Capítulo 8

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Luego de que Sergio llevara a Oscar arriba y suministrara su analgésico pediátrico a Pato, Max le pidió tener una conversación a la que accedió, pero a Checo no le gustaba pedir ayuda ni hablar de sus problemas.

—Intentaré hacer esto ameno, pero quisiera saber por qué no dijiste nada sobre la enfermedad de Patricio ¿Carlos lo sabe?— Max estaba sentado cruzado de brazos frente al pecoso.

—No, y no quiero que sepa, tampoco quería que tú lo supieras.— Sergio miró a otro lado jugando con un cabellito de su nuca.

—¿Por qué?— Max permanecía imperturbable.

—Porque, bueno, no tienen motivos para involucrarse. Son mis hijos, siempre he podido hacer las cosas solo y...

—¿Arriesgarás a tus hijos solo por orgullo?

Sergio volteó hacia Max totalmente ofendido.
—No tienes idea de lo que estás diciendo.

Max suspiró, a pesar de haber dicho que no sería brusco, era complicado mantener en control su necesidad por involucrarse con Sergio. No quería hacer las cosas rápido para no asustarlo y terminar haciendo que se aleje, pero la paciencia también se le acababa.

—Perdón, no era eso lo que quería decir.— Max se inclinó sobre la mesa uniendo sus manos al frente, ni siquiera parecía un niño de 23. —Digo que está bien que seas fuerte, ya lo has demostrado. Pero ¿Sabes? Carlos y yo estamos aquí ahora. Más yo que Carlos, de preferencia.

Sergio lo miró en silencio por un momento y antes de hablar se cruzó de brazos.

—¿Qué quiere de mí?— El pecoso temía alguna respuesta extraña o turbia —Nadie viene y ayuda a otro solo porque sí. Usted y yo no nos conocemos.

Max le mantuvo la mirada. Estaba decidiendo, quería ser lógico y razonar, pero su lado infantil y enamoradizo también lo estaba sujetando.
Si le decía la verdad a Checo y él se negaba a siquiera tolerarlo, entonces tendría que dejar de verlo, pero en realidad estaría bien, no se arriesgaría a enamorarse más. Y si, milagrosamente, Sergio decía que estaba bien, bueno, estaría bien.

El rubio suspiró.

—Nada. Solo pienso que eres lindo.— Sus ojos se fueron a sus manos sobre la mesa —Y no me mal entiendas, tampoco te pediré que te acuestes conmigo, solo me gustaría saber si puedo conocerte, ya sabes, ser amigos.— Levantó la mirada.

Sergio había aprendido a ser desconfiado, no terminaba de creer que alguien dijera que ayuda solo porque sí. Aunque en el fondo también estaba apenado por haber escuchado que Max le consideraba lindo.

—¿Amigos?

Max asintió.

—¿Solo eso? ¿Estás seguro de que no intentarás nada más?

El rubio tardó una fracción de segundo, pero asintió. Estaba seguro de que no trataría de traicionar la confianza que quería ganarse de él, de lo que no estaba seguro era de si realmente se conformaría con simplemente quedarse con él siendo amigos, pero debía ser optimista, quizá estaba pecando de ello.

Lo siguiente fue un largo y, por mucho, incómodo silencio. Ninguno de los dos sabía qué decir o cómo reaccionar. La cabeza de Checo estaba sumida en  un conflicto porque realmente desconfiaba hasta los huesos del rubio frente a él, por experiencia sabía que lo saludable era dedicarse él mismo a todo lo que se refiriera a sus hijos.

Y fue el mismo Oscar quien interrumpió ese silencio al llamar a su padre desde las escaleras. Checo casi suspiró del alivio y se puso de pie para dirigirse con sus hijos.

—¿Puedo subir?— Max preguntó sin dar se cuenta de que tal vez estaba yendo un poco muy, demasiado, exageradamente rápido. Pero él es Max Verstappen, lo suyo no es ser lento.

