capitulo 3

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Desperté demasiado cansada, como si mi mente no hubiese parado en toda la noche. El cansancio hacía que mis ojos descendieran, ¿o era por haber llorado? No lo sabía, pero me parecía poco redundante pensar en ello. Debían ser las seis de la mañana cuando decidí levantarme de la cama y desperezarse como siempre hacía. Lo primero que hice fue ir a mi armario y sacar algo de ropa cómoda para el día que tenía que afrontar. Sin embargo, mientras me duchaba, escuché a mi madre toser con demasiado ímpetu, como si hubiese estado fumando durante muchos años. Me preocupé, lo último que necesitaba era que mi madre pillara un resfriado. En su estado, tan débil, podía ser hasta mortal. Salí de la ducha de inmediato y, aún con la toalla rodeando mi cuerpo, me dirigí a su habitación a paso acelerado.
-¿Estás bien, mamá? -pregunté en cuanto entré en su habitación.
La escuché toser aún más fuerte. Entonces me acerqué, amarrando la toalla en un nudo, y toqué su frente. Estaba ardiendo.
-No te preocupes, cielo. -No quería preocuparme, pero se notaba la debilidad en su voz.
-¿Cómo no quieres que me preocupe? ¡Estás ardiendo, mamá!
A toda prisa, fui a mi habitación y me puse lo primero que pillé. Corrí de nuevo hasta el cuarto de mi madre, teléfono móvil en mano, y llamé a un taxi. El hospital más cercano, donde siempre nos habían tratado, estaba a quince minutos, pero me negaba a llevar a mi madre en metro tal y como estaba. Parecía débil, como si la vida se le estuviese escapando de las manos. Después de varios pitidos tras el teléfono, la agencia de taxis contestó y pude pedir uno. Sabía de sobra que el dinero no nos iba a caer de la chimenea (sobre todo porque no teníamos), pero era una urgencia.
Ayudé a mamá a levantarse de la cama, sin embargo, Hanna apareció de repente soñolienta y
frotándose los ojos. No obstante, al verme, su cara cambió radicalmente.
-¿Qué pasa? -preguntó, andando hacia nosotras.
-Nada -le respondí de forma seca, lo último que quería era que se preocupase.
-No me mientas. -Hanna me escaneó con los ojos achinados-. ¿Le pasa algo a mamá?
Entonces, dejé caer todas y cada una de las barreras que había forjado para que Hanna no se preocupase. Era mi hermana y debía saber el estado en el que se encontraba nuestra madre.
-Mamá está ardiendo, tengo miedo de que haya pillado un catarro o la gripe. En su estado no sé cómo podría reaccionar su cuerpo.
-Mierda, mierda, mierda... -bramó Hanna, demasiado enfadada-. ¿Has llamado a un taxi?
-Niñas -nos llamó mi madre-, ya os he dicho que estoy bien.
Fijé la mirada en ella, su sonrisa fingida guardaba las lágrimas que querían caer de sus ojos. La conocía demasiado bien.
-¿Has llamado a un taxi? -insistió Hanna ignorando a mamá.
-Viene de camino.
-Voy a vestirme -dijo ella, corriendo hasta su habitación.
-¡Hanna ni se te ocurra! -grité, ayudando a mamá a levantarse-. Tienes que ir al colegio.
-¡No pienso dejarte sola en el hospital, quiero estar a tu lado!
Me mordí el labio inferior orgullosa de la educación familiar que había obtenido mi hermana. No me iba a dejar sola en esto, ella iba a estar ahí para ayudarme en todo y apoyarme.
En menos de cinco minutos, Hanna ya estaba vestida y ayudándome para que mamá anduviese hasta el ascensor del edificio. Bajamos, intentando no llamar mucho la atención de aquellos curiosos que vagaban su mirada hacia nosotras, y subimos al taxi. Justo como había pensado, en quince minutos ya estábamos en la puerta de urgencias y rellenando los papeles para que mi madre pudiese ser atendida por el médico. Al tener cáncer, mamá fue ingresada de inmediato. Nos aseguraron que no era nada grave, sobre todo por el pensamiento de que el cáncer se hubiese extendido, pero que su sistema inmunitario estaba débil y debía quedarse en observación durante varias horas.
Mi hermana y yo estábamos en la sala de espera para familiares, solas y con el resol que entraba por una minúscula ventana. Olía a alcohol y a desinfectante, algo normal a lo que ya estaba acostumbrada por las idas y venidas al centro sanitario.
-¿Crees que mamá estará bien?
Desvíe mi mirada del techo a Hanna, estaba nerviosa. No paraba de redoblar el borde de su camiseta hasta el punto de deshilar. Suspiré antes de abrazarla.
-Claro que estará bien -afirmé.
-¿Por qué le tiene que pasar esto a ella? Mamá es una buena persona.
-La vida no es fácil y siempre le pone obstáculos a las personas que menos lo merecen -contesté, abrazando a hanna aún más-. Escucha, ¿por qué no vas a por algo de picar? Con las prisas no has desayunado.
Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué dos euros que llevaba encima. Pero ¿qué iba a hacer mi hermana con solo dos euros?
-No te preocupes, ann, llevo suelto -la miré a los ojos. Hanna me estaba sonriendo de lado, sabiendo que esos dos euros eran un manjar de reyes.
Asentí, orgullosa de tener una hermana como hanna. Ella no era como las niñas de su edad, al contrario. Hanna se preocupaba por cosas más importantes que salir de fiesta o salir a cenar cada viernes por la noche. La vi irse por el pasillo, entonces, me derrumbé contra el respaldo del sillón y resoplé. Era como un mecanismo para no ponerme a llorar.
¿Qué iba a hacer? Tenía a mi madre en el hospital, no tenía trabajo y tenía que pagar las tasas de la universidad si quería seguir estudiando. Sin embargo, allí, medio recostada en el maldito sillón de la sala de espera, comenzó a vibrarme el móvil en el bolsillo de mi sudadera. Lo saqué viendo que era una llamada de Juaquin.
Suspiré de nuevo.
Juaquin había sido una parte importante de mi vida, salimos juntos una temporada e, incluso, fue mi primera vez, pero me di cuenta de que para mí no era más que un muy buen amigo. No me arrepiento de nada de lo que hice con él, la verdad es que fue un caballero y comprendió mi situación. Sin embargo, a pesar de la confianza que tenía con él, le colgué. No quería hablar con nadie. Lo que necesitaba ahora era una solución a mis problemas.

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