capitulo 26

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30 de marzo

Habían pasado varias semanas desde aquel momento. Había vuelto a mi escondrijo, a ocultarme del mundo por mi luto. Aún seguía llorando por las noches sin saber porque. La universidad y el trabajo se me hacían monótonos. Mamá y Hanna ya estaban enteradas del tema puesto que cuando me vieron llegar a casa con el aspecto que llevaba me acosaron hasta que les conté lo ocurrido. Mamá se sorprendió muchísimo. Por una parte, comprendía a Álfonso puesto que ella también era madre y sabía el miedo que daba decirle a una persona: «Oye, ¿sabes que soy mami?». Pero, por otro lado, comprendía mi situación.
Con el tiempo que había pasado en mi retiro, me había abierto a mí misma y descubrí que necesitaba tiempo para asimilar lo que había sucedido ya que con Álfonso las cosas habían pasado demasiado deprisa y eso me había pasado factura.
Me encontraba sentada en una cafetería junto a las perras de Infierno. La única que faltaba era Maite, quien estaba muy ocupada con su nueva colección y le era imposible venir.

-No sabes la que se ha montado después del espectáculo que monté -dijo Victoria poniéndose las gafas de sol. Agarró el café que se había pedido, pero lo volvió a dejar a causa de la temperatura del vaso-. ¡La puta hostia! ¿Puedes traerme un puto vaso con hielo? -gritó al camarero.
-No quiero ni imaginármelo -dije.
-Cristopher me ha comentado que Alfonso está fatal -comentó Dulce
Suspiré.
Desde que estaba con Cristopher de sus labios solo salía lo mal que estaba Álfonso. ¿Y yo qué? -¿Tú te piensas que esta tiene esas ojeras por estar follando toda la noche, no? -preguntó victoria
-No digo eso -chasqueó la lengua Dulce-. Pero se nota que los dos estáis fatal, joder.
-Esta -mi hermana señaló-se tira parte de la noche llorando.
-¡Oye! -Le di un manotazo.
-Es verdad -replicó Hanna
-¿Qué desencadenó esta situación? -preguntó victoria
Volví a suspirar con pesadez.
-No me importa que tenga un hijo, eso es lo de menos. El problema fue como me enteré. Mi hermana me miró pidiendo que contase más.
-Los escuché hablar.
-O sea, cotilleaste. -Rio mi hermana.
-Pues sí. Para mí una promesa es inquebrantable. Y él me prometió que no habría más secretos entre ambos.
-¿Es verdad lo de la página? Porque... ¡Joder! Ya podría haberme yo enterado antes -comentó Victoria.
Asentí.
-Estaban a punto de embargarnos el piso, tenía que pagar las facturas, los estudios y muchas más cosas. Decidí que iba a ser algo temporal, pero lo conocí y todo cambió. Dejé la página, pero se me olvidó borrar el perfil. Ahora ya lo he hecho.
-Vaya... -dijo mi hermana, bebiéndose un zumo-. No tenía ni idea de que estábamos así de mal.
-Tu es que ignoras muchas cosas. -Miré mi reloj y suspiré-. Chicas, tengo que irme. Tengo que terminar el TFG que en unas semanas lo presento.
Me despedí de las chicas, mi hermana y yo nos fuimos a casa en metro sabiendo que Brais nos seguía de cerca. La verdad es que llevaba bastante tiempo sin saber nada de Juaquin, cosa que me provocaba ansiedad. La policía seguía en su busca, sus padres estaban desesperados. Se habían enterado de todo lo que pasaba y sentí culpa puesto que su madre acabó en el hospital ingresada por la situación tan estresante.
Debían ser las ocho de la tarde cuando fui a bajar la basura. Justo al lado de casa había un hermoso parque repleto de gente. Desvié mi vista hasta una familia compuesta por un padre, una madre y un niño. La madre estaba subida al columpio con el niño encima mientras que el padre los empujaba. No pude evitar pensar en que esos podríamos ser Álfonso y yo algún día, una idea loca que tan siquiera sabía por qué residía en mi mente.
Volví a subir a casa.
Me tumbé en la cama, cerré los ojos intentado descansar un momento. Pero el móvil me lo impidió. Lo agarré refunfuñando y, cuando lo desbloqué, la sorpresa me invadió.

Hola, Anahí, sé que no estoy en posición de hablarte puesto que me pediste tiempo. Pero necesito hablarte, verte o leer un mensaje tuyo. Estas semanas están siendo insoportables, siento que el mundo se me cae encima.
No iba a negar algo que era evidente, el corazón me palpitaba a mil por hora. Álfonso había respetado mi decisión. Habían pasado ya tres semanas desde la última vez que lo vi y, sí, a vida se me estaba haciendo cuesta arriba. Quizá solo tenía que darme tiempo para recomponerme. Pero es que lo echaba en falta. Echaba de menos su voz, sus caricias, su risa... Todo.
Me sentía vacía.
Entonces, en un arrebato de valentía, comencé a teclear.

sobran razones para amarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora