Los días pasaban, en todo ese tiempo, el rubio había visto muy poco a su padre. En parte era bueno, no había insistencia en el tema del matrimonio, no se le habían quitado sus responsabilidades en el negocio, así que por lo menos ahora parecía estar todo en orden, pues estaban bastante saturados de trabajo.
Era costumbre que Max llegara a aquella cabaña por lo menos tres veces por semana, se mantenía al tanto de la situación económica del pecoso y de vez en cuando hacía pequeñas trampas en el corte de caja para amortiguar siquiera un poco el asunto.
Había dejado de insistirle a Sergio en el asunto de ayudarlo, cada vez que lo intentó antes, siempre terminaba regañado y disculpándose por haber sonado rudo. Checo era tan lindo como necio, pero a Max le gustaba.
Por la mañana, el mexicano volvía a repetir su acelerada rutina. Muchas veces se levantaba solo antes de la alarma, pues estaba ya tan acostumbrado que conocía paso a paso lo que debía hacer.
Sin embargo, hoy había un factor diferente en su ecuación. Estaba enfermo.
Apenas había escuchado la alarma y de levantarse ni se hablaba, sentía que el cuerpo le pesaba toneladas, arrastraba los pies al caminar y debía apoyarse en una superficie cada tanto o colapsaría.
Buscó un termómetro, estaba ardiendo en fiebre y esa molestia en su garganta no le dejaba respirar muy bien.Pero no podía darse el lujo de quedarse a descansar. No tenía dinero, no podía perder un solo día aunque estuviese aturdido y mareado.
Para cuando los niños despertaron, sus desayunos ya estaban listos. Oscar fue el primero en darse cuenta del estado de su padre, lo notaba errático y menos regañón, sus labios estaban secos y a veces parecía no escucharlos. Se preocupó, pero no dijo nada cuando vio que para él era como un día normal, que estaría trabajando como siempre.
—Papi— Sergio no reaccionaba, era como si ese vaso debajo del chorro de agua requiriera una concentración magistral —¡Papi!
—¡Eh!— Sergio saltó del susto y cerró la llave poco después —Dime ¿Pasó algo? ¿Estás bien?— Sintió que la cabeza le dió vueltas al dirigirse a su pequeño, pero le restó importancia.
Oscar le ofreció el teléfono, en la pantalla estaba el contacto de Carlos esperando ser atendido. El pecoso agradeció, tomó el aparato y le pidió a su hijo que volviera a desayunar con su hermano.
—¿Que pasó?— Hablaban en español —Ah, no. Todo en orden.— Soltó un suspiro cansado apoyando la mano en el lavabo —La verdad es que no. Me está llevando la chingada. No tengo un solo peso y para colmo me enfermé.— Se apoyó contra la pared de la mini cocina y pasó una de sus manos en su frente —No sé qué voy a hacer. Tampoco puedo quedarme a descansar, Oscar entrará a la escuela en unos meses.
La llamada no duró mucho más, poco después se despidieron porque el mexicano debía iniciar con su día de compras y suministros.
La rutina conocida retomó su curso. Le dió indicaciones a Oscar y se fue apenas tuvo todo en orden. La fiebre lo estaba matando, los escalofríos hacían que sintiera que sus huesos dolían a cada paso, pero no podía darse el lujo de detenerse a llorar y dormir. Él era el adulto responsable.
No tardó mucho, cuando volvió a casa preguntó desde abajo si estaba todo en orden, al recibir una respuesta positiva y ver a sus hijos intactos al bordo de la escalera, empezó con sus deberes.
Checo debía sacarlos adelante, haría más que su mejor esfuerzo para eso, incluso si se dejaba el alma en ello.
Ese día también fue diferente para Max.
Cuando despertó, un mensaje le fue entregado de parte de su padre. Lo había citado en sus oficinas a medio día, tenía tiempo suficiente para pensar en lo que diría o haría, y eso le estaba comiendo la cabeza. Ocuparse de sus deberes y estar sobre pensando era agotador, pero el medio día llegó antes de que lo notara.
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Checo's pizza | Chestappen
DiversosLa simple vida de un simple padre soltero que simplemente encuentra el amor. Su vida es tan simple como lo es su cocina. Simplemente encantador.