—No.— Checo contestó con aparente obviedad, como si incluso la pregunta resultara en una tontería —Deberías irte a casa, tengo que ocuparme de mis hijos y todavía me quedan cosas por hacer.— No dijo nada más y subió las escaleras.

El rubio se quedó observando por un momento. Suspiró, no sabía cómo acercarse sin asustarlo pero que tampoco le tomara años intentar, estaba ansioso, como alguien que se enamora y quiere lanzarse, pero que tiene miedo de caer en suelo firme y morir. 

—Papi, quería preguntarte algo.— Oscar lucía realmente consternado, como si algo estuviera perturbando esa cabecita castaña.

—Por supuesto.— Sergio se había puesto en cuclillas frente a él y le regalaba una sonrisa calmada. 

El pequeño jugaba con sus manitas al frente, como si dudara de hablar sobre aquello en lo que estaba pensando —¿Crees  que los abuelos odien a Pato?

—¿De qué hablas, cielo?— No sabía si esa sensación era confusión o pánico, tal vez ambas.

—Bueno, los abuelos eran buenos conmigo, pero después ya no. Cuando Pato llegó, ellos de repente eran groseros.— El niño pareció darse cuenta de algo y jadeó de la impresión —Tal vez es porque no cuidaba de él, es porque fui un mal hermano mayor, como decía la abuela.

El de pecas arrugó las cejas, nunca había escuchado que aquella mujer que alguna vez fue cálida con sus hijos, se atreviera a decir algo tan horrible a un niño de, en ese entonces, 4 años. Aquella idea de que a esa edad ellos ni siquiera entienden es una franca estupidez, Oscar era una prueba inmediata.

Atrajo a su hijo para abrazarle, sabía de lo nervioso que podía estar cuando sacaba temas relacionados con la familia de  su madre.

—No, Oscar. Esto no es tu culpa.— Sentía el cuerpo tenso del niño, como si se negara a su afecto —Mamá se fue, porque a veces las personas deben hacerlo. Los abuelos simplemente...— ¿Cómo debía decirlo? No tenía idea. Sabía que esa conversación llegaría, pero ¿Por qué tan de repente? —Ellos tienen sus propios asuntos ¿Sabes?— Tomó algo de distancia del niño y le miró limpiando las pequeñas lágrimas de sus ojitos. —¿No te gusta el cuidado de papá?— Checo hizo un puchero.

Oscar rió, era reconfortante verlo reír así. Asintió sorbiendo los mocos de su nariz.

—Bien, entonces ¿Qué te parece esto?— Sergio se puso de pie acariciando los cabellos de su hijo —Vayamos de paseo hoy, compraremos mucho helado y gomitas.

—¿De las que tienen forma de gusanitos?

—De esas mismas.

Oscar se alegró, sus ojitos redondos brillaron cual amanecer cobrizo y esa sonrisita formaba un corazón que derretía el de su padre. Es verdad que estaba justo con el dinero, tampoco sabía cómo afrontaría la segura mala racha  que la publicidad nefasta de aquella mujer le daría, pero ahora pertenecía a sus hijos, salir con ellos siquiera un momento le parecía mejor idea que simplemente quedarse en casa a lamentarse y sentirse arruinado.

Sergio sabía que debía intentarlo siempre una vez más, sin importar cuántas veces cayera o sintiera que lo haría, tenía dos hijos que amaba y que, por sobre cualquier cosa y mediante cualquier forma, protegería.



...

No es fin de semana de actualización sin el apartado de su autor bocón hablando solo.

¿No les emociona Baku? Viendo los resultados de las prácticas uno y dos de verdad que me estoy ilusionando. Ya sé  que las carreras no son nada más las prácticas y que dichas son solo eso mismo, pero nmms, volvieron mis Bulls.

Realmente espero que todos estemos en el mismo barco y manifestemos, recemos, imploremos, invoquemos o lo que sea que les funcione, una victoria más para Chequito en el circuito que mejor se le da.


Checo's pizza | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora