Capítulo 14

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—Aquí tienes.— Max se acercó con una taza de café caliente que le ofreció al pecoso y se sentó junto a él con cuidado de no derramar la propia.

Sergio estaba envuelto en una manta, se había quedado sentado en el suelo frente a la ventana, todavía necesitaba del aire frío.

—¿Harás una remodelación o algo?— El rubio miró alrededor topándose con las cajas de antes —¿Necesitas que te ayude a organizar las cosas?

Sergio soltó una risita corta bajando la cabeza. No había ninguna remodelación pero Max no lo sabía, el pobre chico había corrido a su ayuda sin siquiera tener idea de lo que pasaba, aunque ahora que lo pensaba, no le había preguntado cómo había entrado.

—Son las cosas de Oscar.

—Ah, es muy ordenado para ser tan chiquito.— Max tomó un sorbo de su café.

—No las guardó, las estaba reuniendo para venderlas.— El pecoso se hizo un poco hacia atrás alcanzando los carteles de antes. Suspiró al mirarlos, todavía era doloroso verlos. Se los extendió a Max.

El holandés estaba confundido, ver las hojas coloreadas le hizo formar un puchero en los labios.
—Realmente iba a hacer su propia venta de garaje

—Sí...— Checo se acurrucó en su manta y abrazó sus piernas apoyando el mentón en sus rodillas —No sabía que les estaba haciendo tanto daño.— Miraba al suelo enfrente, a un punto vacío.

Max le observó en silencio, le rompía el corazón ver los ojitos llorosos de Sergio, no le gustaba imaginar cómo debía sentirse para permitirle verle tan vulnerable, porque conocía el carácter firme del de pecas, sabía que caer era imposible, pero ahora estaba ahí, el el suelo, sentadito abrazando sus piernas y permitiéndose sentir todo lo que probablemente había estado acumulando por tanto tiempo.

—En estos casos se supone que debes abrazarme y consolarme.— Sergio habló quedito, era doloroso percibir ese tono.

El rubio entendió por completo. Nunca más debía ver a Sergio de ese modo, no permitiría que su corazón estuviera tan deprimido como para hacerle ver débil y pequeño.

Le rodeó con sus brazos logrando retener la bolita que era el de pecas ahora. Al inicio fue un poco incómodo, ambos estaban sentados y era complicado mantenerse abrazados en esa postura, pero fue el pecoso quien acabó empujando a Max en su intento de ponerse cómodo y terminó ligeramente sobre él en el suelo. El rubio le sostenía con fuerza, como si dejarlo ir no fuese una opción y quería que Checo también lo entendiera.

Se quedaron así un buen rato, permitió que el de pecas llorara todo lo que necesitara, porque estaba seguro de que sería la última vez que lo haría. Ya no tenía nada qué cuidar, su padre lo había dejado fuera, no debía proteger nada como una reputación absurda y tenía el poder suficiente todavía como para salvaguardar algo que sí quería.

En algún momento, el de pecas se quedó dormido sobre su pecho. Su respiración era tan pacífica que parecía el ser más inocente de la tierra. Para Max, Sergio era de las cosas más hermosas que había visto nunca, todo de él estaba perfectamente hecho, como si las mejores selecciones se hubiesen puesto en un solo hombre y hubiese sido enviado a la tierra para ser encontrado por él.

Para cuando la mañana llegó, la luz pegó en los ojos de Sergio y le hizo despertarse de golpe y agitado. Esa luz significaba solo una cosa: Era tarde, muy tarde.

Se puso de pie rápidamente, colocándose encima lo que encontró a su paso y bajando las escaleras a marcha rápida, al punto de que casi se resbala en uno de los peldaños. Sin embargo, el ruido le  llamó la atención. Afuera estaba un grupo de señores que, dirigidos por las exigencias de Max, se encargaban de reparar la ventana que había roto la noche anterior.

Checo's pizza | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora