capitulo 16

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Me encontraba a oscuras en un lugar que desconocía.
¿Dónde demonios estaba?
Anduve unos pasos, abrazando mi cuerpo por el frío que lo recorría sin pudor. Intentaba ver algo, alguna señal de vida o algo que me explicara dónde me encontraba. Pero fue en vano. Estaba sola envuelta en una oscuridad que me aterrorizaba sin escrúpulos. El frío manto del temor me recorrió al escuchar una risa cínica detrás de mí. Me giré alarmada, pero no vi a nadie. Otra risa resonó en la oscuridad, volví a girarme como una lunática para ver de quien era esa risa de Joker. Y, por desgracia, encontré al causante de mis pesadillas delante de mí.
Juaquin.
Mantenía la vista en mí, sin parpadear, sonriendo cual muñeco diabólico y con un cuchillo en la mano. Grité al ver que daba un paso e intenté huir corriendo, pero no podía moverme. Parecía que el suelo fuera a favor de aquel maníaco. Intenté correr a más velocidad, sin embargo, me caí al suelo y lo vi justo encima de mí con el cuchillo. Forcejeé en el suelo, intentado escapar, pero mi cuerpo se había transformado en una ropa imposible de mover.
-Si no eres mía, no vas a ser de nadie -bramó, clavándome el cuchillo y esa cínica sonrisa en sus labios.
Desperté agitada, en medio de una capa de sudor que me recorría el cuerpo entero. Miré para todos lados, asustada por la pesadilla que acaba de tener. Encogí las piernas hasta dejarlas pegadas a mi pecho, mi cabeza cayó sobre ellas. Respiraba con irregularidad, pero me centré en controlarlo y al poco rato me relajé sintiendo que mis músculos ya no estaban tan contraídos.
«Era solo una pesadilla», pensé.
Levanté la cabeza de mis piernas y, rodeándolas, me fijé en la salida del sol que veía desde la ventana de la que ahora era mi habitación. El amanecer era precioso desde aquí. Desenrollé mis brazos de las piernas y me levanté de la cama, andando hasta el filo de la ventana, la abrí y dejé que el aire frío entrara en furiosas rachas de viento que hicieron que algunos papeles que tenía encima de la mesa de estudio cayeran al suelo. Cerré la ventana y me puse a recogerlos, era el trabajo que tenía que entregar hoy y no podía dejar que se arrugasen o les pasara algo. Volví a colocarlos. Me rasqué los ojos y fui directa a ver el móvil. Nada, ningún mensaje o llamada por parte de Alfonso. Solté un largo suspiro y me dejé caer bocarriba a la cama de tamaño matrimonial.
Ayer llegué temprano a casa luego de dejar a Dulce en la suya. Víctoria me acompañó para ayudarme a llevar todo lo que Maite me había dejado. Porque sí, las tres mujeres se empeñaron en que ese vestido tenía que ser mío y Maite me animó a aceptar el trato que me había propuesto: Lucir su vestido en la fiesta de pedida de victoria y luego devolvérselo. Como un alquiler, vamos. Accedí a ello después de mucha insistencia ya que no quería llevarme el vestido si no podía pagarlo por mí misma.
La tarjeta que me dio Alfonso es para pagar facturas y hacer la compra en caso de que así se necesitara. Pero hoy eso cambiaría, Maite me había citado en un restaurante para charlar del trabajo que me quería proponer.
A regañadientes, me levanté de la cama y me dirigí al baño que tenía en la habitación. No entendía porque Álfonso quería que esta habitación fuera la mía porque las otras dos eran casi iguales a excepción del maravilloso ventanal que tenía para ver la puesta de sol y el rincón de estudio y lectura. Supongo que lo había hecho para que tuviera más espacio para estudiar.
Abrí el grifo del agua y me metí dentro de la ducha estilo hidromasaje. No había puertas que separaran la habitación del baño, simplemente había una haciendo la zona del retrete más íntima. Pero no en la ducha que daba directamente a la habitación. La distribución era simple, minimalista y sencilla. Perfecta para mí y muy al estilo de Alfonso. Dejé que el agua caliente destensara mis músculos por completo, me enjaboné y, al terminar, me enrollé el pelo y el cuerpo en toallas de puro algodón. Suaves y con olor a suavizante. Me sequé y vestí tomándome mi tiempo, Era demasiado temprano y no llegaría tarde. Decidí hacerme una trenza y ponerme el jersey que mamá me tejió hace dos años, era calentito y cómodo. Me enfundé las piernas en unos leggings negros, ya que el jersey era largo, y me puse unas botas negras de tacón cuadrado. Fui de nuevo al espejo del baño y me maquillé para tapar las ojeras que me habían salido por no dormir lo suficiente. Confieso que ayer estuve hasta tarde esperando alguna señal de vida de Alfonso, incluso estuve a punto de llamarlo yo. Pero me detuve porque quería darle espacio y dejar que fuera él quien me hablara.
Me dolía, no podía negarlo.

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