Nelson Piquet era un don nadie.
Aquello era un hecho que todo mundo sabía, pero su sociedad con Jos Verstappen había hecho que su poder y sus delirios de grandeza se dispararan hasta le cielo y, por supuesto, su hija no había desaprovechado ese aumento de estatus.
Pero ahora mismo estaba en problemas, las acciones de Kelly lo obligaban a persuadir a Jos Verstappen para que actuara a favor de ella y no estaban en una posición fácil. Ya habían rechazado el matrimonio, lo normal en las familias de alcurnia sería ofenderse y enemistarse, pero a ellos no les convenía caer de la gracia del hombre más poderoso de Holanda, padre del segundo hombre en esa lista.
—No puedo creer que todavía no me dirija la palabra.— Jos se quejaba. Últimamente todo lo que Piquet escuchaba eran lamentos y quejas del rubio sobre la distancia kilométrica que había surgido entre su heredero y él. —Pensé que dejarlo fuera sería una buena solución, pero han pasado meses desde que lo vi por más de 3 segundos o solo pasando por las ventanas.— La copa de vino estaba casi vacía, Nelson no perdió tiempo y le sirvió otra más.
—Kelly también está muy afectada.— Él tomó su propia copa —A ella realmente le interesa tu chico. Y ahora con la situación por la que está pasando... pobre de mi niña, realmente te entiendo tanto, amigo.
—¿Pasa algo con Kelly? ¿Tampoco te habla?— El rubio frunció la cara.
—Muy poco. Está triste porque piensa que si sale a la calle, todo el mundo la verá como un monstruo.
—Oh, pero si ella es una mujer maravillosa. Me habría encantado que tu hija y mi hijo se involucraran, de verdad.— Aunque a decir verdad, quizá Jos estaba un poco resentido por el alcohol. —Pero mi Max... él... Ugh, eso realmente no importa.— Tomó otro gran trago de vino y jadeó luego de pasar el líquido por su garganta —¿Qué le pasó a tu hija?
Nelson sonrió, había ganado el interés de Jos aunque fuese de forma tan distante. No perdió el tiempo, le contó todo detalle a detalle, sin dejar de victimizar a la pelinegra en cada momento. Ella estaba supuestamente deshecha por todo, se arrepentía pero tenía miedo de decirlo, según su padre, ella solo era un chica inocente que había cometido un error.
Jos le prometió que ayudaría, convencido de que la pelinegra era la más afectada, le hizo saber a Piquet que, quien sea que la estuviese difamando, lo pagaría severamente, dándole así la confianza para poder atacar al pobre incauto que se atrevió a alzar la voz con la policía.
—¡Oscar, ten cuidado!— Sergio vigilaba de lejos a su hijo, mera costumbre, pues estaban bien cuidados por Charles. —No bajes tan rápido, hijo.
Los niños habían salido a pasear con su padre, Max y Charles. Disfrutaban de los juegos de un pequeño parque que se habían encontrado en el camino. El mexicano los observaba, eran adorables, tiernos, Pato estaba creciendo muchísimo y Oscar se comportaba como un niño de su edad.
Mirarlos tan detenidamente por tanto tiempo le hizo pensar, había valido la pena no trabajar hoy, después de todo, las ventas sí habían caído considerablemente estos meses desde el incidente de Kelly y los lunes era peor, pero verlos a ellos le daba satisfacción.
—¿Está todo bien?— Las manos de Max colocaron suavemente la gabardina negra al rededor de los hombros de Checo.
El pecoso miró por sobre su hombro encontrándose con los bonitos ojos de Max. Tenía pestañas rubias que se iluminaban en dorado con el atardecer y el azul de sus iris contrastaba con los tonos anaranjados. Le sonrió y asintió.
—Me hacía tanta falta esto. A ellos les hacía tanta falta.— Sujetando la prenda para acomodarla mejor en su cuerpo, miraba a sus pequeños correr, a Pato intentar no tropezarse con sus propios piecitos por lo menos. Suspiró.
—Ellos tienen un papá increíble, Checo. Están a salvo porque tú los mantienes a salvo.— El rubio se quedó a su lado llevándose las manos a los bolsillos, empezaba a hacer frío después de todo. —Entonces ¿Qué hay de ti?
Sergio dudó por un momento si debía contestar o no. —A mí me salvas tú, Max.— Fue automático, podía jurarlo, pero sus miradas se encontraron otra vez.
Algo tenían los ojos de Max sobre Sergio, porque podía jurar que se sentían como un cálido rayo de sol en el frío del invierno, en el clima helado del lugar, eran como un bonito brote de pasto verde y vívido. Ese pensamiento le arrancó un suspiro. Quizá lo que sentía era más que simple gratitud, tal vez en el fondo sí pensaba en ese muchacho como algo más, pero también era verdad que se volvía más extraño conforme más lo pensaba.
—Checo...— El rubio se atrevió a acortar la distancia, no quitaba sus orbes profundas de sobre el pecoso y extendió la mano para posarla sobre la mejilla del contrario —Me mantendré aquí hasta que tu me permitas hacerlo.— Esa explosión que sintió en el pecho lo llevó a atraer el rostro perplejo del de pecas un poco más cerca.
Estaban frente a frente, Sergio sostenía la gabardina de Max y Max sostenía el rostro pardo de Sergio. Lento, como si tanteara el terreno, dándole tiempo a impedirlo si así lo decidía, el rubio se acercaba a los labios del más bajo.
Checo lo miraba expectante, inseguro pero aguardando por lo que pasaría después, fue inevitable poner atención a los labios de Max. Realmente esperaba algo, solo que no sabía qué. El corazón le latía rápido, como si en cualquier momento fuese a salir corriendo de su pecho y dejarlo lidiando solo con todo lo que no sabía sentir.
Los labios de Max estaban tan cerca, casi rozando su piel, como si una simple brisa fuese todo lo necesario para empujarlos un poco más, y así pasó. Max besó su mejilla. Suave, gentil, pudo sentir todo el cariño y devoción en ese pequeño beso.
—Gracias por permitirme salvarte. Déjame hacerlo todas las veces que sean necesarias.
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Checo's pizza | Chestappen
De TodoLa simple vida de un simple padre soltero que simplemente encuentra el amor. Su vida es tan simple como lo es su cocina. Simplemente encantador.