hay cosas que no puedes hacer sin importar qué.

—Pero papi...

—Por favor, ya no sigas respondiendo, no quiero castigarte.

—Pero papá— El niño se quejó y a cambio recibió una mirada severa de Sergio.

—Yo le ayudé.— Max interrumpió —Ya te había llamado y no respondiste, me acerqué, dijo que no podía bajar las escaleras porque ibas a regañarlo, así que le ayudé. Yo bajé con el pequeñito y Oscar bajó con nosotros.

Sergio no respondió de inmediato, simplemente volteó con su hijo y este asintió avergonzado, como si hubiese hecho algo malo.
—Es que Pato no dejaba de llorar y no sabía qué hacer.

Sergio suspiró. No sabía si estaba cansado o apenado por haber asumido todo y no detenerse a preguntar, pero definitivamente se había equivocado.
Atrajo a sus hijos hacia él y los abrazó profundamente. Después de todo, no sabía que haría si ellos un día le faltaran.

Checo se tomó un momento para volver a subir con sus hijos, dejando a Max solo y con muchísimo tiempo para observar.

El rubio no perdió el tiempo, recorrió el pequeño restaurante sin problema. La cocina estaba limpia aunque un poco caótica, los baños impecables, las mesas relucientes y cada utensilio en su debido lugar.

Revisó la hora nuevamente, pronto darían las 11:30 y se preguntaba a qué hora llegarían los empleados o algún ayudante. El cartel de afuera decía que abrían a medio día, lo normal era que cualquiera hubiese llegado por lo menos hace 30 minutos.

Sergio bajó poco después y entró directamente a la cocina encontrándose con Max, que trataba de recuperar esa fachada indiferente del inicio.

—No es un mal lugar, podría considerar no cerrarlo.— Se llevó una rebanada de tomate a la boca, lo malo era que a Max no le gustaba mucho el tomate fresco.

—Por favor.— Sergio le miró sin mucha expresión y rodó los ojos —¿Puede no fingir que no acaba de sostener a mi bebé y cubrir a mi hijo de un regaño?

Fue gracioso ver a Max intentar recuperarse de un no muy agradable sabor y luego de su cara colorada, toció. A Checo no le quedó más opción que echarse a reír.

—No estoy fingiendo, yo soy una persona muy seria, no deberías hablarme así.

—¿Ah, de verdad?— Sergio se cruzó de brazos acercándose al rubio, le arrinconó en una de las barras de la cocina y, sin llegar a tocarle, le miró directo a los ojos entrecerrando los propios.
—¿Quién eres, Max Verstappen?

Checo's pizza | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora